lunes, 30 de enero de 2012

Bizarro


Trato de pasar la calle pero el semáforo cambia. Me detiene. De pronto miro al lado y me encuentro a un moreno igualito a mi. Crespo, alto, flaco y desgarbado. Nos cruzamos las miradas y él también parece reconocer su imagen en mí. Lo reparo de pies a cabeza. Veo sus tenis untados de barro, el pantalón amplio como si fuera regalado. La camisa de tela china con el cuello floreado. Sus manos son diferentes a las mías: callosas y amarillentas en las palmas. Tampoco nos parecemos en los codos. Los suyos están endurecidos y blancos. Y su cara, aunque se parece a la mía… su cara está erosionada por el acné. Pienso que he encontrado a mi bizarro. La copia idéntica que todos tenemos en el mundo está a mi lado. Paradoja del destino.
Noto un parecido tan asombroso entre él y lo que recuerdo cuando me miro en el espejo que se me eriza la piel. Quiero hablarle pero no sé que decir. Me pegunto que pensó Supermán la vez que encontró a su bizarro. Recuerdo al “Príncipe y al Mendigo” de Mark Twain. ¿Que me diría él si yo le propongo que cambiemos de vida por unos cuantos meses? ¿Será que quienes nos conocen, nos quieren, y saben como somos, se darán cuenta de que están con otro hombre? ¿Podré resistir acaso que le haga el amor a mi mujer, que me reemplace en el trabajo, y viva en mi casa? Lo escruto con disimulo. Me carcome la duda de si el estará pensando que yo también soy su bizarro.
¿Cómo me verá? ¿Qué pensará? ¿Cómo vivirá? ¿Si yo soy parecido a él o él es que se parece a mi? ¿Quien es el reflejo de quien?
De pronto mi similar rompe el hielo y me dice: “Patrón, una moneda, de calidad”. Me estira su mano gruesa endurecida, callosa por el trabajo. Dibuja en su cara una mueca de compasión. Mientras me busco en los bolsillos, veo el brillo de sus ojos. Descubro. No. Imagino que su alma y la mía son réplicas, gemelas encerradas en dos cuerpos idénticos pero viviendo una realidad distinta, paralela. Cuando dejo caer las monedas sobre su palma me pregunto por qué no soy yo el que las estoy recibiendo. ¿Qué hace que él ocupe el lugar en el que existo?, ¿Qué trágica broma hizo que yo naciera de unos padres como los míos, que tenga las cosas que tengo? ¡Qué misterioso designio hizo que él no sea lo que yo soy!
Pero a él no parece interesarle las mismas preocupaciones. Cuando cambia el semáforo, me dice: “No se sienta ofendido pero usted me recuerda a alguien”. Será a usted mismo, le respondo. Pero mi bizarro no contesta. Me recibe las monedas y me da la mano agradecido. Cuando me aprieta con sus manos ásperas siento un corrientazo en mi cuerpo. La visión del mundo se me nubla por un par de segundos. Él sigue su camino, borroso. Mientras mi visión recupera el foco, lo veo irse como yo; tirado hacia delante con la boca abierta y yo también sigo mi camino en dirección opuesta.
Entonces me siento raro. Me veo los tenis rotos y embarrados, el pantalón sucio, las manos callosas. Corro a una vitrina y veo mi reflejo. La cara surcada por el acné, el pelo grasoso y el cuello de la camisa floreado. Sin entender que me pasa, salgo corriendo para darle alcance a “mi otro yo”. Esto no puede estar pasando. No es lógico. No es real. Pero lo es. Me aruño para descubrir que no es un sueño, ni una pesadilla.
Entonces pienso que el desgraciado bizarro aprovechará mi cuerpo para apropiarse de mi vida y posición. Le hará el amor a mi mujer, dilapidará mis ahorros, chocará mi carro, delinquilará a mi nombre, destruirá mi prestigio en el trabajo. Tengo que detenerlo antes de que eso ocurra.
¿Por qué me pasa esto a mí? No tengo mucho dinero, ni grandes posesiones, ni estatus, pero lo que tengo es todo. Soy solo un pez del abigarrado cardumen de la clase media, un profesional que a duras penas se mantiene a flote. Es todo lo que puedo pensar mientras lo busco en la calles, en la cuadras, entre la gente y el comercio. Pero es inútil. Parece que se lo tragó la tierra.
Pienso que lo mejor será correr a mi casa urgente y avisarle a los míos lo ocurrido. Seguro que no me creerán. Para ellos seré un extraño, un timador, un oportunista parecido a mi y se harán a oídos sordos a mis explicaciones. Pero sé que los puedo convencer con detalles de mi vida que solo ellos conocen. Eso es. Así me creerán y estarán dispuestos a ayudarme para atrapar al bizarro. ¿Pero luego qué?...
Luego, le daré la mano al bizarro para que se deshaga este hechizo, maldición o lo que sea que haya pasado para quedar encerrado en este cuerpo. ¡Dios mío ayúdame!... Un momento, que estoy diciendo, yo no creo en Dios. ¿Y si no resulta? ¿Si sigo atrapado?, ¿Si no hay solución para esta paradoja? Entonces seré un fenómeno, producto de inexplicables fuerzas paranormales. Muchos no lo creerán y no faltarán aquellos estúpidos que me vean como émulo. Como una santidad. Eso sí la ciencia no me captura antes, a mi y a mi bizarro para descuartizarnos en busca de alguna revelación. No. He visto demasiada televisión. Nadie me creerá. Peor aún seré un monigote de los medios. ¿Y si no es así? Que tal que deba seguir mi vida en esta cuerpo anónimo y desafortunado.
¿Podrán seguirme amando los que ya me conocen? ¿Se acostumbrarán a esta nueva apariencia? Si por lo menos este pobre diablo tuviera plata, gracia y presencia, no sería tan malo. Bueno al menos me queda mi inteligencia, mi carisma y mi encanto. Eso me hará levantar. Salir del lodo y triunfar como hasta ahora lo he hecho. Si señor, aunque tenga este cuerpo y el entorno en contra me impondré.
A quien engaño. Necesito mi cuerpo. Es parte de lo que soy. Es increíble todo lo que se piensa en los momentos de desesperación. Las preguntas y las imágenes se atropellan en la cabeza. Un segundo parece contener una eternidad, como en los sueños. Pero al no encontrar al ladrón de mi esencia, solo me puedo preguntar con lástima y frustración: ¿Qué será de mi vida?
Después de dar vueltas por varias cuadras, vuelvo a la misma esquina donde todo comenzó. Y allí lo veo. Me veo. Tratando de pasar la calle pero el semáforo cambia. Me detiene. Nos detiene. Lo sorprendo por la espalda y lo agarro del hombro. Todo se nubla otra vez y los dos reaccionamos a una descarga eléctrica. Cuando reacciono, no sé que hago parado frente a ese tipo que se parece a mi. Pero de inmediato lo recuerdo todo. Aquel hombre acaba de darme unas monedas. Entonces pienso que la pobreza y la riqueza es un asunto de comparación. Pero me voy feliz porque siento que la felicidad de tener con que almorzar es única e irrepetible. Y termino pensando que cual igualito a mi ni que cuentos, pobre y todo, con la pinta que yo soy no hay doble que me iguale.

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