jueves, 16 de diciembre de 2010

Así es uno


Como por variar ya iba tarde. Ocho de diciembre, ocho y media de la mañana y yo rodaba por la Calle 30 hacia el restaurante de mi familia. Iba trasnochado por la noche de las velitas. Me levanté de afán, sobresaltado por la llamada de Marina; una de las trabajadoras de mi mamá, que madruga a las 5 a.m. todos los santos días.

A las 8 en punto había llegado el camión que nos surte de cerveza. Y no me podían esperar más. Dígales que ya salí, que estoy en camino, que en 5 minutos llegó, pero no los deje ir, Marina.

¿Y qué les digo?, preguntó ella, adormilada como siempre. No sé, que vayan descargando las cajas, embolátelos con las empanadas que sobraron ayer y deles malta, lo que sea... Me puse los zapatos y salí disparado. No me molesté en bañarme.

Por la dificultad que dio el carro al arrancar me di cuenta de que le faltaba gasolina. Pero no hay tiempo, tanqueo de venida, me dije calculando que podía llegar de Belén al Poblado, es decir, del extremo occidental al extremo oriental de Medellín, de monte a monte. Pero calculé mal. Estaba andando con el olor y el olor se me acabó justo en la curva de la 30, atrás de Barrio Antioquia.

Barrio Antioquia es un barrio popular, cortado en dos por la avenida 65. Tierra de jíbaros y supermercado de drogos. Semillero de “chimbitas” y cultivo de “plagas”. Manzanas de calenturas, esquinas de vueltas chuecas, callejones de sopladores. Cuadras de partidos de micro y casas donde todos ven pero nadie sabe nada. Todo junto, todo revuelto como un sancocho.

La parte de adelante del Barrio, va del Zoológico hasta la 65. Es un sector medianamente acomodado, supone uno, a consecuencia de su principal actividad económica. Este funciona como una empresa claramente organizada y jerarquizada.

Cada cuadra tiene su plaza, cada esquina sus jíbaros y cada cual respeta los territorios ajenos. Nadie se mete con el plante del otro, se respetan las caletas y la veteranía. Están mejor diversificados que una tienda de cadena; si uno no consigue lo que busca, lo orientan con lujo de detalles, se la traen o se la mandan traer en un santiamén.

Al otro lado de la 65, la cosa parece más caótica. La prosperidad se va perdiendo en degradé a medida que uno se va acercando al Aeropuerto Olaya Herrera con el que limita. Por los lados de la pista se ve un corredor de casuchas de madera o de cemento sin revocar, convertida en un enorme lavadero de buses tipo Pullman que aguardan en fila día y noche.

Cerca de la 30, al lado de este lavadero a la intemperie, hay un amplio lote siempre enlodado, que sirve de parqueadero para maquinaria de construcción. Y frente a este lote estoy yo, solo, varado, en un día festivo de navidad. A mitad de camino de mi casa y del negocio familiar. A espaldas de Barrio Antioquia, en su parte más deprimida. En tierra de nadie, sin teléfonos públicos a la vista, lejos de cualquier bomba de gasolina a varias cuadras a la redonda. Y para colmos, sin un minuto en el celular.

Con todo lo que dije de Barrio Antioquia yo sé, como los que viven allí, que cuando se trata de un barrio popular no se puede generalizar; la mayoría de la gente del Barrio no es mala por su condición. Es gente humilde, rebuscadores, que tratan de sobrevivir de cualquier modo, pero no es mala. Lo sé porque durante muchos años fui un asiduo cliente de su miscelánea, con decir que hasta tenía jíbaro propio.

Allí entendí que el hecho de que uno venda drogas no lo hace a uno una mala persona. Lo que pudre a la gente es lo ilegal del negocio.

Si quieres prosperar en un negocio ilícito tarde o temprano tendrás que demostrar tu temple con sangre para hacerte respetar. Ese es el mecanismo de estos negocios; lo importante no es llegar sino mantenerse y por eso algunos se vuelven unas completas lacras… para mantenerse.

Y sin embargo, con todo lo que sé de Barrio Antioquia y su gente, con el cupo lleno de requisas de polochos por andar por ahí mal parqueado, con los visajes que me tocó aguantar para que me consiguieran un triste calillo en época de escasez y raqueteos, yendo como Pedro por su casa cuando se permitía la dosis personal y viniendo como perro regañado cuando la volvieron a prohibir, con todas esas horas vuelo, justo cuando estaba encerrado en mi carro, me dio culillo estar en Barrio Antioquia. Serán los años que lo vuelven a uno cada vez más nervioso, más gallineto, y me sentí desprotegido y amenazado.

Y eso que ya eran casi la nueve de la mañana. Y eso que a mi lado sólo pasaba inofensiva gente trasnochada, enguayabada, emparrandada hacia sus casas. Con el asiento de una media de ron, de un alelí o de un chirrinchi apaga retinas. Unos cuantos indigentes con costal al hombro, ocultos entre chamizos secos, fumándose el primer puchito de bazuco del día. Nada más. Al fondo, los lavadores de carro, puliendo buses, empezando su día laboral, buscando su jornal. Y con todo y eso, yo apresurado, subiendo la ventanilla del carro, sintiendo que toda esa gente me quería hacer el daño.

Yo que siempre recomiendo esa vía como el mejor atajo para llegar al Poblado, me invadí de pánico. Y mientras tanto recordaba la advertencia que le hago a las mujeres que me acompañan por ese trayecto: Haga esta ruta pero ni se le ocurra de noche, que de pronto la atracan.

Para ser honesto, creí que dejar el carro ahí mientras iba por gasolina, era darle papaya a cualquier deshonesto aventajado. No le voy a dar el gusto a ningún avispado de que se arregle el día conmigo, eso pensaba. Y por eso opté por arriesgarme con una manera que consideré más satisfactoria.

Paré el primer taxi que se me apareció. Le pedí el favor de que fuera a comprarme gasolina a la Estación más cercana. Era un señor gordito con bigote entrecano, que a mi propuesta repuso: ¿Por qué no deja el carro asegurado y yo lo llevo en un dos por tres? Por supuesto yo me negué y le dije que no me daba confianza el lugar. Pero es por la mañana, nada le va a pasar y menos a ese carro.

Yo sé que mi viejo Daewood, modelo 96, está cajeteadito, descascarado y con paños de sol en la pintura, y que era muy remota la posibilidad de que alguien se lo fuera a trastear. Eso sería un encarte hasta para el más desesperado de los ladrones.

Quizás le podían romper un vidrio… pero, ¿para qué?... No llevaba equipo de sonido. Pero recordé aquel mito urbano del carro varado que dejan en un barrio popular y cuando vuelve el dueño lo encuentra desvalijado de espejos y sin llantas.

Llámeme estúpido, paranoico o como quiera, pero imaginarme a mi bólido sobre cuatro tristes ladrillos, provocó que yo me obstinara en la idea de que el taxista fuera por la gasolina mientras yo permanecía a la custodia de mi cacharro. Así que le di 20 mil pesos al taxista, y le pedí que por el amor de Dios no se demorara mucho.

El viejo aquel se río y se fue como quien no quiere la cosa. Parecía la mejor alternativa, pero tan pronto como lo vi alejarse, y perderse de vista, pensé que yo si era el más güevón de todos los varados. ¡Torombolo!, me dije, le acabás de dar de papayita 20 mil pesos, la única plata que tenías a un taxista desconocido que a lo mejor ni va a volver… y me sentí ahora sí más solo y más varado que antes.

Impotente por aquella “burrada olímpica”, no me quedó de otra que encerrarme a esperar mientras me reprochaba:

No puede ser, me eché cantaleta… el señor tenía cara de buena gente. Imposible que se vaya a pegar de 20 mil cagados pesos… Por favor, es un pinche taxista, y esos se pegan de lo que sean. ¿O acaso vos crees que salen a que los vean trabajar?, me contesté… Si, pero todavía hay gente honesta… y si me roba, pues… lo que por agua viene por agua se va… Dejá de decir pendejadas y mejor acordate de la placa. ¿Cuál era, cual era?... TIF 734, TIF 734, TIF 734 ó era TFI 734 ó 736… Ay carajo se me olvidó…

… y punto seguido: Ah, pero eso sí… le voy a dar 15 minutos, y si no aparece, empujo el carro hasta la terminal del sur si me toca. Yo mismo lo desvaro y ese viejo malparido va a saber lo que es meterse conmigo. Me pongo a llamar todo el día a todas las flotas de taxis hasta que lo encuentre. Y si hace falta mañana mismo voy al tránsito, encuentro a ese viejo hijueputa porque lo encuentro y lo denuncio para que le quiten la licencia… es que definitivamente ya no hay gente honrada en este país de mierda… Bueno, calmémonos, seguro que el señor viene… pero y si no… ¿Cuál era la placa?

Psicótico, seguí como disco rayado con este mismo ritornelo. La espera se hizo eterna y el tiempo no avanzaba. No haber sacado el radio para entretenerme aunque sea, pensaba para aderezar mi letanía con más reproche. Y me la pasé mirando para atrás y para adelante a todo taxi que pasaba con la esperanza de que apareciera el señor.

Cuando ya se me agotaba la fe, paró un taxista que se ofreció a ayudarme, pero yo, desengañado de ese taimado gremio, le dije que no con cierta sorna; que ya un colega suyo estaba en esas y pronto regresaría, le dije para ahuyentarlo con evidente grosería.

Aburrido y resoplando de la putería como un toro, desengrané el carro. Cuando comencé a empujar, por la espalda llegó el anhelado taxista. Al verlo, la rabia se convirtió en vergüenza… ¡Cómo pude pensar tantas cosas terribles de aquel noble anciano!... Y luego con alegría de bobo, le confesé: pensé que ya no iba a venir… Hombre, cómo lo voy a dejar tirado… y por cagados veinte mil pesos… eso no se le hace a nadie, me contestó afable. Para acabar de ajustar y hacerme sentir más ruin todavía, me trajo la devuelta completa con cuentas claras y no me iba a cobrar sino la carrera mínima.

Eso ni se le ocurra, le contesté agradecido, con cara de idiota complacido. Luego me dijo: Ojo con esa bolsa que está porosa, y se me regó en el tapete. Me mostró y vi un considerable reguero. El carro le quedó pasado a gasolina como su fuera un Chevette. Y como si ya no fuera suficiente antes de irse me aconsejó: Siempre es bueno que tanquee a tiempo, mire que si lo pilla un tráfico eso le da parte. Es que tengo el medido dañado, le respondí como una excusa.

Tan pronto como cargué el tanque, arranqué. A unos pocos metros, en el lavadero de buses, lo vi echando manguera a su tapete. Por experiencia sé que el reguero a gasolina queda oliendo varias horas. Sentí que con aquel favor había perdido mucho más de lo que yo le había dado. Seguramente iba a pasar todo el día aguantando las quejas de pasajeros asfixiados por aquel denso olor. Qué más se le va a hacer, lo saludé y seguí de largo.

Finalmente llegué a las nueve y media al restaurante. Para ese momento, los coteros ya habían descargado todas las cajas del pedido. Ya se habían comido las empanadas del día anterior, habían refrescado su gaznate con malta. Y no le habían echado el perro a Marina porque Marina es una señora fea y bajita que vive sonsa de tanto madrugar y no inspira.

Como no me pudieron localizar porque Marina no se sabe mi celular, llamaron a mi hermano el gordo para que viniera. Él llegó antes que yo, recibió el pedido malgeniado y entretuvo, no sé como, a los de la cerveza esperando que yo apareciera con la plata.

A pesar de que el gordo estaba cansado de trabajar hasta las 3 de la mañana, y con solo unas escasas 5 horas de sueño, sólo me pidió que pagara, sin pereques.

Fue justo cuando yo iba a pagar, que el gordo detuvo la transacción. Al parecer los tipos del camión habían descargado 5 cajas de cerveza de más, a nuestro favor. No se habían dado cuenta. Como quien dice nos estaban dejando 5 cajas de cerveza regaladas. Casi 300 mil pesos. Esto me lo comentó primero a mi y yo lo comprobé.

En cuestión de segundos, de manera automática, yo pensé: No digamos nada. Ellos son los que pierden, quien los manda a no darse cuenta. Pero luego pensé… esa plata no la pierde Bavaria, esos ricachones de mierda que van a perder, ese descuadre se lo cobran a esta pobre gente… Pero, qué importa, quien los manda. Y me quedé mirando al gordo en un silencio cómplice, como quien dice: Coma callado que ya goleamos.

Sin embargo, el gordo, que no entiende de suspicacias, porque él si tiene la honestidad a flor de piel, llamó al costeño que manejaba el camión y le dijo: Hey Coste, aquí hay unas cajas de más…

En ese instante yo pensé: Gordo regalado, como está esta situación de verraca con estos aguaceros, como estamos de necesitados de plata, y este gordo pendejo regalándola… Eso sí, cuando ellos son los que se equivocan dejando menos cajas ahí si no rectifican, porque a nosotros no nos regalan es nada… Gordo güevón…

Aclarado el asunto, los tipos se llevaron sus cajas. Y como retribución, aquel costeño sólo le dijo: Gracias Gordo, nos salvó de tener que pagar… si fuera otro… Si fuera otro, le dije yo cínico, no les cantamos ni media.

Entonces ellos se fueron, mientras yo me quedé rumiando una rabiecita lenta que me carcomía por dentro y me dañó el día. Gordo Güevón, pensaba una y otra vez, con resentimiento. Mientras que él se despedía con una sonrisa tonta del Coste; contento por su buena acción boy scout del día, con la ingenua alegría que sólo tienen los inocentes, con aquel brillo destellando de sus ojos, con esa candidez idiota que sólo irradian los nobles de espíritu, con esa tontería irremediable de los honrados.

Esa rabia me hizo olvidar que minutos antes dependía de la honradez de un desconocido. Que ese “pinche” taxista me había dado la lección de honestidad a costa de su propio bienestar y que cuando yo tenía que seguir el mismo ejemplo, ya sea con 20 o con 300 mil, no tenía el más mínimo escrúpulo. Ni asomo de honestidad. Así es uno.


Post-Data:

Ese mismo día en la tarde le conté a mi novia lo sucedido. Le devele mis viles intenciones y mis más oscuros pensamientos. Esperé su comprensión, pero a cambio, como merecido pago, sólo recibí esta respuesta:

Ah con que esas tenemos… y a mi si me echás cantaleta porque me robo semáforos en rojo, me restregás en la cara aquellos favores pagados que hice cuando trabajé en la Registraduría, y me echás cantaleta por no cantar las prendas que no registro en el Éxito… ¿Sabés qué? No me volvás a decir ni mierda porque la autoridad moral la tenés en la nalga… Ni más faltaba… ¡Trabajador de Calle! Eso es lo que sos.

1 comentario:

  1. Creo que puede caber el dicho de: para una persona los demás suelen ser la regla y él la excepción. Así que vos, como sos vos, te podés sentir con todo el derecho a renegar de los que son deshonestos con vos. Y a la vez te podés sentir con el derecho a ser deshonesto con los demás.
    Suerte Pacho. Chimba leerlo de nuevo por acá.

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