jueves, 29 de abril de 2010

Intermedio 2

Esa vocecita en mi cabeza


Yo también quise ser escritora. Supongo que la inclinación proviene de mis padres. Mi mamá fue profesora de escuela pública hasta que el Estado la jubiló. Entonces se dedicó de lleno a la lectura de novelas de y sobre mujeres, a grandes reportajes y a releer a García Márquez, a quien adora. Así: feminidad, realismo y realismo mágico han sido su gran amor desde sus años en el magisterio, creo que salvo nosotras no ha tenido mayor fuente de regocijo que los libros, ni siquiera en sus dos matrimonios.

Mi papá era contador, como ya se sabe no vive con nosotras, pero como miembro del Glorioso Partido Conservador es un asiduo lector y un profundo conocedor de libros de la historia de Colombia. Y en eso, en sus lecturas no en su pasión, es ecuánime con todos los bandos políticos de este país, legales por supuesto, no hay que olvidar que ante todo es Conservador, o de sangre azul, como él suele bromear.

Con estas influencias tan marcadas y definitivas, desde muy temprana edad comencé a rebujar en la biblioteca de mamá y a sapotear toda clase de libros.

Las novelas que más me gustaban eran las de intriga y suspenso. A los 11 años ya me había leído Papillón, un betseller de unos presos que se escapan de una prisión de alta seguridad, como quinientas páginas que devoré de un solo tirón, aprovechando que estaba convaleciente, guardando cama.

Mientras que en el colegio las demás niñas apenas leían cuentos para ir calentando su cerebro y aguantar lecturas de largo aliento, yo ya estaba terminando de leer El padrino de Mario Puzo, novela fundacional sobre la mafia moderna, voluminosa. Esa historia me cambió la vida. Y dio nacimiento a una parte de mi hasta entonces desconocida.

Idolatré el carácter imponente de Vito Corleone, admiré el respeto que debió imponer con violencia su hijo menor para heredar el trono de Padrino, y viví con la misma intensidad el sacrificio de su corazón; sentí como se marchitó su espíritu y se entregó en cuerpo y alma a convertirse en un ángel vengador, protector de su familia.

Luego me vi la película y aunque es notable, no alcanza la maestría ni la grandiosidad de la novela de Puzo. Verla fue como apreciar retazos de un mundo que ya conocía íntimamente, pero era como si se hiciera una película sobre tu familia, y vos dijeras: está bien… sin embargo… son como jirones de tu vida, le falta la experiencia del tiempo compartido cuando convives con un libro, los recovecos de los detalles vívidos, aquella sensación de viaje, no de episodio que tiene el cine, y la contundencia de la profundidad.

Y ahora que hablo de profundidad, debo aclarar que yo ante todo soy una mujer superficial, de cabo a rabo. Contrario al parecer popular, no me avergüenza para nada confesarlo, es más, me encanta y lo celebro; lo proclamo cada que puedo, porque así soy más feliz. Muy lejos de la angustia que produjo aquella vocecita en mi cabeza.

Precisamente acababa de terminar El Padrino, cuando salí a dar una vuelta al parque, a caminar para despejar la cabeza. Recuerdo que estaba poseída por sentimientos encontrados: una extraña alegría mezclada con tristeza; esa sensación de vacío, de incompletud que da cuando finalizas un libro, esa despedida, donde sientes que debes abandonar a un gran amigo, hasta que una relectura te permita un reencuentro, una confrontación contigo misma, en otra época de tu vida, quizás.

Así me sentía cuando escuché por primera vez aquella vocecita en mi cabeza. Ella, la voz, parecía una “persona” independiente que vivía dentro de mi, pero solo después de años de estar agazapada, oculta en las más recónditas y oscuras profundidades de mi ser, ahora reclamaba su espacio para manifestarse, para salir a la luz.

Lo primero que hizo, sin mi consentimiento, fue comenzar a juguetear con las personas y situaciones del parque aquella tarde, me conversó, a modo de confesión epistolar, en segunda persona del singular: “Observa a esa gente con detenimiento, todos pensando que sus problemas son los únicos; cuando cada uno es un complejo e intrincado universo de emociones, de sensaciones e ideas inagotables, un mecanismo perfecto de vísceras y tejidos, la conjunción mágica e ideal de materia y vacío, y sin embargo se sienten tan perdidos… andan de tumbo en tumbo, confundidos, tratando de evitar los problemas, cuando ellos mismos, por la suma de contradicciones que hacen parte de su naturaleza, son inevitablemente conflicto, en su esencia más pura, es nuestra razón de ser”.

Eso dijo para mi descreste y yo quedé boquiabierta. La vocecita no hablaba como yo, pero su tono me resultaba tan familiar como el mío. Hasta ese momento creo que no había tenido pensamiento conciente y propio, más lúcido y clarificador en la vida. Gocé con el asombro de una epifanía, y quedé encantada por la manera tan culta y bonita en que hablaba, con cada palabra precisa, exacta, medida, que seguro aprendió en lo libros que yo le leí sin darme cuenta. Porque si es por mi, hablaba llanito.

En especial me despertó una sensación de cercanía, una confianza tal que me sentí acompañada y consolada de alguna manera, con la complicidad de una amiga del alma. ¿O sería ella mi alma?

No importa. Para mi beneplácito, dejaba que mis pensamientos se los llevara el viento para invocar así a la vocecita, que no tardaba en comentar sobre las situaciones que veía, con gran tino, sapiencia y buen juicio. Me divertía viéndola juguetear con meditaciones, como hacen los gatos con una bola estambre, arañando, pellizcando las ideas, soltando el hilo de lana hasta deshacer la bola. Así pasaba las tardes bucólicas y somnolientas de aquellos días de adolescencia, compartiendo y disfrutando el trémulo ronronear de sus palabras dentro de mi, destinadas para mi inútil gozo, confiadas solo a mi.

Entonces se me ocurrió una gran idea y me dije a mi misma, nos dije a las dos: Vamos a ser una escritora. Con tu talento, tu inteligencia, tu agudeza, tu certera visión filosófica y mi buen gusto, seremos alquimistas del lenguaje y haremos oro.

Y como el rey Midas que todo lo que tocaba se convertía en oro, comencé a darle licencia irrestrictita a la vocecita para que se entrometiera cuando le diera la gana en mi vida. Con sumisión le abrí espacio en cualquier momento para sus diletantes disertaciones, mientras que yo, suspendía lo que fuera para entregarme a ser la amanuense, la escribana de su lucidez.

Con el tiempo, la vocecita se tomó cada vez más confianza y descubrió que los pensamientos sin acción dramática, sin narración son simples ideas que se las lleva el viento, así estén selladas con la escritura. “La eternidad está en la acción perpetua, en el movimiento, en el cambio constante, y no habita en el mundo de las ideas solamente, está íntima y necesariamente ligada a la realidad. Palabra es acción y está implícita en los escenarios e impresa de forma indeleble en los personajes. Allí, en las historias que contamos desde tiempos inmemoriales reposa la verdadera filosofía, la práctica, allí reposa la sabiduría última de la humanidad”, me lo confesó a modo de revelación.

Pero yo… para ser franca, no estaba a la altura de sus pensamientos y no le entendí ni pito. Traté de hacer un esfuerzo y escribí esto que dijo con la mayor concentración y precisión posible… Esperate, más despacio… ¿qué fue lo que dijiste después de tiempos inmemoriales, me repetís? No importa ya, me contestó categórica. De ahora en adelante no vas a escribir nada de pensamientos, solo nos dedicaremos a narrar, como hacen los grandes escritores, los verdaderos humanistas.

Yo me alegré por ambas, me dio mucha dicha que la vocecita se bajara de aquel pedestal de pensamientos tan elevados y me diera gusto, porque a decir verdad, era yo la que la seguía alimentando con mis lecturas y como único pago, ella no paraba de fastidiarme con su retórica inmamable. ¡Tan lejana a mis gustos y preferencias! Eso sin contar que ya no le cogía ni media, y le entendía la mitad de eso. A la par ella se sublevaba, cada vez con un tono más evidente de presunción y egolatría… últimamente ni siquiera me hablaba a mi como antes, ensimismada en su grandilocuencia hablaba solo en primera persona: Yo esto, yo lo otro, de primero yo, de segundo yo y de tercero yo. Ya me la estaba volando.

Siquiera ella cambió. Así comenzamos una nueva fase en nuestra relación. Ahora ella me embelezaba con finas y detalladas descripciones, usando una amplia baraja de narradores, en todos los pronombres del singular y del plural, como en los libros: “Me despierto con un sabor a niquel de moneda de 5 centavos y me siento solitaria... Bien sabes que él te espera pero no se atreve a corresponderte por orgullo, así que toma tú la iniciativa y haz de ese hombre un objeto de tu propiedad para tu complacencia… Ella miraba fijamente aquel muchacho desaliñado, de cabello revuelto mientras él fingía indiferencia y la espiaba de reojo… Nada llena de más gozo nuestro corazón que la alegría de una fugaz mirada furtiva del ser que amamos en silencio… Vosotros que creís en el amor no correspondido, os digo, la lucha no está perdida si sacrficaís vuestros egos y arremetéis con todo el empeño de vuestro espíritu a la batalla contra el miedo que con os habeís educado… Y así, ellos pronto se darán cuenta de su irreparable error al despreciarte con el látigo de la indiferencia”… así practicaba ella.

Cada día, a toda hora, en todo lugar, como la propaganda de Radio Reloj, la vocecita hacía su rutina de ejercicios de escritura en mí, con el estoicismo de un místico, con la disciplina imparable de un deportista, con la constancia y persistencia de un músico; afilaba su pluma como una espada para lanzarse, sin tregua ni descanso, a la noble y aguerrida cruzada de edificar nuestro primer libro.

Pero el libro, o la historia no se precisaba aún, y la vocecita respondía ante mis reclamos y mis urgencias, que aún no estaba preparada, que apenas si comenzábamos la fase iniciática. “Ten paciencia, hay antiguo y sabio proverbio chino que dice: Primero aprende y perfecciona una técnica, luego busca y encuentra a tu voz interior, después, simplemente, ábrele paso a la inspiración”, me decía.

Pero yo ya tenía callo en el dedo por escribir tantos ejercicios sin una finalidad aparente, era cierto que ella era quien estaba haciendo las abdominales pero la que se estaba rayando era yo. Y ya estaba comprometiendo mis ratos libres, mis jornadas académicas, mis momentos de intimidad, mis espacios familiares, mis relaciones personales y mis gozos secretos, mi vida en general.

Poco a poco, por la imposición de sus aspiraciones, me vi marginada de mi propio mundo, apartada, aislada de la gente con la que quería estar, y todo por andar abstraída, escribiendo en los momentos menos propicios: en el baño, en el comedor, en el salón de clases, viendo una película, saliendo al centro comercial por mis amigas, viendo muchachos a la salida del colegio, jugando con mi hermanito, consintiendo a mi perro, manejando…

Pero a ella qué le iba a importar… estaba feliz de la moña, se explayaba en infinitas descripciones de situaciones y personajes intrascendentes, probando a narrar como si fuera Alejandro Dumas, Dostoyesky, Cervantes… Aunque ninguno de mis amigos y familiares me veía como Cervantes, más bien como Don Quijote: osea, loca.

De pronto, me di cuenta que todos mis cercanos comenzaban a murmurar. Me tildaban de disfuncional, de esquizofrénica, de vivir en las nubes y mantenerme caída del zarzo. Y no tardaron en tratarme con la distancia con que se soporta a los bichos raros.

Comprometida mi salud mental y emocional, mis relaciones más estimadas, y afectada en mi imagen pública, le puse el tatequieto a la vocecita. Estaba muy bien que probara como lo hacen los pintores serios a imitar a los grandes artistas y pintar como Picasso un día, como Velásquez otro, como Rembrant o Vangogh, pero yo ya la había dejado ir demasiado lejos. Tenía que pararla en seco y cortar el problema de raíz o iba a terminar en un hospital psiquiátrico, aislada del mundo, o en el peor de los casos, confinada a mi misma y alejada por completo del mundo real, vagando por las calles como una loca irremediable, repelida con indiferencia e incomprensión.

Mi decisión entonces fue dejar de escribir en las libretas. Ya había pasado mucho tiempo y nada que pasábamos de la parte de: "...aprende una técnica," del proverbio chino, y sin resultados aparentes. Pero la vocecita se mostró insatisfecha con mis razones, eran razones sin fundamento, razones caprichosas de un adolescente. Okay. En eso estábamos de acuerdo, pero bastaban y eran suficientes para mi.

No contenta con mi decisión dictatorial, la vocecita emprendió una cruzada por interponerse contra lo que ella consideraba mi dislocado proceder. Y comenzó a hablar por si misma, y lo peor, en voz alta. Como sus primeras incursiones fueron en la soledad de mi cuarto, le advertí que si no dejaba de hablar cuando yo no se lo permitía, se iba a meter en la grande. Si quería casar problemas conmigo, problemas yo le iba a dar… fui benévola, toda vez que no traspasara la línea imaginaria que le había trazado de no invadir mis espacios sociales… pero ella respondía arrogante: ¿con que muy bravita, no… y que va a hacer pues, ah?... Pruébeme y verá. Le respondí a ella, preocupada por no tener una solución a aquel interrogante.

Pero no hay mayor tentación que una prohibición, que una negativa arbitraria, para traspasar los límites impuestos, así quien la imponga sea mas poderoso. Esta rebeldía es la naturaleza humana. Y así mismo procedió la vocecita en medio de una cita con un muchacho que me gustaba mucho, y que quería que fuera mi primer novio en la vida. Cuando ya nuestras narices casi se tocaban, y compartíamos tonterías, necedades sin saber que hacer ni que decir. En el preámbulo torpe e inexperto de un beso… justo allí la vocecita se apoderó de la conversación y cambió la coquetería por un sartal de palabras que copiaban el tono íntimo logrado por Flaubert con su Madame de Bovary y el revolucionario monólogo interior de Molly Brown, del Ulises de Joyce. Total: me espantó aquel hermoso muchacho, en el preciso instante en que nos íbamos a besar.

Por supuesto, él salió despavorido, rechazándome como si tuviera una enfermedad infectocontagiosas. Me gritó, entrado en pánico, que estaba poseída, que aquella voz no era la mía, que me debía hacer un exorcismo.

Tras este desplante no le permití hablar nunca más a la voz. La sepulté en el olvido para siempre, no fuera a ser que le pasara esta y me cogiera ventaja. ¿Cómo le hice? Con voluntad que es como se dejan las cosas que más cuestan dejar.

Al principio me negaba a escuchar sus promesas de que le diera otra oportunidad, la última, que ella se comprometía a llevarme por “las sendas del éxito y el reconocimiento con aquellas letras mágicas, que trascenderían la fama y el éxito, y quedarían imborrables en el libro de la eternidad”.

Muy rimbombante, muy tentadora la propuesta, pero yo me hacía la de oídos sordos. Cada vez que hablaba yo le subía al equipo de sonido y comenzaba a sacarla de mi cabeza con un ritmo pegajoso, con la letra de una melodiosa canción.

En las noches me ponía a ver televisión con mi mamá, la seguidilla de telenovelas y comentarios de costurero para no darle chico. Y en la calle resultó más fácil porque estaban los entretenimientos por doquier: salidas a cine, paseos, las clases, los chicos, el centro comercial, las fiestas con las amigas, el ejercicio en el gimnasio, las tandas de videoclips, las maratones de series gringas, las compras, siempre las compras. Y con la aparición del cable, todos los demás programas de E Entretaiment Television, los canales de videos musicales y los realitys.

El único problema y el mayor sacrificio fue que tuve que dejar la lectura intensiva por un rato. Me dediqué a pasar las noches en terapias de belleza íntimas, entre cremas faciales y menjurjes para la piel y el cabello, en consentirme mientras escuchaba música y cambiaba canales en el televisor. Noche tras noche. Aún ahora no puedo leer mucho, primero porque ya sufro de “la desconcentración de la generación del videoclip” y tengo el vicio del zaping. Pero sobretodo porque yo que leo y aquella vocecita aparece otra vez en mis meditaciones literarias y filosóficas. Trata de salir como una animal herido e iracundo. Venenoso.

Por eso marginé mi vida de la literatura y las edificantes lecturas filosóficas para matar a aquella vocecita de inanición; mandé al demonio mis aspiraciones de convertirme en escritora, quemé las libretas de apuntes con la solemnidad con que se quema un viejo navío en el mar, no fuera a ser que en un momento de debilidad o frustración la volviera a invocar… finalmente eché al trasto toda intención intelectual, y decidí convertirme en una chica frívola y superficial. Que sabe de todo un poco. Comercial y consumista, mundana y banal, ya que para problemas está la tele. Eso me encanta y lo celebro; lo proclamo cada que puedo, porque así soy más feliz. No quiero vivir de ilusiones.

No contenta con ello, antes de desaparecer definitivamente, la vocecita trató de tentarme con la manzana de Eva:

¿Qué significa perder un simple muchacho tonto, plagado de acné, cuando te estoy ofreciendo la gloria suprema?, me preguntaba, tratando de confundirme con aquellas preguntas que yo no quiero escuchar ni sé responder.

Lo que gano es no quedarme solterona y sola. Y punto.

miércoles, 28 de abril de 2010

Intermedio

Ojo con los niños


La otra vez estaba editando un video en una pequeña y acogedora productora audiovisual de unos amigos. El video trataba sobre un proyecto que unían a víctimas y victimarios del conflicto en el Bajo Cauca Antioqueño; para que se perdonaran, olvidaran los agravios y trabajaran juntos “por un mejor mañana”.

Era un proyecto de una fundación “social”, financiada por los petroleros de este país. Con una salvedad, la fundación había decidido que para lograr la verdadera reconciliación entre esta gente, a los ex paracos, a los ex militantes de los grupos paramilitares, a los exmilicianos, a los excombatientes al margen de la ley; como sea que se diga, a estas personas, ya no se les podía decir nada de eso. Ni tampoco reinsertados, ni desmovilizados, y mucho menos victimarios, eso ni se le ocurra. Había que llamarlos era: Participantes del proceso de reintegración, o en términos más casuales, simplemente Participantes.

Por su parte, a las víctimas tampoco se le podía llamar así, ahora eran: Afectadas por el conflicto, o para entrar más en confianza: Afectados.

Así que estábamos regando el video con testimonios de estas víctimas y víctimarios, perdón, de estos Participantes y Afectados, para mostrar las experiencias de este difícil encuentro, las taras (o imaginarios) según la fundación que surgían para lograr la aceptación mutua, el conmovedor y sincero perdón, y el trabajo unido y mancomunado de ambos bandos para lograr la comunión de los espíritus en pro de la reconciliación y el progreso común.

Como llenando un álbum los pusimos a todos: niños, jóvenes, mujeres, ancianos, minusválidos (perdón, ya no se dice así, se dice discapacitados o personas con una limitación, tampoco limitados físicos o mentales como se estilaba otrora), en fin, pusimos al perro y al gato como Dios manda. A cada uno lo pegamos como laminita adhesiva que no puede faltar en este tipo de videos institucionales.

Luego los alternamos con momentos donde compartían juntos la pintura de un mural, la cosida de una sábana con dibujos que ellos mismos hicieron, la lectura de cartas que se entregaban unos a otros para compartir sus sentimientos encontrados, las convivencias que no podían faltar, y las canciones que querían cantar para estrechar los lazos de unión.

Estábamos precisamente poniendo una canción. Un tema compuesto e interpretado por un moreno (afrocolombiano, afrodescendiente, como sea para no decir lo que es: negro)… La canción: Fe y Esperanza, grabada en un calor infernal a las 2 de la tarde en el municipio de Nechí; en un salón social-biblioteca-escuela de música-casa de la cultura- centro de la tercera edad (o con más estilo de la edad dorada) y que además prestaba como 20 servicios más a la comunidad. Estábamos en esas, viendo al moreno (a mi me gusta más decirlo así), cantando a capela la canción; acompañado de niños del liceo del pueblo, con participantes y afectados; todos unidos, con las manos levantadas, mientras hacían los coros, cuando llegó el hijo de uno de los empleados fijos de la productora audiovisual. Un muchacho, un poco obeso y cacheticolorado, de unos 12 años.

Con el permiso del editor usó el televisor que nos permitía visualizar las imágenes del video, para pasar el rato jugando películas de Exbox, mientras nosotros seguíamos editando.

Pronto mi interés se fue desviando cada vez más al televisor, al juego del niño. Y terminé por darle monosilábicas instrucciones al editor para que pegara las imágenes y alternara los testimonios.

Robada mi atención, contemplé con asombro infantil la historia de cada juego que el chicuelo alternaba. La primera película que puso fue Gangs of New York, que consistía en que dos bandas de raperos, conformadas por rutilantes y reconocidas estrellas del hip hop, se enfrentaban en rines clandestinos, ubicados en diferentes barrios de la gran manzana.

A mi que me tocó el fin del telebolito, el primer juego de video masivo, donde la pelotita era un píxel cuadrado que iba de un lado al otro de la pantalla en una velocidad ridículamente lenta; yo que me formé en el arte del boxeo electrónico, siendo un boxeador en toma cenital (desde arriba), escapando como Pacman en medio de laberintos de galletas, perseguido por fantasmas que luego me tragaba cuando ingería la pastillas de éxtasis buena, la chupeta grande; yo que salté con lianas lagunas, evadiendo cocodrillos pixelazos, a la orden de la palanca y el botón naranjado del Atari 2600; yo que me especialicé en Family (porque no había plata para el Nintendo) y me coroné Mario Bros 1 con 100 vidas y de mil formas posibles. Yo que a duras penas llegué al supernintendo y ahí me rezagué, yo estaba anonadado con las gráficas de este nuevo juego de raperos pandilleros. Pero no solo eran las gráficas hiper-realistas de aquellos pendencieros y acuerpados ídolos del hip hop y sus “Bitchs” modelos y coristas. Era la crudeza de las peleas, el realismo sangriento y sedicioso de los golpes lo que más me impresionó y me dejó obnubilado como niño en dulcería (así se decía antes).

Para cuando espabilo, allí está aquel niño gordo, encarnando a un rapero famoso que yo no conozco, con pañoleta en la cabeza, camisilla, bombachos y tenis de marca. El moreno vengador, provocador y pendenciero, pelea en la pista de una discoteca con luces technicolor contra otro rapero del ala este de la ciudad. Comienza la lucha en medio de una multitud de muñecos digitales excitados, exacerbados, enajenados que claman sevicia y violencia. Y el niño no se hace esperar. Mueve botones de su control a diestra y siniestra. Y a la par su negro quiebra costillas, saca chorros de sangre con golpes directos a la boca, parte huesos, disloca hombros, desastilla codos y rodillas, estirpa corazones y víceras de un zarpazo, trepana rivales que da miedo y hasta saca por la boca columnas vertebrales y médulas espinales intactas cuando utiliza su máximo poder. Acaba con su rival, quien se retuerce entre gritos de lamento que resuenan en medio de la pista.

Entre más dolor infrinja a su oponente más puntos le dan. Los puntos se convierten en dinero (una cuantiosa cantidad en dólares) y entonces el niño corre a la tienda virtual a engallar a su luchador con tatuajes y ropa de marca; ropa americana que llamábamos nosotros, de la cara y de la fina. Para la próxima pelea, cambiará la pañoleta por una balaca Nike, y se pondrá solo unos calzoncillos Clavin Clein, que le permitan exhibir sus nuevos tatuajes que abarcan la espalda y el pecho del luchador callejero.

Así van siguiendo otras peleas, con algunos cambios eventuales de luchador, ya que el niño tiene a su disposición una completa pandilla que lo respalda. Cuando se cansa de los machos cabríos, cambia a alguna de sus “Bitchs”, como entretenimiento para verla estregarse el pelo con otra fulana, ambas descaradamente sexys, eróticamente vestidas y fatalmente violentas, que no se dan tregua. Al verlas hasta me excito. Y no me había pasado desde Yayita, la novia de Condorito, vieja revista de humor que aquel niño ni debe haber ojeado.

Conforme pasan las peleas, que asombran con nuevas y más ingeniosas formas de castigo corporal, más elaborados y mortíferos ataques, aumenta el grado de dificultad de las batallas y la rudeza de sus opontes. El niño se torna más sudoroso y rojizo por la agitación de dedos y comienza a resoplar. Mueve el control como loco de un lado para otro, halando el cable que lo conecta con su luchador elegido, como si el mover el control y no los botones lo ayudará a atinar más certeros golpes. El niño suda como sudan los gordos exorbitantes, a cántaros como diría mi mamá y comienza a insultar a los oponentes que lo vencen una y otra vez con anglicismos aprendidos en el juego: Motherfucker, Kiss my ass y el clásico: sanababich, (son of the bitch, que nunca tendrá fecha de caducidad gracias Dios).

Entre tanto, el editor, edita con un ojo y ve las peleas con el otro. Yo veo las peleas con los dos y nadie le para bolas al video... y todo por comentar los poderes especiales de cada rapero y hacer cábalas de cual podrá vencer más efectivamente al adversario de turno, que no para de ganar y humillar al pobre niño gordito.

Finalmente, cansado de perder o simplemente cansado, el niño quita el juego que tanta rabia le ha causado y cambia por otro más ligero. Esta vez, se trata de un asesino a sueldo que se la pasa recorriendo Miami sin ton ni son, con el simple capricho de ir matando al que se le atraviese. Busca entre palmeras y bañistas a policías para acabar con todos, hasta borrar todo muñeco animado de la faz de Miami Bitch (o ¿beach?).

Para ello tiene toda clase de armas al alcance de su mano, de corto y alto poder, y quizás por eso, porque no hay rival que pueda con tal capacidad de destrucción y muerte a su paso, que el juego termina por volverse monótono, predecible e insípido.

Así que el editor y yo retornamos a nuestra labor mientras el niño usa bazucas para eliminar a un batallón de policías que le tienden una redada. Entre explosiones deslumbrantes que titilan en la pantalla del televisor, nosotros continuamos con nuestra tarea de mostrar la altruista labor de esta fundación, “quien ha encaminado todos su esfuerzos para vencer el odio de los corazones, dar una luz de esperanza a estas almas atormentadas que tanto han sufrido a causa la violencia y generar nuevos horizontes de convivencia y reconciliación en un país que anhela y clama por la paz”, tal como lo diría de manera rimbombante, con voz estereofónica y reverberación natural, el locutor contratado para nuestro video institucional.

Así que mantenga el espíritu social y mejor ponga la canción del moreno para cerrar el video, en la parte más sensible, para que erice la piel y despunte lágrimas. Así, dándole gusto al cliente. “Historias positivas, momentos de verdad, donde la gente muestra lo mejor que es, porque esto es lo que necesita este país atormentado”, haz lo que el cliente te sugirió, porque el cliente siempre tiene la razón.

Hazle caso mientras ves el videojuego, al gordito gritando sanababich porque lo han dado de baja con un mortero lanzado desde un helicóptero de unos mafiosos, y todo eso mientras piensas: temedle más a los niños; son más diestros, más ágiles, más rápidos, más vengativos, más escurridizos, más violentos. Tienen sed de sevicia. Son el futuro de la humanidad. Y están enojados.

sábado, 24 de abril de 2010

La Balada del Tigre (7)

7.

Piri no dice ni fu ni fa, se queda tieso, suspendido en estado de rigor mortis, y por poco deja plantada a la dama si no es porque Tunas lo empuja. Obligado a bailar, baila pero no sabe y se le nota a leguas, hasta con la luz apagada. Y eso que moverse al compás de la balada americana no representa mayor esfuerzo ni meritos.

Es música hecha para juntar los cuerpos y no moverse, para acercar los labios y frotar la pelvis, lento, bajo el resguardo cómplice de las tinieblas, lento. Es música para tararear un inglés nunca aprendido y susurrarlo al oído de las chicas con tono romanticón. Es a fin de cuentas, música que trasciende los sonidos y se vuelve momentos inolvidables que siempre se quedarán en vos, muy adentro, pletóricos de esencias; de aquel primer beso trémulo, del prístino roce de la yema de los dedos, de una delicada caricia no provocada y muy sentida, de la sensual respiración de un pecho agitado contra tu pecho, de la piel suave de aquella niña que abrazaste una sola noche y no querías soltar nunca más. Es la primera llave que podías encontrar para abrir la cerradura del amor.

Pero Piri no baila, apenas si se mueve, tieso y acartonado. Como si no hubiera aprendido nada de la agitación de coxis de las películas porno que ha visto hasta saciar sus ojos y exprimir su cuerpo…

Y como no hay nada mejor que la vergüenza ajena para levantar los ánimos y animar las valentías, cumplimos nuestra promesa. Lo seguimos en su osadía y nos lanzamos a sacar a las niñas a tientas entre la penumbra, como las tías de Jhony.

Hola amor mío, dulce corazón, quieres bailar conmigo esta pieza y hacernos eternos mi cielo, es lo que claman nuestras almas nóveles al abrazarnos en la pista. Y es lo que clamarán de aquí a la eternidad sin vuelta atrás. El primer paso bailado es sólo el preámbulo del placer y el dolor que nos depara ese largo y tortuoso camino del amor. Y que placer esta pena.

Así que baila sintiendo la deliciosa fragancia de una mujer, baila para que el tiempo se detenga, baila para que te olvides que eres carne, niño, sueño; baila reclamando tu derecho a la divinidad. Baila y busca anhelante los labios de aquella que será tu amor sempiterno aunque sea solo por un instante. Es lo que exige tu corazón palpitante.

Solo obedece al impulso y la autoridad de ese reclamo, cierra los ojos y bésala como nunca has besado. Aprovecha la oscuridad cómplice y cruza las barreras infranqueables que la luz impone. Porque la vida solo dura lo que dura este momento sin tiempo. Porque nunca has besado.

Y besa. Besa como si el mundo fuera nuevo y se fuera a acabar tan pronto como acaba aquella canción que siempre amenaza con terminar; besa como si tu vida dependiera de esa boca y tu respiración de aquel aliento tibio y húmedo.

Siente con gusto el temblor de tu cuerpo, deléitate con todas las papilas de su lengua, explora gentilmente las cavidades de su boca, doma aquella tierra indómita, hasta que te olvides de respirar y respires al compás de su ritmo cardiaco, hasta que te duermas en las mullidas almohadas de sus labios.

Y olvídate de ti, porque desde ahora ya no te perteneces, ya que no hay maldición más grande que el primer beso que das en la vida, así sea porque te quisiste perder en los laberintos de la curiosidad. Mátate de curiosidad como se matan los gatos. Sin excusas, porque ya has dejado de ser niño y solo por un beso, como lo profetizaron hasta entonces los cuentos de hadas y de brujas, ya que con el tiempo te darás cuenta que son la misma vaina, las dos caras de la luna; la oscura que permanece siempre oculta y la que brilla que es la que siempre te deslumbrará como un hechizo.

Baila y besa que aquel placer infinito, irrevocable e inefable, supera a la cruel muerte que te acecha y se cierne sobre ti. Baila y besa porque el amor es vida y no hay otra verdad absoluta, porque no hay otro paraíso prometido más que este y está en este mundo hecho especialmente para ti, a tu justa medida.

Pero la canción acaba, las luces se encienden y debes abrir los ojos. Debes dejar de bailar y padecer el dolor de la separación. Ahora vuelves a ti mismo pero incompleto porque aquella magia, tu espíritu, se ha quedado prendido en ella. No la abandones, eso sería un verdadero pecado; obstínate y exige que vuelvan a apagar esa maldita luz que ella lo consentirá, ella lo anhela, únete al grito que pide que la noche siga siendo oscura por siempre para perder hasta el último aliento, para absorberle a esa niña divina hasta su última esencia.

Pero pronto te das cuenta de que no hay súplica que implores que pueda convencer al ocio y la necedad. La luz se enciende y raya la noche como la aguja a un disco. Y todo porque a Tréllez se le ha dado el capricho de burlarse de Piri…. Ea María Piri, dejá de ser pervertido, respetá a la señorita, ¡ya te viniste cochino! Entonces todos volteamos a mirar al centro de la pista. Piri sigue bailando con los ojos cerrados, separado de su “pareja” como quien baila un vals y no una balada americana. Automáticamente apuntamos la mirada a la parte más predecible cuando de Piri se trata: y la vista sale disparada a su pantalón, mojado a la altura de su bolsillo, con el relieve de su pene en la tela de dril…

El temido depravado se convierte entonces en el hazmerreír del convite, en el bufón de la fiesta. La prima se escandaliza y se aleja del pobre infeliz con asco y repudio, en medio de carcajadas cuyo eco retumba en la calle vacía. Piri trata de explicar que aquella mancha es solo un infortunada accidente, un casual reguero provocado por el que ahora es su infame verdugo. Pero nadie le cree.

Sordos por conveniencia, nadie lo quiere escuchar y su voz se parece apagar conforme aumentan las críticas de desprecio de nuestras parejas danzarinas, de los amores de aquella noche de iniciación. La chicas estremecidas se aprietan contra el pecho de sus edecanes e imploran que lo saquen a como de lugar.

Jhony alarmado por un lamentable y abrupto final para su fiesta, vuelve a encender los ánimos con un vano intento tropical, pero nadie se atreve a poner un pie en la pista. Las niñas se niegan mientras aquel tipo siga allí. Seguro es capaz de manosearnos en medio de una balada y confundirnos con que se trata de las suaves caricias de nuestros príncipes, el muy taimado. ¿Quien quita que el solapado aproveche la oscuridad para profanar nuestra inocencia con obscenidades sin nombre, que nuestras mentes, puras y castas, jamás se han atrevido siquiera a imaginar?, ¿Quien dice que no mancillará nuestra moral dejando una mancha indeleble de perversión?, es lo que piensa las niñas.

Que lo saquen o no bailamos. La fiesta se acaba, se van las niñas y con ellas la gloria de sus besos. Unidas ahora en corrillo, apoyan y consuelan a la prima que sigue fingiendo escozor; sintiéndose sucia y violada en su buena fe. Pobre prima, solo tenía buenas intenciones y así le pagan. Ya era demasiado padecer con resignación aquel miembro erecto, rozándola en el baile, y que la obligó a bailar separada por recato. Pero qué respeto se puede tener con este tipo asqueroso, acaso no era demasiado sacrifio ya, aguantar aquellas manos sudorosas y húmedas como babosas mojándole la camisa. ¿Qué consideración puede haber para este despreciable ogro?… Que lo saquen ya mismo.

Pero a pesar de este rosario de rechazos, Piri no se va. Corre de nuevo a la esquina oscura, a esconderse como un insecto asustadizo ante una redada de depredadores hambrientos. Allí se queda, solo, a la espera de algo que no sabe qué es, mientras que todos lo sentenciamos con miradas de reprobación… Porque a quien se le ocurre hacer tal canallada frente a las niñas, y preciso con la prima del anfitrión; es lo que dicen algunos para ganar puntos con sus chicas, mostrándose envalentonados por la ofensa, aunque saben que es una patraña, una vil mentira; todos sabemos lo que pasó porque lo vimos, pero nadie tiene el coraje de ponerse de su lado, que es el lado de la verdad...

Todos rechazan a Piri con indiferencia y silencio canalla a sabiendas que es más inocente que todos juntos, que simplemente es un idiota útil, un pobre tonto desviado y nada más que eso.

De repente, cuando el Flaco es nombrado el emisario oficial para persuadir a Piri de que es mejor que abandone la terraza por las buenas, sube un muchacho musculoso con pelo al rapé. Lleva la camiseta gris apretada, que forran macizos pectorales, venoso y cuajado por el ejercicio. Entra con pasos de caballo fino, con un casco de motocicleta de alto cilindraje en sus manos. Es nada más y nada menos que el novio de la prima que ha salido temprano de su turno como portero de una discoteca de mafiosos para darle la sorpresa a su amada. Y quien se lleva la sopresa es él, cuando la prima corre a abrazarlo cual princesa rescatada por su noble caballero. Y entre lamentos le susurra al oído la razón de su desasosiego.

Justo en ese momento, vemos que Piri sale de la oscuridad y se precipita a las escalas. Corre huidizo como un insecto sale de su guarida encandilado por una luz molesta, y se pierde como alma que lleva el diablo, temiendo lo peor, prtegiendo con cobardía rampante su integridad. Provocando cinicas carcajadas de nosotros, sus peores traidores.

Y piri que se va y las luces se apagan. Las niñas piden más baladas para eclipsar el suceso y asunto olvidado. Para cuando nos damos cuenta nos entregamos dóciles al encantamiento de sus besos. Porque, contrario a lo que creyeron nuestras madres, no fueron las revistas, ni las películas, ni los comentarios porno de Piri los que nos alejaron de la tierna edad de la infancia, fueron los besos, aquellos primeros besos de fiesta de balada americana y bombillo apagado, los besos de aquellas niñas que empezaban a sentirse mujeres, los que nos convirtieron en hombres.


Continuará...


jueves, 22 de abril de 2010

La balada del Tigre (6)

6.

Nos quedamos. Y la fiesta vuelve a calentarse a punta de tres patadas. El vino convoca de nuevo a los chicos. Los aleja de las sirenas y los trae de vuelta como corsarios arrepentidos. No tarda en formarse un corrillo alrededor del Flaco, dueño y señor de aquel elixir, de ese menjurje que hierve la sangre y afloja la lengua. Antes de que lo pensemos, sin pensar siquiera, un trago aquí y otro allá y todos hablan como cotorras, todos menos Piri; quien ahora es una sombra que se interna en la oscuridad de la esquina.

He aquí a un indeseable hecho de rumores, que no fue invitado a aquella ventolera pero está. Un colado sin vergüenza, un repudiado por el qué dirán, que espera con las manos en los bolsillos que lo echen por cualquier pretexto, ya sea el dueño de la fiesta o sus tres tías, ya sea una chica melindrosa y repelente, ya sea alguno de nosotros, fáciles judas para un tipo destinado, que siempre lleva las de perder.

Raro es, pero Piri tampoco toma, se enloquece. La última vez, dicen las malas lenguas que se aligeran con el licor, llegó a su casa prendido a encender con golpes a Copito, el perro pequines de su hermana y todo porque lo sacaron de un cine porno por inmoral. No exagere… No lo ponga en duda, más bien pregunte que habrá hecho… Y así no crea no me importa, lo cierto es que le propinó tan severa golpiza al pobre can, que apenas si parecía un juguete de cuerda, que le dejó dos costillas quebradas.

No sólo es un pervertido, es una amenaza latente, un atarván que cuando se enoja no perdona; que se ensaña con algo y no lo suelta, como los perros con rabia… como lo gatos en celo… y hasta que no descarga su ira de bobo callado no para, es peligroso como olla atómica a punto de estallar. ¿Y la abuela no lo castigó? Qué le va a hacer algo esa vieja alcahueta, esa es la que lo tiene así de podrido.

Y vaya usted a saber porqué se enoja, ni motivos tendrá, solo basta que le den una chispa a su frustración… y hay que pagar escondedero a peso. Por eso, mejor ni le hable, no lo determine, y no se sienta mal que él ya está acostumbrado… mejor siga su fiesta, deje aquel muerto en paz, que más pronto que tarde se dará cuenta que es un fantasma, un invisible, y se irá como vino, porque el muerto al hoyo y el vivo al baile. Pero anímese, no piense en las desdichas de este desventurado, porque nadie lo mandó a llamar, a fin de cuentas él ya está acostumbrado a importunar con su presencia y a irse con desplantes de rechazo, es su sino… mejor corra a coger aquella niña que ya están poniendo merengue otra vez y el cuerpo ya está ligerito con los tragos de vino tinto, sanguíneo, listo para bailar.

Así que todos a trapear muchacha y a brillar baldosa a punta de zapatilla, apache y mocasín. Saque, baile y aprenda pisando a la damisela. Eso sí, ponga cara de pena cuando se pierda en malos pasos, cuando el ritmo, esquivo, lo abandone y lo deje en medio de la pista solo con su pareja.

No se preocupe, vuelva a coger el paso, uno adelante y otro atrás, flexión de rodilla, constante y sonante, y aférrese a ella como quien se cuelga de la puerta de atrás del último bus lleno, péguese al vaivén ajeno y disimule su arritmia natural, oculte su falta de seguridad en usted mismo y sonría si las piernas también le tiemblan cuando trata de hablarle a ese frágil y suave ser que abraza.

Ahora olvídese del ritmo, deje de contar los pasos mecánicos, no cuente más que se envolata otra vez, y déjese llevar por ella como una sedita, deslícese en el arrullo de aquel cuerpo melodioso y armónico, y por lo que más quiera, solíviese, suelte la cadera, desentuma los hombros, y mantenga el engaño de que es usted el que lleva y da, de que usted es ya un hombre hecho y derecho, porque el hombre es el que propone y la mujer dispone.

Al voltear la mirada todos bailamos menos Piri. Pero a nadie le importa Piri ya, que se lo trague el oscuro. Todos bailamos emparejados. Todos bailamos y no hay más grande hazaña en esta noche que bailar. Las luces de navidad brillan con más fulgor que en diciembre, más alumbradas por el trago en la cabeza, mientras el merengue le da vueltas a la borrachera y el sudor no para de caer a cuenta gotas, mientras sientes que el paraíso donde estás tiene la horma de una mujer.

Después de la tanda de merengues, todos piden descanso y aire fresco, pero muy pocos retornan al redil de los descarriados. Sin licor como excusa no hay razón para volver a apeñuscarnos, cuando podemos contemplar la ilusión que prodigan los rostros de ellas. Pronto nos convertimos en un grupo mixto, heterogéneo, unidos en las ganas de conocernos, cómplices de comentarios susurrantes al oído, que hacen cábalas sobre cual es nuestra media naranja. Así nosotros y así ellas por igual, separados por cortesías y timidez. Unidos por risas fáciles, chistes flojos, ocurrencias tontas, y por el misterio de la novedad desconocida.

Todos reposan menos Jhony que se obstina en bailar porque sabe que es la mejor, la única manera para tener una muchacha ceñida a su cintura, así de cerca, sin el rechazo que provocan sus cicatrices. Y cuando suena la salsa, no se conforma con una, saca a dos y a tres al tiempo y alborota la cadera, se tongonea en una agitación de piernas en cámara rápida como si tuviera hormigas cachonas dentro del pantalón. Quítenle las pilas que les va a sacar callos y ampollas, claman las demás niñas preocupadas por sus amigas, pero Jhony hace caso omiso a las habladurías y suda como si se estuviera derritiendo y baila como si el mundo se fuera a acabar ahorita, y baila sin parar, como si el se quisiera morir bailando, allí mismo, en sus 15 años. Como una chicharra que de tanto chillar estalla.

De pronto, más allá, veo que Tréllez somete a Piri para que se tome a las malas el último sorbo de Tres patadas. Piri le hace repulsa al gusano y Tréllez termina regando el vino tinto en su único pantalón del dril. Y contrario a lo que todos esperan no explota en rabia, como todos temen en los segundos que esperamos lo peor; ríe condescendiente, como aquel oprimido que disfruta el látigo de la inclemencia antes que seguir probando el oprobio de la indiferencia.

Justo en ese momento, las luces se apagan, Jhony se seca el sudor con una toalla y suenan las baladas. Llega la hora de la verdad, pero la oscuridad nos regresa la cobardía, y todos, furtivamente nos vamos alejando de la pista. Bailar merengue es una cosa, demasiado para ser la primera vez que te atreves a bailar sin saber… pero una balada es una declaración de las intenciones con el cuerpo. Ahora ya no se trata solo de bailar, es a quien eliges, a quien invitas para ceñirla a tu cuerpo, a quien le apuestas para… para entregar la virginidad de tu boca y practicar el primer beso lo que resta de la noche y de la vida si es posible. Qué susto.

Así que unos cuantos nos agolpamos de nuevo como pollos evitando el sacrificio y algunos corremos al oscuro, adonde Piri y el Flaco… No importa. Y renovamos nuestros votos de fuga, cuando vemos que las tías toman a tientas a los más pequeños, a Conejo y al Gordo, para aplastarlos contra sus adiposos cuerpos y no sentirse tan solteronas. Y nos juntamos arrebollados para tentarnos con desafíos de niños… si es tan berraco, saque a bailar pues, y si se cree el más machito saque a bailar a las primas buenonas de Jhony para creerle de una vez por todas…

Pero como nadie es lo suficientemente valiente, tratamos de desviar la atención que recae sobre nuestro miedo, avivando una iniciativa del Flaco. Piri es el más viejo, por ende que Piri sea quien saque a bailar a la prima bajita y maliciosa… Piri se niega porque no baila, y no baila porque no nadie osa bailar con él por el prontuario de antecedentes que tiene en contra. Su mito erigido de calumnias lo ha desbordado y es como una escarlatina, como una hiedra venenosa que ninguna mujer que se precie se atreve a tocar. Piri a fuerza de chismes consentidos se ha convertido en una lepra de la que nadie se quiere contagiar. Eso lo sabemos y por eso mismo, todos nos desafiamos al unísono, que si Piri baila baladas, - si se diera esa remota posibilidad- nosotros también nos animamos y sacamos a bailar.

Justo en ese momento, cuando nosotros íbamos ya el Flaco venía. Al frente habla con la prima maliciosa y le señala a Piri desde la distancia. Piri trata de esconderse entre las sombras pero, todos lo empujamos al frente de batalla. No se esconda pues, quien lo ve piensa que es un santo inmaculado. A ver, demuestre que es todo eso que ha aprendido en las películas y revistas, de esas historias de mensajeros de pizzería y fontaneros que hacen reventar de orgasmos a catanas aburridas… Piri comienza a temblar de furia, comenzamos a temer que estalle y corramos la misma suerte de Copito, pero ya es muy tarde para cualquier asomo de enojo, la prima viene hacia él a sacarlo a bailar… el Flaco ríe de su maldad, mientras que Piri, con ganas de desaparecer en el acto, trata de inventar un protexto… tengo el pantalón mojado… ¡No seas tan hipueputa Piri, ni siquiera has bailado y ya te viniste!... No. Está mojado por el vino que me regó Tréllez… Pero esas no son penas Viejo Piri, está oscuro y nadie se va a dar cuenta. Hágale Tigre que usted que sale a bailar y nosotros lo seguimos. Nos animamos de una. No, yo me voy. Eso ni riesgos… porque ya la prima está frente a él y le pregunta: ¿Bailamos?

Continuará…

viernes, 2 de abril de 2010

La Balada del Tigre (5)


5.

Como era de suponer, la fiesta de Jhony no era muy normal que digamos. Empezando porque era la celebración de quinces de un hombre. Pero sobretodo porque no se hizo en un salón social, como se acostumbra. Fue en la casa de Jhony, que quedaba frente al supermercado Éxito, en la concurrida calle 10.

Cómo era sábado y estábamos citados a las 8 de la noche, el sector, a diferencia de la ebullición del día, ya estaba desolado. Para entrar a la fiesta tenías que subir tres pisos hasta llegar a una terraza en obra negra.

La plancha de concreto, estaba decorada con instalaciones de luces de árbol de navidad, puestas de lado a lado, a manera de falso techo; cada cable adornado con un arreglo de bombas de colores, que le daban un aire de carnaval a ese mustio espacio de ladrillos sin revocar. Al fondo, un largo mesón con desiguales manteles de flores, donde aguardaba el bufet: con las viandas del plato frío.

Hacia un costado, una pequeña caseta de madera, iluminada con un bombillo azul. Allí, el tocadiscos, dos cajas de LP, un butaco para el disck jockey y la pista de baile rodeada por 4 bafles colgados en los postes del kiosko de tejas plásticas.

Cuando llegamos el gordo y yo, nos recibieron tres enormes morenas, con vaporosos vestidos de flores, con mismas las figuras de los manteles, pero amplios como cortinas. Nos rodearon entre mimos y contemplaciones, con acento costeño. No pararon de jalarle los cachetes a mi hermano, mientras que a mi me despeinaban, revolcándome el pelo, como a un cachorrito.

Finalmente Jhonie se coló entre aquellas moles de carne, que nos asfixiaban con sus gordos cuerpos. Las ahuyentó, con regaños de “quinceañera” neurótica. Como Jhony estaba vestido de negro, era como ver a un cuervo churrusco espantando elefantes pintados de flores. Así que a las tías no les quedó otra. Nos apretaron y pellizcaron por última vez, y se fueron entre rezongas costeñas hasta sus sillas. A la espera de darle la bienvenida a una nueva víctima que cruzara esa puerta.

Agradecidos y agotados le dimos el regalo que le mandaba mi mamá, y corrimos hacia la parte más oscura de la plancha, donde ya estaban reunidos en corrillo: Tréllez, Pimienta, Conejo, Tunas, El Flaco, El Mono, El Ciego y otros más; todos vestidos con pantalón y camisa, como pequeños señores. Todos menos Tréllez que se mantenía con pinta de futbolista y tenis viejos sin medias.

Al vernos nos gozaron el pantalón bagui, los zapatos de charol, y el conjuntico de camisas iguales, una roja y otra azul. ¿Dónde van a cantar?, dijo Tréllez. En los quince de tu mamá, respondió El Gordo y nos echamos a reír.

Como no llegaba nadie más, las tías empezaron a poner discos de vallenatos y a bailar solas. Mientras que nosotros, algo tensos y sin nada de que hablar, nos preguntábamos qué le regaló tu mamá a Jhony: Un saco cuello de tortuga, la mía también, la mía una pijama manga larga, con cuello alto y la mía otro saco. ¿Y la tuya, Ciego?... una crema muy buena para las cicatrices que mi mamá trajo de Curazao, (nos reímos) pero no me gocen, yo le dije que yo no iba a llevar eso pero, ¿quién le dice que no a mi mamá?... antes, ojalá que no destapen lo regalos ahorita porque que pena. Y ustedes… Tréllez, Pimienta y conejo, ¿los tres primos qué le dieron? El uniforme usado de “Los Redondos”, -el último equipo de fútbol del barrio-. Ea, que amarrados… cual amarrados home, lo lavamos con jabón azul y quedó como nuevo. Y al menos no le dimos el mismo cuello de tortuga, partida de repetidos. Y vos Flaco: Yo le di un collar de arepas y un cinturón de morcilla, en una caja de regalo. Quiero ver la cara que va a poner… Uy no, que no abran los regalos, volvía a pedir el Ciego, nervioso y sudoroso.

Si esto sigue así nos vamos, me sugirió el Flaco. ¿Y para donde? Para la fábrica de vino en la 14. Uy si que caspa, aquí no dan ni agua… Jhony nada que aparece y las tías no dejan de mirarnos mientras bailan solas. Ni se le ocurra mirarlas, que te sacan a bailar. Ah pero yo no sé bailar. Eso es lo peor, dicen que te van a enseñar y se ensañan, advirtió Pimienta. El último 24 diciembre no soltaron a Conejo hasta la madrugada y le salieron ampollas.

Era cierto, en sus miradas de basiliscos adivinabas sus intenciones de apretarte contra sus carnes y ponerte a bailar hasta quedar apestado como un pollo. Así que nos dedicamos a esquivarle la mirada a esas tres medusas parranderas.

Usted se preguntará, si ninguno de nosotros sabía bailar, ¿a qué íbamos a un baile? A lo que vinimos, dijo Balín, el Negro y Juan cuando llegaron con una botella de tres patadas camuflada. Entonces todos a tomar a escondidas, aprovechando alguna distracción de las tías o mandando a Conejo a que las entretenga, que luego le dejamos.

En esas por fin se digna a aparecer Jhony, que se la ha pasado todo este rato llamando por teléfono a las chicas para que se apuren.

Al vernos tomando el bagazo de vino, de boca en boca, a pico de botella, Balín le ofrece a Jhony: felices quinces. Pero él no puede tomar ni una gota de alcohol. El diciembre pasado, un tío le dio trago y al otro día se le rajó la piel cicatrizada. No puede tomar nunca más. Su ironía es vivir siempre festivo sin tomar una sola gota de licor.

Pero a él eso no lo intimida y nos ofrece ponche sin licor. Ni los más pequeños le aceptan, solo el Ciego le recibe una copita.

De pronto, llega Peter, con Marcel y Tavo. Al vernos amontonados en la esquina, mientras suena el Binomio de Oro, Peter no tarda en proferir: ¡Qué caspa! y de inmediato le propone a Jhony que ponga un caseto para animar la fiesta. Jhony se rehusa, alegando que ya vienen las niñas… Mientras llegan, decimos todos, o nos vamos… y entonces Jhony, sudorosos y preocupado por el fracaso de su fiesta accede.

Mientras Jhony convence a las tías de que se bajen a la casa y los deje poner algo música actual, el Gordo me recuerda la sugerencia de papá. Si solo hay hombres se devuelven. El gordo entonces comienza a pujar para que nos vamos o él se va solo. Gordo pero hay vinito… No, esa no esa una razón válida para él. El tío Norman le dio uno tragos en la casa de la abuela en semana santa, se acuerda que al día siguiente no se podía levantar del dolor de cabeza y no paraba de vomitar. Yo no vuelvo a tomar de eso, me dice categórico, al momento que comienza a sonar la estridencia de Slayer en el tocadisco.

Los amigos se animan, eso sí es música, vamos a poguear, pero el Gordo se asusta más, eso es metal, música satánica, yo me voy. Gordo no me haga pataleta aquí que no lo vuelvo a sacar… No, yo me voy… esta es una fiesta satánica, se obstina. Las tías al ver la algarabía de los chicos, bajan las escalas aburridas y renegando.

La fiesta es nuestra, grita Tunas, con los brazos extendidos hacia el cielo, en una ademán de victoria épica. Jhonie le baja al volumen al equipo de sonido en el canto gutural, pero Balín le sube… Jhony sufre por el destino de sus quinces y solo le replica: Bueno, déjelo ahí, pero lo cambiamos cuando las niñas lleguen… Si como no… dice Marcel… Y todos de nuevo a rotar el pico de botella. Hasta el Ciego se anima. Todos menos Oscar que no para de renegar, pero también toma Tres Patadas cuando se lo rotan. Bueno, nos quedamos, pero ojo me le dice a mi mamá que tomé… Qué va, el sapo es usted, es usted o me voy… Bueno Gordo, el sapo soy yo.

Jhony se va aparte, desconsolado, hacia una esquina, vencido como un boxeador. Mira hacia la calle, anhelante y melancólico, como quien espera a un viejo amor que no volverá.

Ya ha sonado medio casete. Muy animosos hemos hablado de películas de karate, de grupos de metal, de partidos de fútbol, de jugadores de la selección Colombia, de motos y de carros, hasta que la música cesa. Jhony hay que cambiarlo de lado, grita Peter, sin dejar de alegar que el Nacional es el mejor equipo del mundo. No. Pongamos un poquito de vallenatos, sugiere Tavo, el albino costeño y pelirrojo, extendiendo un casete que llevaba en su bolsillo. Oigan a este.

Jhonie entonces se acerca al tocadisco desmadejado, como quien debe cumplir una condena. Suena la canción. Súbale. Esta es la mejor, porque es la más pesada de todas, dice Peter, mientras el Gordo pelea con el Flaco para que no acapare más el trago. Gordo, no tome más que si mamá se da cuenta que llega borracho nos matan a los dos. Deje de ser sapo, me contesta malhumorado… y que viva el Nacional, dice mientras abraza a Peter.

Entonces Jhony, sintiéndose plantado por sus amigas, despechado y entregado a la pena se acerca a nosotros, le quita la botella al Flaco y se dispone a tomar. Eso es Jhony, dice Tréllez, anímese que esta es su fiesta, mijo.

Por poco y Jhonie sucumbe. Vuelve a agritar su piel quemada, de no ser porque en ese mismo instante entran las niñas: Diana, Paola, la otra Diana y Sandra las monas, Paula Pérez, Ana C, Sandra la costeña, Maritza y otras dos del barrio que casi nunca salen. Vienen acompañadas de Reynaldo, el negro que chuta con la espinilla y Jhon “arroz con huevo”; que siempre juegan voleybol con ellas.

Jhony se olvida de la música. Su cara se ilumina. Como buen anfitrión, corre a dar la bienvenida, y a recibir a sus regalo. Más sacos cuello de tortuga.

Desde la esquina oscura, todos nos ponemos tiesos y a disimular la botella de tres patadas. Al ver a las niñas con faldas, bluyines ceñidos, camisas estrechas, peinadas y retocadas con rubor, todos nos ponemos tiesos. Más rígidos aún, cuando Ana C se lamenta: ah que pereza, la fiesta es con esta músicaaaaaahhhh…

Eso ni riesgos… dice entonces Tavo, que se envalentona y cambia el casete por los vallenatos que trajo. Ey Tavo, ni se te ocurra, pero tan pronto suena el vallenato, las chicas se animan. Se ríen y nos derriten. Embelezados por ellas, ni Peter se atreve a decir: ¡Qué caspa!

Las niñas se agrupan como pollitas, bajo el kiosko. Ni nos determinan. Rey y Jhon llegan a saludar. Pero con más bronca que amistad los recibimos: Qué más galanes… Ellos notan la tensión en el ambiente, y no tardan en volver raudos donde las chicas. Eso, a volar, gallinazos, decimos nosotros entre dientes, envidiosos de que sean los amigos especiales de las chicas. Par de cacorros, decimos con más sorna, para sentirnos mejor, pero es inútil.

A los pocos minutos, las chicas beben ponche y ríen sin parar. El aventajado de Tavo, baila con Sandra la Costeña, mientras los demás nos hacemos invisibles,. Nos vamos sumergiendo en la oscuridad de la esquina de aquella terraza. Jhony les dedica toda la atención una por una, con melosería. El trago se agota, el gordo le da el último sorbo a la botella.

Al ver a las chicas tan cerca y tan lejos, quedamos abrumados por no saber que hacer con nosotros mismos, tanto, que muchos pensamos en seguir al Flaco para ir a la fábrica de vino; saltar del barco como ratas cobardes y ahogar con licor las penas de los tímidos.

Otra canción suena; un merengue y entre más bailable sea, más intimida a nuestro grupo que no sabe bailar. Dejen la pena y saquen a bailar, nos alienta Jhony, mientras baila con Diana. La mona lo rodea con sus brazos en el cuello. Mirá como baila la mona. Que rico. Es hermosa. Pero ni modo de hablar y de bailar menos.

Hágale que bailar merengue es de lo más fácil. El que sabe trapear sabe bailar merengue. Pero ninguno de nosotros sabe trapear. Y no obstante, Balín se anima, El Ciego se anima y sacan a bailar… Mientras que los demás seguimos conspirando para ir por otra botella de vino. Hasta que mi hermano pone el primer billete para la vaca, desafiante. A ver pues que la noche también se acaba.

El Flaco argumenta que con tragos en la cabeza hasta los más tiesos, los más arrítmicos, los más tímidos, estamos bailando en cuestión de media hora... y más sueltos, más diestros que Jhony que Rey y que Jhon juntos. Con trago van a ver de lo que somos capaces. Esos tres que no canten victoria porque van a estar echando pestes cuando las muchachas solo quieran bailar con nosotros, es más, ellas mismas nos van a sacar.

No dudamos. Todos a poner para la vaca. Tunas y el Flaco van a ir por el trago y mientras tanto vaya prestando bastante atención como baila Jhony, mire que trompo, para que baile así ahorita, ligero como una pluma y no le pise el pie a la muchacha, que eso si es fatal.

La fiesta entonces comienza a animarse, las tías suben con un par de primas de Jhony: Una, la morena, fea de cara pero espigada y crespa, con un culo portentoso. Una potranca. La otra, pelicastaña, curvilínea y coqueta, petit como los perfumes franceses y maliciosa con algo de mala clase como las bajitas. Esto se compuso. Pero a todos nos da susto la idea de que ese par portentos nos saquen a bailar impulsadas por Jhony, como venganza por el metal que le pusimos en su fiesta. Y nos acurrucamos más hacia la parte más oscurita.

Sin darnos cuenta, la fiesta ya toma sabor. Las tías, le “enseñan” a bailar a los más pequeños, ni el gordo se puede escapar. La música salta del porro a la salsa, del merengue al vallenato. Algunos de los más avezados, ya conversan con algunas chicas bajo el kiosko, y hasta Conejo ya bailó todo apretado con la prima bajita de Jhony. Pero la gran mayoría, somos cobardes que esperan ansiosos que el Flaco llegue para emborrachar la pena.

A ver si bailamos al menos la primera vez en la vida. Cómo no le paré bolas a mi prima Luz Helena, cuando me iba a enseñar a bailar, me lamento. Ahora estaría bailando, y pasando así de bueno como los del frente. Y nada que el Flaco llega. ¿Será que se voló con la plata?

En la siguiente tanda, las chicas tienen que bailar entre ellas porque los hombres no las sacamos. No nos atrevemos. Aunque Rey generoso trata de hacernos los cuartos, las dejamos plantadas en la mitad de la pista, por pena. Y nada que llega el Flaco, y ya parecemos maricas los que no bailamos.

No sabemos como justificarnos, ni como acercarnos ni que decir y es tan bochornosa aquella actitud, que ni tenemos la autoridad moral para gozarnos entre nosotros mismos.

Todos con rabo de paja, no nos arrimamos a la candela. Estamos tan graves que no tenemos ni a quien gozarnos, hasta que llega Piri. Con su único vestido de camisa caqui, sudada en las axilas, pantalón de dril gris y zapatos negros de colegio.

Entonces las chicas detienen su baile. Rey y Jhon lo miran con reproche. Las tres tías gordas se le acercan a Jhony, mientras fingen que bailan y le preguntan si lo invitó. Jhony asegura que no y se lamenta porque Piri se le va a tirar en la fiesta. Pero las primas, aún sabiendo la mala fama que precede a Piri, abogan por él y piden que no le hagan el desplante de echarlo.

Todos nos quedamos paralizados, mirándolo, recordando la sentencia de nuestros padres de no acercarnos a “ese pervertido” ni un centímetro o vamos a probar cuero en la casa.

La fiesta parece que se congela, todos miran a Piri mientras fingen que bailan y él no sabe que hacer, pero sigue parado en el limbo, entre los iluminados del kiosko y las sombras de la esquina. Nadie sabe que hacer y nadie hace nada, hasta que el Flaco aparece por detrás y saluda a Piri con efusividad.

Miren quien apareció… Pero que hace usted aquí en medio de la nada, galán, vámonos a la esquina que trajimos tres patadas.

Piri opta entonces por seguir al Flaco al lado oscuro. Se acerca inevitable mientras que Oscar y yo entramos en un dilema: Ahí viene el Flaco con el trago, pero tenemos prohibido estar con Piri. Ni modo de irnos hacia el Kiosko con las niñas, que susto, y menos sin trago cuando ya dimos la plata. Fresco, nos quedamos pero no le hablamos, le digo yo al gordo… ¿Pero si empiezan a hablar de cosas porno?, me pone a dudar. Entonces nos vamos. Tampoco podíamos juntarnos con Caliche y mírenos. Es verdad, pero si el Mono nos sapea otra vez, nos vamos a ganar una pela. Ay no, vámonos que aún hay tiempo de salvarnos de una pela doble. Pero ya tenemos una pela, que más da otra. Eso es verdad. Entonces que… ¿Nos vamos o nos quedamos?


Continuará…