lunes, 26 de diciembre de 2011

Fantasías… y no hay quien la culpe


… cuando la Señorita X está quebrada, que es casi todo el tiempo, se pone a divagar para olvidarse un rato de sus penurias financieras.
Entonces sueña despierta que se gana el Baloto (la más cuantiosa lotería nacional) sin intención siquiera de comprar el boleto ganador.
Imagina que se gana el acumulado de miles de millones y comienza a elucubrar como distribuir ese montón de plata.
Sabe que la mitad se le va en pagar los impuestos que cobra el gobierno, “esos taimados”, por concepto de ganancia ocasional.
Le queda como mil millones largos y esa exorbitante suma la invierte en comprar propiedades: el apartamento que siempre ha soñado cerca de su barrio de infancia, ahí se le van como 400 millones. Un par de propiedades moderadamente lujosas, encalladas en urbanizaciones de barrios bien, de estrato alto, para vivir de la renta y ahí se le van otros 400 millones más.
También se compra un carro para cambiar el twingo que tiene. No último modelo, más bien estándar, bajo perfil, para evitar llamar la atención de los envidiosos que no faltan y también para que no se le vaya mucho de sus utilidades pagando impuestos, mantenimiento y repuestos carísimos. Una cosa es tener plata y otra dar la ganga, ni más faltaba.
El dinero restante lo mete en un banco y abre un CDT o una Fiducia que le representen intereses más o menos de 10 millones de pesos mensuales para poder vivir tranquila, dándose lujos pero no derrochando.
Pero también trabajaría, se aclara; se pondría a vender ropa por hobbie, creando una minúscula empresa de confecciones, modesta, sin muchos alardes para darle trabajo de paso a una que otra señora necesitada, de esas que le tendió la mano cuando estaba en la ruina. Y todas las ganancias las donaría a la caridad, para agradecerle a Dios por los favores recibidos.
De vez en cuando para darle gusto a varios caprichos pendientes viajaría a esos parajes ostentosos que ha visto en el canal Living and Travel: Quintana Rock, en límites de México, Guatemala y Bélice, antiguo imperio Maya, sería el primero. Luego se daría un recorrido por la glamurosa Europa de las postales, con residencia permanente en Londres para conocer el Palacio de Bukingham, a la reina, a la princesa o cualquier infanta y para aprender el inglés autóctono y sofisticado de la tierra madre. Y si con todo esa plata los gringos no le niegan la visa por quinta vez, iría a darse un paseíllo por New York, a conocer por fin Disneylandia, ya vieja pero no importa, y para acabar de ajustar se internaría como loca en los laberínticos Malls de Miami, dándose gusto a sus anchas.
Pensando en toda la plata que tiene, la Señorita X se anima y se va a un centro comercial de esta pobre ciudad del tercer mundo. Entra en una tienda de departamentos y comienza a escoger cuanto se le antoja. Impulsada por un voraz instinto consumista llega a la caja registradora con el carrito repleto. Para cuando se da cuenta, sale del almacén de marca con una bolsa llena de ropa. Cuando reacciona, ya es demasiado tarde. Se da cuenta que por inercia y envolate ha pagado todo aquello con una de sus dos tarjetas de crédito pensando que es rica, que se ha ganado el Baloto, pero que nada de eso aún ha ocurrido todavía más que en su fantasía.
Entonces llega a su casa de nuevo, a llorar frente al espejo mientras se mide sus costosos y finos vestidos que no tiene con qué pagar, que no le cabe en el estrecho y saturado closet de su habitación de un metro por un metro en la casa de su madre.
Tarde se da cuenta que esa manía de vivir a punta de ilusiones, la tiene esclavizada a seguir jornaleando como administradora de negocios internacionales egresada de una universidad de garaje, pero pagada como secretaria ejecutiva de una insipiente oficina de exportaciones.
Tarde advierte que esa ropa carísima que luce diario en la oficina la tiene condenada a seguir padeciendo los piropos y las insinuaciones de los clientes; esos viejos verdes a los que se expone como un maniquí cuando la obligan a acompañar a sus jefes costeños a vender a domicilio el portafolio de servicios de la empresa, y todo por tener una cara bonita y unas jugosas tetas bien puestas como carta de presentación.
Tarde para más lamentos, echa cuentas, las de verdad, las que se gana con sudor, aguante y padecimientos, para darse cuenta que los 800 mil pesos apenas le alcanzan para pagar la cuota del carro y la gasolina de mes, los servicios de la casa de su mamá donde vive después de un fallido matrimonio, completar para el mercado, darse el gustico de pedir una que otra pizza a domicilio, y lo que sobra para quedar colgada y más empeñada que antes con el pago mensual de las tarjetas de crédito, sin poder vislumbrar otro horizonte más prometedor que la ilusión de acertarle al premio gordo de la lotería.
Tarde siente que es demasiado tarde para comenzar de nuevo. Sin mucha experiencia acumulada se siente acorralada, frustrada, vencida, y se doblega ante su propio cansancio; más le puede su derrotismo, su amancebamiento a la precaria la comodidad de ser empleada; y se rinde fácil ante la idea de renunciar en pos de lanzarse a nuevos emprendimientos propios, que alimenten sus verdaderos sueños. Y eso que solo tiene escasos treinta años. Justo cuando la vida comienza pero ya se es demasiado viejo para volver a empezar de cero. “Mejor asegurar el futuro que arriesgar el presente”, piensa; con toda esta zozobra con la que se levanta a diario, con todo este miedo que carga como una pesada joroba sobre su espalda, tal como está la situación: de mal en peor, quien no piensa así... se consuela y no hay quien la culpe.
Por eso, cuando la Señorita X está quebrada, que es casi todo el tiempo, se pone a divagar para olvidarse un rato de sus penurias financieras.
Entonces sueña despierta que se gana el acumulado del Baloto (la más cuantiosa lotería nacional) sin intención siquiera de comprar el boleto ganador.
Imagina que se gana miles de millones y comienza a elucubrar como distribuir ese montón de plata…

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