sábado, 28 de agosto de 2010

Varado y sin arreglo (1)

Como todo en mi vida, aprendí a manejar carro tarde. Pasado ya los treinta. Hice el cursillo práctico en una academia de conducción de garage sin destacarme y aunque no fui a la clase teórica de señales de tránsito, obtuve el pase en un santiamén.

Gracias al cuñado me compré un carrito de segunda: un Daewood Racer del 96, vinotinto, que antes había sido un taxi. "Una lancha", tipo sedán, con sistema de gas, que me evitaba las restricciones del pico y placa. Me valió 6 millones de pesos; un gangazo, si se tiene en cuenta que yo le pagaba al cuñado, ya que el carro se lo habían dejado en consignación por un negocio, y que lo saqué a crédito, pagando módicas cuotas de 500 mil pesos mensuales. Ni lo sentí.

Creo que ha sido el negocio más acertado de mi vida, sobre todo cuando yo me tumbo solo en cada nuevo emprendimiento. Era evidente que cuando lo compré el carrito estaba viejo y descuidado, que daba señales inequívocas de que su antiguo dueño lo había tratado a las patadas hasta dejarlo averiado. Y sin embargo, los arreglos mecánicos y los repuestos resultaron irrisoriamente baratos pues la mayoría de estos carros están descontinuados o en proceso de chatarrización. Así que con todo y los achaques de mi nuevo bólido, ponerlo a rodar nuevamente requirió una mínima inversión.

Entonces salí a la calle, con el orgullo del cicatero; de haber pagado lo menos posible, así “un lado de la papaya esté podrido”. Y me hice al volante con la satisfacción de haber evitado dar la ganga al comprar un carro nuevo, ya que como se dice en mi comarca: “Carro nuevo no es siquiera una inversión, es un lujo costoso y desagradecido, que comienza a perder plata desde que sale del concesionario”.

Lo más gratificante es el sentimiento de libertad e independencia que brinda un automóvil. Podés ir donde querás y cuando querás sin pagar más. Adiós a las eternas y demoradas rutas de los atiborrados buses, adiós a los molestos taxistas con su andar desenfrenado, sus quejas, impertinencias y avionadas.

Pero más agradecida aún quedó mi economía personal. Tanquear a gas resulta una bicoca en comparación con la gasolina, y por 30 mil pesos podés andar una semana completa y hasta más, lo que resultó ideal para mi apretado salario de profesor de cátedra. Como no tenés pico y placo no hay limitaciones de horarios ni de días para rodar. Como es carro viejo, no hay ladrón que se moleste en ponerle el ojo, ni gamín que le robe los accesorios, porque es tan poco lo que le darían en el mercado negro que se encartan. Y lo mejor de todo, si aún eres un buñuelo y apenas estás despegando motor como piloto, no te preocupes que los repuestos y reparaciones te valdrán huevo.

Precisamente, mi novatada me hizo rayar el carro reversando en uno que otro parqueadero. (Reversar es un arte que requiere oficio) o encunetarme en una que otra zanja. Cosa que no hubiera sido así de fácil con un carro último modelo, en el que el más nimio rayón me habría implicado empeñar la nevera, que es lo más valioso que tengo en mi patrimonio.

Pero no todo es alegría y diversión. Están las varadas. Suceden cuando menos lo esperas, y se dan justo en los lugares más oscuros y tenebrosos que puedas imaginar si es de noche; en medio de una transitada avenida si es de día, ganándote toda clase de improperios por el taco que has formado; o en torrenciales aguaceros, que hace aún más engorroso labores tan tediosas como cambiar una llanta o empujar el carro.

Como si fuera Murphy el que trazara las leyes de aquel incómodo momento, cuando te varas descubres lo solo que estas en la vida, porque los demás conductores pasan a tu lado y hacen de todo menos tenderte una mano. Son muy pocos, diría uno, excepcionales, aquellos que se solidarizan contigo, porque en estos tiempos aciagos, la gran mayoría van de afán, temen que tu “supuesta” varada sea una treta para un atraco, o simplemente siguen impasibles a tu lado para mirarte con lástima o para echarte la madre porque no movés el carro para evitar el embotellamiento que estas causando.

Entonces, hay que llamar a la aseguradora para que mande una grúa, o te den una asistencia tecnomecánica dirigida… pero ¡Cual seguro!; a los carros viejos no los aseguran. Por eso hay que dejar el carro bien cerrado, poner los conitos del kit de carretera con el sacudidor rojo de advertencia sobre una roca, no vaya a ser que además de varado te choquen y dejar tu patrimonio tirado en medio de la avenida para ir a buscar ayuda. “siquiera es un cacharro de segunda, nada le va a pasar”, piensas para tu consuelo.

Justo ese día el cuñado, que siempre se ofrece cordialmente a desvararte no está en la ciudad. Tus familiares cercanos saben menos que vos de mecánica y si los llamas entran en un estado de alarma y pánico, porque para ellos varado es sinónimo de accidente. Así que no hacen otra cosa que llamarse entre ellos, como un teléfono roto, regando el chisme de que “Pacho se accidentó”. Se la pasan preguntándose que pueden hacer, sin una solución aparente. Como la mayoría están trabajando, muy ocupados o no se quieren levantar de la cama, te mandan en tu auxilio a un taxista conocido.

Media hora después, el profesional de servicio público revisa el motor por encima, especula posibles problemas, dictamina cual médico mediocre que sólo queda acudir a un mecánico y se marcha a seguir con sus carreras porque no puede perder el día y tiene que liquidarle al patrón.

Queda entonces el mecánico que te recomendó el cuñado pero no tienes el teléfono, y no hay de otra que el mecánico del taxista; que éste se demora una eternidad en localizar por el readioteléfono, mientras les dice a sus colegas “que un chopo conocido está armando un taco tremendo, QTH entendido (entre burlas y comentarios de que ya le dan el pase a cualquiera)”

Cuando por fin se logra contactar al mecánico, no está, no puede, no contesta, si contesta dice que justo sacó el día libre y está en el parque de las aguas con la familia, si puede dice que no tiene herramienta, sugiere que te las arregles para llevarle el carro al taller, o si queda en venir, luego de dos horas de hacerte esperar no aparece y apaga el celular.

Lo anterior en el mejor de los casos, porque siempre que te varas ya no tienes minutos de celular, todos los teléfonos públicos alrededor están dañados, no hay chazas de muniteros cerca, no hay nada cerca, y si hay, no hay nada abierto, y si están abiertos no hay minutos de celular y si hay, es solo del otro operador, y si hay del operador tuyo, no tienes plata.

Y si no hay minutos menos habrá un cajero, pero si hay un cajero electrónico es de otra entidad bancaria, o tienes fondos insuficientes, o está temporalmente fuera de servicio. Así que hay que echar infantería para buscar un mecánico cercano que mínimo está a 10 cuadras.

Por lo regular este mecánico es un tipo adusto, malaclase y perezoso al que despertaste de su eterna siesta y se levanta molesto. ¡Son una belleza! Primero te preguntan que tiene el carro. Si uno supiera prescindiría de sus servicios… luego se demora una eternidad buscando herramientas o terminando de resolver algún asunto que le da por resolver justo en ese preciso momento, cuando le resulta trabajo. Camina con la parsimonia de quien tiene todo el tiempo del mundo y rezonga tanto por tener que caminar tantas cuadras que temes decirle que luego del arreglo debes ir a un cajero o casa de tu mamá por plata para pagarle. Así que mejor no le cuentas, no vaya a ser que se arrepienta a priori y te deje más tirado y más varado “más solo que solo”, sin esperanza alguna.

Cuado por fin llegas con el mecánico. Ves desde la distancia el taco tan impresionante que se ha formado en torno a tu carro. Ves tu carro como una isla que parte el flujo del tránsito en dos corrientes lentas y torrenciales. Pero qué más da, ya perdiste todo un día de trabajo y en la agitación y el acelere nisiquiera pudiste llamar a explicar nada. Es la hora pico y ya nada importa.

Te acercas a tu carro en medio de miradas inquisidoras, y descubres que no tiene los conitos ni el dulce abrigo siquiera, se los han robado, y hay un agente de tránsito, con la libreta de comparendos en mano, que mira hacia todos lados para zamparte la multa.

Cuando llegas y le explicas lo ocurrido: que nadie te ayudó a empujar el carro y tuviste que dejarlo allí con los conitos y el dulce abrigo, te exige que lo muevas en el acto. Luego, del pesado esfuerzo, mientras el mecánico reniega que “así queda muy difícil, mover semejante armatoste entre dos”. El tráfico te pide los papeles. Como están en regla, se le ocurre revisar el resto del kit de carretera para creerte que los conitos fueron robados. Allí encuentra que el extinguidor está vencido y que al estuche de primeros auxilios le falta la pomada contra quemaduras. Como ya había hecho el comparendo, te lo entrega. Si todo hubiera estado en orden, se habría pegado de cualquier problema para entregártelo igual. Y se marcha inmediatamente, para evitar quejas y reproches.

Entonces quedas con el mecánico. El tipo revisa el carro, y cuando crees que por fin todo se solucionará, el mecánico te especula sobre algunos problemas y dice que debe llamar al mecánico. “¿Luego, usted no es el mecánico?”… No, no es el mecánico, es el ayudante del mecánico y debe llamar a su jefe - que también debe estar haciendo la siesta- para explicarle el problema y que traiga la herramienta precisa que me desvare… ¿Dónde hay un teléfono para llamar por aquí?”, te pregunta, y todo vuelve empezar.

Dos horas más tarde, el mecánico jefe, más malaclase y somnoliento que su ayudante, después de escarbar en el motor buscando el problema, asegura que no es el arranque, no es el motor, ni la caja de cambios, ni el "cloch", ni los discos, ni el encendido, ni la parte eléctrica... y sentencia que hay que llamar a una grúa y llevar el carro al taller para encontrarle el daño... Dos horas depués de esas dos horas llega la grúa y debes ir con ellos a la casa de tu mamá para pagarles el acarreo, soportando sus denuestos.

Y así quedas varado tres días más, porque el carro pasa en el taller, en estado suspendido, porque los mecánicos tenían trabajo pendiente. Al final te dicen que al carro se le descargó la batería, que no hay que cambiarla porque la pudieron recargar, pero que hubo que cambiarle los pistones de no sé que, las balineras de no sé donde, los conectores del regulador de quien sabe qué...

El arreglo te termina valiendo un ojo de la cara, descompletándote la quincena, porque ... "no es que los repuestos valgan mucho, usted sabe, es el trabajo, la mano obra la que vale; componerle los pereques a estos carros viejos". Y no te puedes quejar porque ahí se les acaba lo adormilados y negligentes, se aprovechan de tu ignorancia en el tema para sacarte toda, y si reviras te sacan la cruceta, lo smás queridos.

Lo peor es que tampoco te sirve de nada quejarte ni con tu mamá siquiera, porque te dirá: "Deje de ser desagradecido, que lo que es con plata se arregla, pero la salud mijo es más valiosa... antes dele gracias a Dios que no le pasó nada en ese accidente".

Y sin embargo, el principal problema no es vararse… es chocarse. (Espere la parte 2)


1 comentario:

  1. Bravo!!!

    Magnific, no es al unico que le ha pasado, confiezo que no me ha tocado en persona, pero como si fuera lo mismo, porque estar con tu madre, en un camion de esos en los que distribuyen los alimentos como la leche, y de repente la caja de cambios se trabo y no hay otra manera de mover el carro... Toca empujar y como no sabes conducir, tu madre debe ir en el timon mientras te partes la espalda en dos tratando de mover el tanque que se encuentra frente a ti... por si fuera poco los hombres del camino te gritan ¡¡¡ Huy mami que rico su culito!!! mientras te pitan para que corras el señor camion que tapa la via de salida... si... que jodita los carros viejos y varados.

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