lunes, 16 de mayo de 2011

Exploradores, Amantes, Cacorros o Sopladores

Al Loco le gusta caminar y a mi también. A los dos nos gusta tirar infantería sin rumbo fijo por las calles de Envigado y meternos por senderos que no sabemos a donde conducen… y lo hacemos porqué si, por el simple placer de perderse, por esa manía de andar sin destino. Casi siempre, subimos por calles estrechas y empinadas de esos barrios bajos (que siempre quedan altos) y sin darnos cuenta terminamos en esas partes donde el color ladrillo de casas disformes y apeñuscadas lindan con zonas rurales. De pronto, aparece un camino de piedra, se nos atraviesa una entrada angosta que se interna en una espesa vegetación, en un bosquecillo y como promete nos metemos a ver qué pasa, a explorar como dos niños chiquitos, a ver donde salimos si es que salimos o nos sometemos a devolvernos embarrados si las condiciones se tornan más agrestes que nuestra curiosidad.

En una de esas, viendo la expresión de un padre y de su niño de 12 años, cuando nos internamos en uno de esos senderos, le pregunté al Loco qué debe pensar la gente cuando ve a dos tipos de 30 años entrando en una manga un sábado a las 3 de la tarde.

-Seguro pensarán que vamos a tirar vicio…, me dijo sin dilación.

Es verdad, cuando uno va caminando por ahí y pilla a un par que se mete a un bosquecillo, piensa lo mismo de manera automática: que van a ir a soplar. Pero entonces recordé que no siempre fue así. Cuando era pequeñajo, los dominios de las mangas pertenecían a otra especie.

Antes de que las mangas fueran territorio marcado con el estigma de los viciosos fue de los amantes. De todos los amantes: de las parejas de noviecitos púberes y colegiales ardiendo en calenturas, despertando a los placeres carnales; de parejas clandestinas que a falta de motel y apremiados por la urgencia de un deseo desbocado, buscaban un refugio para dar rienda suelta a su amor clandestino; también de aquellos amores prohibidos, ridículamente pobres, que trataban de soslayar los ojos chismosos y las lenguas viperinas. Y entre esos amantes, los sentenciados al escarnio público de compartir la misma pasión y el mismo género.

Antes de que los senderos que conducían hacia ninguna parte fueran tomados por “los amantes de las drogas” y su corte de jíbaros, la gran amenaza que entrañaban aquellos retirados y ocultos parajes, era toparse con dos hombres desnudos teniendo relaciones sexuales. “Horrendo, execrable espectáculo para quien se lo encuentre”, era lo que te decían esos ojos abiertos de indignación, acuciosos de juzgamientos y brotados de moralidad que te prevenían. Como si fuera ayer recuerdo la advertencia de los mayores diciéndome en aquel entonces a mi, un niño aún ingenuo para malicias:

-Cuidadito se mete por esa manga, que es por allá donde se mantiene Guayaba – el más prominente marica del barrio, que destacaba andar en chancletas, pantaloneta apretada que le forraban el paquete y una camisa con un moño arremolinado en el ombligo como las bailarinas de mapalé- y cuidadito con ese otro cacorro, el tal Choro Yeyo, el de la camisa abierta en el pecho, que cada que se pasa en tragos se le voltea la arepa y le da por dar culo.

Gracias a estas ilustradas advertencias, también aprendí la diferencia entre aquellos especímenes que los demás trataban con repelencia como si fueran portadores de una suerte de lepra. Marica es al que le gusta dar y Cacorro el que disfruta que le den.

Desde entonces el matorral se convirtió, en el imaginario de la gente y sobretodo en el de los niños que se les alborota la imaginación con cualquier insinuación, en sinónimo de depravación. Entrar a una manga era correr el riesgo de enfrentarse a aquella perversión excolmulgable de ver a dos hombre haciendo el amor, pero cual haciendo el amor, “esa gente no hace el amor, lo que hacen es una abominación, una ofensa a Dios, antinatura, lo que están es cometiendo un pecado mortal, el peor de todos después de matar”, eso era lo que te decían, y así quedaba uno traumado incluso sin verlo porque con esa sentencia ya uno se los imaginaba en pelota, como dos animales diabólicos, perversos, que dan miedo al nivel de esos mitos de la tradición popular como la madremonte o la pata sola y peor, porque uno los proyectaba en la mente gozando de un placer sedicioso y mórbido, capaz de enlodar la inocencia más pura sólo con el contacto de aquella visión, tirarse de por vida a un niño y hasta conllevaba la terrible amenaza de ser sorprendido por aquellos monstruos y terminar violado, o en el peor de los casos, ser convertido en uno de esos horripilantes seres.

Quizás fue esta elucubración la que llevó al cacorro de manga a convertirse en un violador despiadado y sanguinario en el imaginario popular. Lo cierto es que con el tiempo ya la amenaza de la parejita de cacorros parecía un pueril juego cuando la acechanza de los violadores de niños dejó de ser un mito y se convirtió en una realidad menos folclórica y mucho más peligrosa. Y así fue, hasta que los sopladores se tomaron aquel retirado reino y reclamaron la manga como suya, para su venta, distribución y consumo.

Allí la mafia, como en todo, con su ambición mercantilista se tomó el espacio de lo que el crimen por el crimen había declarado como suyo y desplazó a los violadores a otros confines más recónditos… y hasta mejor que fue así para el bienestar de la infancia, para el gozo decadente de la adolescencia, la perdición de los perdidos, la preocupación de padres de familia, el negocio de las autoridades y la resurrección de los muertos…

-Bueno, eso hasta que llegaron otros mafiosos peores, con más poder, política y plata, compran tierra a diestra y siniestra y siguen urbanizando, aclaró el Loco.

Después de esta disertación, mientras nos perdíamos monte adentro, lo que valoraba era que en el fondo aquellos parajes que las urbanizadoras no han tocado todavía, aun conservan, fuese quien fuese el coco o la amenaza de turno, aquella magia que da la alcahuetería; de seguir siendo un espacio ideal para la libertad y el vicio, para el amor sin restricciones y para el crimen descarado y aterrador; libre de precios y de platas, libre de autoridades represivas, libre para perderse sin explicaciones, libre para deambular, para escaparse de ese otro mundo con el que linda cercado por un alambre de púas y edificado como una fortaleza enrejada de ladrillo y cemento; libre al fin y al cabo para dejar volar los pensamientos sin justificaciones, ni tiempos apremiantes, para volver a sentirse un poco salvaje, mucho más en estos tiempos donde se te pide sensatez, lógica y coherencia con un sistema productivo, que paradójicamente te alienta a que te quiebres el lomo trabajando por un jornal toda la vida, y que ahorrés, para que al final de tus días te puedas dar el lujo de irte a perder entre senderos hacia ninguna parte y para esperar la muerte en mangas escondidas lejos del barullo devorador de esa ciudad glotona que se come todo el verde a a su paso, en ese frenesí demente de productividad, donde el tiempo es oro y hasta donde salir a caminar tiene su precio.

Pensando en ello, me sentía reivindicado con la vida porque la estaba pasando de lujo, porque me estaba dando cuenta del placer que entrañaba todo aquello y que ese placer además, como muchas de las mejores cosas de la vida, era gratis. En ese momento, se cruzaron por nuestro camino un par de hombres que venían mientras nosotros íbamos. Adelante, uno con la sien entrecana, de unos cuarenta años, flaco él y le seguía un muchacho de unos veintipico de años algo jorobado e igual de macilento (relación 40 y 20, a lo José José).

Caminantes, exploradores como nosotros, pensé al comienzo con el corazón henchido de libertad y fraternidad, hasta que el Loco me sacó de mi fantaseos y me preguntó:

-¿Y qué crees que pensarán esos dos de nosotros: que somos caminantes, viciosos o amantes?

-Lo mismo que nosotros pensamos de ellos, que ahí van otro par de cacorros… vos sabés, el ladrón juzga por su condición.

-Pues entonces mejor prenda el calillo, que a mi si me parece mejor dejar la fama de soplador…

1 comentario:

  1. Jajaja, mejor fama de soplador. ¿Sabía parce que hoy es el día internacional en contra de la homofobia? Bueno leerlo de nuevo.

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