viernes, 29 de julio de 2011

El día que me suicidé

“… yo también me suicidé, a los 10 años…”

Cierro la puerta de un sopetón y muevo el pasador para cuñarla por dentro. Mi corazón galopa a mil revoluciones como estampida de potros furiosos. Y esta opresión en el pecho como si un puño de hierro quisiera hacerlo añicos. Y este ahogo y esta asfixia que exhalan mis trémulos alientos recostado contra puerta. Y con este sudor frío derramándose por la frente, inundando mis manos, siento los pasos sigilosos de la culpa, rondando en mi cabeza, acechándome como bestia salvaje y hambrienta; carnicero vil estudiándome con una paciencia eterna mientras le saca filo a sus dientes, esperando con el placer que da saborear a su presa antes de devorarla, calculando cómo desgarrarme lentamente para que mi miedo aderece su apetito voraz e insaciable. Aún escucho el llanto de Marcela en el patio, ofuscada por las pulsaciones del dolor, sus chillidos aterrados, el abrir de la llave herrumbrada, el reverberar del agua chorreando y este fluir líquido dibuja en mis recuerdos el horror de la sangre caliente brotando de su cabeza, la cabecita de mi hermana tiñéndose de ese rojo escarlata, derramándose espeso y escandaloso en su cabello lacio. Los gritos desesperados de mamá, esa maldita herida que no cierra, el café en grumos que no contiene la hemorragia, y las amenazas angustiadas de volverme trizas de aquella que me dio la vida... Y no tengo escapatoria. Al encerrarme convertí este baño en mi propio mausoleo. De aquí no saldré jamás, me haré viejo, viviré del agua del grifo, me convertiré en cazador de cucarachas; las atraeré con mis orines, las atraparé con telarañas y las comeré crudas. Su apestoso jugo de mayonesa podrida será mi único alimento. Filas de hormigas rojas serán mi postre para el mal sabor de boca, dejaré que piquen mi lengua antes de tragarlas enteras, quizá logre amaestrar alguna lagartija para no perder la cordura y cuando el hambre ya no de más tregua acaso será un exquisito pasabocas. No saldré jamás. Así me prendan fuego desde adentro. No les daré el gusto de tocarme un pelo, porque ella fue la culpable, ella me convirtió en ese energúmeno que casi la mata, ella me pegó primero, por terca y testaruda, porque si no se hace lo que la señorita diga nada vale, nada le sirve a Princesita de la casa. Debería salir y decir esto, exponer mis brazos cual nazareno, para que vean el rastro infame de sus arañazos de gata salvaje, para que vean la causa que desató mi rabia de perro callejero, para que constaten que ella no es ninguna perita en dulce… Pero es su hermana, es una niña, es menor, es mujer y a una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa, dirán entonces para justificar su rejo, porque seguro que a un niño si se le puede tocar con látigos de espinas de esa rosa intocable. Por eso mismo, desde ahora ya no les pertenezco a mis padres, me pertenezco a mi mismo. Me haré hombre antes que cualquier niño y como hombre nunca creceré para pagar este pecado cometido. Y si logro escapar, será para terminar exiliado a las profundidades de la tierra. Me secaré de hambre y estaré tan flaco que vaciaré el retrete y me iré entre remolinos… podré escapar por el tubo del desagüe, me deslizaré entre el moho viscoso, y viviré en la cloaca a donde pertenezco, repudiado por el sol, perdido en la oscuridad me convertiré en sombra y sólo se verán mis ojos rojos de un llanto que nunca se secará, me pelearé la vida entre la rapiña de alimañas e insectos que yo mismo tanto temo, y a los que pertenezco desde el instante aquel en que me convertí en otro Caín, en el asesino de mi hermana. No es para tanto, un palazo en la cabeza no mata a nadie. Miento. Se va desangrar por mi culpa. Y si sobrevive y su herida se cierra, acaso será peor, porque quedará una cicatriz inolvidable que la acompañará el resto de su vida, zanja de piel delatora como insignia de mi brutalidad, recuerdo indeleble del momento en que me convertí en una bestia por una razón sin motivo que ya olvidé, pero que pesará con el tiempo tanto… si al menos cesara su llanto inconsolable, si al menos yo pudiera sentir el dolor de su cabeza rota, el pánico de su sangre vertida, y llorar su llanto, lo haría para purgar mi pena. Si al menos pudiera abrir mi cabeza para pagar igual todo este daño hecho. ¿Pero cómo? ¿Cómo? si mi pena es más grande que la suya, así nadie me crea, es el doble: la mía y la suya. Y más honda la mía que no está manchada de clamor de castigo, de sed de venganza… Siempre es tarde para perdones. Maldita culpa… ¿A dónde iré para escapar de esta sanguijuela que me absorbe lenta y amargamente, que me seca en vida, que tiñe mi alma de aguas negras?, ¿A dónde podré refugiarme y esconderme de mi, si llevaré este infierno dentro a donde quiera que vaya? ¡Basta! Tengo que salir de este baño o me voy a volver loco; abriré la puerta y saldré corriendo con mis últimos alientos, esquivaré el látigo implacable de mi padre, las garras opresoras de mi mamá convertida en verdugo y correré hasta que se me agoten los últimos alientos, hasta desfallecer en un callejón oscuro donde nadie se atreva a entrar. Me iré lejos de casa y no volveré jamás, me convertiré en un vagabundo, dejaré crecer mi barba hasta las plantas de los pies, para cubrir los harapos que se desharán con la intemperie, soportaré el dolor de que mis dientes se caigan uno por uno, mi boca se secará y mi lengua pastosa se tornará negra como la de un loro siniestro de aliento pestilente; nadie soportará siquiera el tufo de mis palabras si es que vuelvo a proferir alguna, porque no volveré a mentar nada, todo perderá su nombre y olvidaré como hablar, ni me esforzaré en un gesto animal, en una mueca que delate emociones, me extirparé hasta el último sentimiento, mis uñas se extenderán como tornillos horrendos y filosos, asustaré a los niños y provocaré la repugnancia de los pulcros hombres, hasta me olvidaré del niño que soy, no volveré a bañarme jamás, la roña cubrirá mi piel, de la que crecerán hongos, úlceras y humedades, y la mugre me bautizará con un nuevo color, perteneceré entonces a la vieja raza de los desterrados, de los repudiados, de los intocables, oleré a mierda hasta el cabello enmarañado para alejar al más noble de los samaritanos y al más siniestro de los enemigos, para repeler moscos y gusanos, y le daré nauseas hasta a los gallinazos, no tendré ni el solaz de un perro como compañero, porque al verme hasta el más manso animal me mostrarán sus colmillos como si viera al mismísimo demonio, así dormiré bajo los puentes, al lado de pestilentes quebradas y bajo alcantarillas. No dejaré que ni la lluvia limpie esta coraza de oprobio. Y llevaré como estandarte esta pena hasta el final de mis días. Tan repudiada será mi imagen, tan lamentable mi estado, que no habrá Dios que se compadezca de mi al momento de mi muerte, seré tan abominable que se me negarán las puertas de todo infierno y permanecerá cerrado todo paraíso prometido por igual, no habrá ni limbo ni purgatorio que me absuelva, ya que no pediré perdón ni mostraré arrepentimiento siquiera cuando me llegue la hora, así me castiguen los gélidos estertores del dolor, mi cuerpo se deshará mudo entre polvo y pestilentes gases, ante la ignorancia del mundo. Me convertiré un monstruo inconcebible, que escupe a la humanidad. Tan asqueroso resultaré que no habrá seguidores que quieran repetir mi historia, ni la más retorcida y morbosa de la mentes concebidas… Dormiré de día y vagaré de noche, solo, cuando todos duermen seré una pesadilla errante, solo, un fantasma solo… estaré solo, y moriré solo, moriré solo… Pero tampoco tengo por qué cargar solo con toda esta culpa. Moriré, pero no solo y no después. ¡Ahora mismo me mataré! Para que todos sufran el escarnio que ahora yo vivo, para que entiendan lo mal que me comprendieron, para que sufran el mismo dolor que estoy sintiendo. Para que lloren un llanto interminable cuando no esté más y la culpa los acompañe toda la vida, adherida como una sombra. Entonces verán a este cuerpo mío de 10 años, ya sin alma, con las manos cruzadas, empacado en un ataúd, cubierto por tierra de cementerio, sepultado varios metros bajo tierra para festín de los gusanos, y se darán cuenta por fin que me perdieron para siempre. Yo me iré y ellos quedarán condenados a seguir muertos en vida, y esta tierra se convertirá en su calvario perpetuo. Tanto que rezarán para que la muerte se los lleve pronto. Sólo así entenderán lo que yo valía y nunca se lo van a perdonar, sobre todo Marcela; y no habrá arrepentimiento que valga para tan honda pena, mi recuerdo los atormentará hasta en el infierno, a donde irán a parar por hacer que me matara. Me voy a suicidar, invocaré a la muerte para que me deje como alma en pena por cometer este pecado contra Dios, para seguir vagando atrapado entre dos mundos, sin forma, sin cuerpo, sin anclas; seré un solo lamento errando sin destino ni redención por toda la eternidad, y mi sacrificio no lo podrá pagar nadie ni con enmiendas ni contriciones. El precio de mi condena la pagaran ellos, los que me dieron la espalda, por siglos y siglos. Y si acaso se les olvida me internaré en sus sueños, como espíritu sin rumbo, me perderé en los vericuetos de sus mentes hasta volverme su obsesión, su miedo recurrente, su fobia, su paranoia, su ataque de pánico, su recuerdo más recalcitrante, su locura, un vacío que no se llenará jamás, yo mismo me encargaré de que no me olviden… ya verán… Tengo que buscar algo filoso entre esta estantería, me abriré la cabeza con estas tijeras y cortaré mis venas; me dejaré desangrar, cuando abran esta puerta me encontrarán flotando entre una laguna de sangre morada y coagulada. Pero no soy capaz, soy muy cobarde para hacerme daño yo mismo. La sola imagen de cortarme, aleja mi mano de todo filo. Ya sé, mejor voy a meter la cabeza en el tanque del retrete… no cabe… meterla en la taza tal vez, no puedo, tengo que empujármela con más fuerza… ¿por qué tengo que sacar la maldita cabeza cuando me quedo sin aire? No voy a poder matarme maldita sea… Tengo que matarme de alguna forma porque esto no se queda así, ya no me puedo echar para atrás… si salgo de aquí, luego de que me marquen la piel a punta de cuero ventiado, tendré que vivir sometido, con la cabeza agachada de la vergüenza… hasta son capaces de cumplir la amenaza de meterme a un internado. Eso no, primero muerto antes que encerrado con gamines, sacoleros y ladrones. Primero muerto que violado… Algo tengo que hacer… a lo mejor… claro, me voy a intoxicar comiéndome todos estos jabones… Como, pero la nausea no me deja tragar… ¡Abrime culigado que ahora vamos a ajustar cuentas vos y yo!, me grita mi mamá, pegándole a la puerta como si la fuera a tumbar…. Abrime que tenemos que salir volados a ponerle puntos a tu hermana… Váyase si quiere pero yo no voy a salir nunca… de aquí me sacan pero muerto… Abrime por las buenas o tumbo esta verraca puerta… Ya le dije que no, mejor váyase antes de que su adorada hija se le muera… váyase que yo sé que usted siempre la ha querido más que a mi… tengo que pensar en algo y rápido, antes de que mi mamá llegue por mi… me empino y abro la despensa donde ella guarda los medicamentos… a ver, a ver… Aspirinas, jarabe para la tos, no, eso es para aliviar; alcohol, eso antes me emborracha, mertiolate, trato de probar, ¡uf, gas!, eso me pone a vomitar de una… Francisco Javier, no agravés más las cosas, tené compasión de mi por Dios bendito, mirá que tenemos que llevar a tu hermana a urgencias… Corra entonces, le digo mientras veo: Baygón, veneno contra mosquitos, lástima que sea en spray, mejor sigo buscando en la estantería frascos: Diablo Rojo, destapa cañerías y limpia todo tipo de obstrucción… Uy no que dolor, todo este químico me desgarra por dentro… y apenas me equivoque y me salve, estaré destrozado por dentro el resto de mi vida… Francisco, ¿qué estás rebrujando por allá?, ni se te ocurra hacer lo que estoy pensando… ¡A usted que le importa! Váyase que a usted yo no le importo… Sigo buscando hasta que encuentro el preciso: “Loción contra piojos y liendras: ESCABIÓ… Leo la advertencia en la etiqueta al reverso: “Manténgase fuera del alcance de los niños”... ¡Este fue! Si este veneno es capaz de matar piojos, cuando me tome todo el tarro me acabará en el acto… Salí Francisco y te prometo que no te voy a hacer nada… Eso dice y fijo entra y me coge a rejo… salí que no, sino me querés hacer caso, al manos apiádate de tu hermana por el amor de Dios… no señora adiós, me voy a matar… abro la tapa… me voy a matar… cierro los ojos… me voy a matar… Francisco, mi amor, abrí que no te voy a hacer nada, te lo juro por esta santa cruz… me voy a matar, abro la boca, me voy a matar y vierto todo aquel líquido verde como jarabe de limón, me voy a matar y siento como se riega garganta adentro aquel sabor amargo, me voy a matar, veo de reojo como el líquido abandona aquel frasco de vidrio café… Adiós mundo cruel… me voy a morir…. Me voy a morir… me voy a morir… ¡Me voy a morir!, y entonces me doy cuenta, ya tarde, de lo que hice… Ya no tengo reversa, no hay vuelta atrás… me voy a morir y el arrepentimiento me inunda a la par que aquel veneno… en esas mi mamá empuja la puerta, daña la chapa y el pasador, y con la correa enrollada me encuentra aterrado y pálido con el frasco en la mano… ¿Vos que es lo que estás haciendo?… Me voy a morir amá… le digo aterrado, y me derramo en un llanto inconsolable, mezclilla de un miedo paralizante, de una impotencia temblorosa… ¿Qué fue lo hiciste, maldito culicagado?… Me tomé todo el frasco y me voy a morir, le digo chillando de pánico, presintiendo que la muerte ya viene a llevarme. Mi mamá entonces constata que es aquella loción contra los piojos… Pero, ¿por qué hiciste eso?, No entiende aún, y desesperada, su primera reacción es encenderme a correazos… No, amá, perdóneme, perdóneme, yo no quise… no me pegue que me voy a morir… le digo mientras esquivo los latigazos… Vení culigado, antes de que yo misma te termine de rematar… me hala hacia el baño, interna su índice en la boca, profundo en la garganta, y me hace vomitar… luego, me coge del pelo y me saca del baño. Me lleva a la cocina y me hace tomar un vaso de leche y salimos de la casa, como alma que lleva el diablo, literalmente… hasta que paramos un taxi… Media hora después mi hermana y yo, que no hemos parado de llorar, seguimos chillando a moco tendido, entre empellones, regaños y cantaleta de mi mamá, quien entre tanto pregunta al cielo qué hizo para merecer esto… ¡Ni que fuera la peor mamá del mundo!, exclama. Sentados en la sala de espera del Hospital General de Medellín, un médico se viene por Marcela para coserle algunos puntos. Para el momento en que se la llevan, su llanto que ha amainado, se recrudece con la sola idea de jeringas, agujas, costuras… y ese Mertiolate que usan para limpiar de infecciones y que arde como infierno mismo. Se la llevan histérica, lanzando puños y patadas, sometida por dos enfermeras, mientras me advierte que se las voy a pagar todas, enteritas, punto por punto… Y voy a ver de lo que es capaz… Entre tanto, por otro médico le explica a mi mamá que en cuestión de minutos me entrarán a hacerme un “lavado gástrico”. Cagado del susto al oír aquella sentencia, le pido a mi mamá que no deje que me abran el estómago: Yo le vomito lo que sea, pero que no me rajen, amá no deje que me rajen, le digo llorando como una Magdalena… ¡Quien lo manda a hacer lo que hizo!, me responde con una expresión severa… ¡Eso le pasa por mal hijo!, agrega con tono lapidario… y deje de llorar, hágame el favor, que no lo van abrir, sólo le van meter un tubo por la nalga para que le saque todo ese veneno... No sé si calmarme o asustarme más con esa explicación, y no paro de llorar… Mi llanto atrae sobre mi mamá la mirada de reproche de ansiosos acompañantes y demacrados pacientes de esa sala de urgencias, de médicos y enfermeras que la culpan por la cabeza abierta la niña y la palidez de ese niño que se tomó un veneno. Consciente de aquel desprecio, para desahogar su culpa, cuando se acerca la enfermera, mamá me dice: Ya vienen por usted, y ojo me va a hacer otro escándalo; una pataleta siquiera y le juro que aquí mismo lo llevo a rejo y yo misma le abro la barriga… Ah, y mi Dios se lo pague Francisco Javier, porque gracias a usted, hoy todos me culpan de ser la peor madre del mundo… Perdóneme amacita, perdóneme…, le suplico. Eso ni riesgos, esta chispita que tengo usted no se me zafa así de fácil. Espere que le cuente a su papá y verá… No es sino que volvamos a la casa y arreglamos… Pero vaya, vaya, y acuérdese: sin escenitas, tranquilo; con los ojos entrecerrados me advierte: tran-qui-lo.

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