El
dúo de rock experimental argentino llegó a tocar gratis en el Museo de Arte
Moderno. Era una fría noche de un martes de abril. Mientras caía un torrencial
aguacero que castigaba nuestra ciudad, se presentaron ante escasos 100
espectadores que llegaron empapados, chorreando agua en el recinto. Subieron a
la tarima vestidos con trajes negros de cuero, ceñidos a sus cuerpos flacos,
adornados con puntudos taches de metal, y con sus rostros cubiertos con medias
veladas negras, cosa que dificultó identificar quien era el chico y quien era la
chica de aquella famosa agrupación del underground austral. Tocaron su
repertorio más popular ante la pobre concurrencia que no coreó ninguna canción
porque nadie conocía la letra de sus temas. Las letanías repetitivas de sus
líricas y la estridencia de su sonido lento pronto
inundó el auditorio de un ambiente pesado y melancólico. Entonaron con desánimo melodías largas y tristes,
contagiando de un aire depresión a los asistentes... porque de eso se trata. Pese
al inclemente chubasco que reinaba en las afueras, durante las 2 horas y media
que duró el concierto, se fue desgranando aquella masa de público que fue
abandonando el recinto con las cabezas gachas y las espaldas encorvadas. Para
la última canción, la pareja de músicos se golpeaba con
sangrante carne cruda de res, al compás de una monótona pista de irritantes sonidos
agudos y bits de bajos que lastimaban los oídos. Sólo quedaba un par de
pequeños corrillos, que tomaban licor metido de contrabando, indiferentes a la
música. Algunos espectadores dispersos se frotaban sus pies evidenciando el
cansancio de estar parados. Y los miembros del staff esperaba con afán desmontar
la tarima y llevarse los equipos de sonido. Al finalizar el toque sólo se
escuchó el eco de algunos desalentados aplausos. De remate, los dos organizadores que trajeron a los artistas los llevaron a dar una vuelta en carro por
los sectores más deprimidos del Centro. Durante aquel tour la
pareja de músicos recorrió la zona roja: contempló las tristes prostitutas escampándose en los portones, esperando clientes; presenciaron el atraco a un borracho por parte de un par de gamines en un
semáforo, y se tomaron unas copas en una cantina de obreros que no los miraron
con buenos ojos. Luego, los organizadores pagaron una noche completa de una
pieza en el fondo de un motelucho de mala muerte; sin ventanas ni televisor,
con la pintura de las paredes descascaradas, una cama con armazón de concreto y
un colchón pulgoso. Allí encerraron bajo llave a la pareja de artistas, amordazados, amarrados de pies y manos. Antes
de marcharse le dieron la respectiva liga al gordo y barbado administrador del
lupanar. Le advirtieron que no los dejara salir por ningún motivo. Y si
llegaba a escuchar golpes o gritos de súplicas, entrara cada tanto, y sin
decirles una sola palabra les propinara una que otra cachetada, eso sí, no muy
fuerte. “No se alarme, usted sabe que esos extranjeros son como raros”, le
dijeron para tranquilizarlo por la inusual petición. Al tipo no le
importó, aceptó sin reparo al ver el considerable fajo de billetes. A la mañana siguiente, uno de los organizadores, el moreno, fue a
sacarlos de aquel mohoso cuarto para llevarlos al aeropuerto. Antes de abordar
el avión los músicos, sobre todo ella, con los cachetes colorados a causa de
las copiosas bofetadas recibidas durante la noche, se declararon dichosos de
haber estado en aquella ciudad y agradecidos prometieron volver el año
entrante. Días después, en su fanpage el
dúo declaró, sin ahorrar elogios, su placer por aquel regalo: la excitante
experiencia de haber sido secuestrados una noche en la zona más peligrosa de
aquella peligrosa ciudad. Y aseguraron que tal episodio sería motivo de inspiración
para su próximo álbum. Así mismo, las directivas del Museo de Arte Moderno
dieron su parte de satisfacción por el evento; la crítica especializada publicó
en la prensa que: “aquel vanguardista
espectáculo había sido un total éxito”; y los espectadores, en especial
aquellos que abandonaron el concierto más temprano, incapaces de soportar tanta
tristeza por aquella música, siguen compartiendo en las redes
sociales su admiración por aquel grupo que les provocó aquella depresión tan
sabrosa, que los dejó desolados y sin ganas de nada durante varios días.