jueves, 22 de abril de 2010

La balada del Tigre (6)

6.

Nos quedamos. Y la fiesta vuelve a calentarse a punta de tres patadas. El vino convoca de nuevo a los chicos. Los aleja de las sirenas y los trae de vuelta como corsarios arrepentidos. No tarda en formarse un corrillo alrededor del Flaco, dueño y señor de aquel elixir, de ese menjurje que hierve la sangre y afloja la lengua. Antes de que lo pensemos, sin pensar siquiera, un trago aquí y otro allá y todos hablan como cotorras, todos menos Piri; quien ahora es una sombra que se interna en la oscuridad de la esquina.

He aquí a un indeseable hecho de rumores, que no fue invitado a aquella ventolera pero está. Un colado sin vergüenza, un repudiado por el qué dirán, que espera con las manos en los bolsillos que lo echen por cualquier pretexto, ya sea el dueño de la fiesta o sus tres tías, ya sea una chica melindrosa y repelente, ya sea alguno de nosotros, fáciles judas para un tipo destinado, que siempre lleva las de perder.

Raro es, pero Piri tampoco toma, se enloquece. La última vez, dicen las malas lenguas que se aligeran con el licor, llegó a su casa prendido a encender con golpes a Copito, el perro pequines de su hermana y todo porque lo sacaron de un cine porno por inmoral. No exagere… No lo ponga en duda, más bien pregunte que habrá hecho… Y así no crea no me importa, lo cierto es que le propinó tan severa golpiza al pobre can, que apenas si parecía un juguete de cuerda, que le dejó dos costillas quebradas.

No sólo es un pervertido, es una amenaza latente, un atarván que cuando se enoja no perdona; que se ensaña con algo y no lo suelta, como los perros con rabia… como lo gatos en celo… y hasta que no descarga su ira de bobo callado no para, es peligroso como olla atómica a punto de estallar. ¿Y la abuela no lo castigó? Qué le va a hacer algo esa vieja alcahueta, esa es la que lo tiene así de podrido.

Y vaya usted a saber porqué se enoja, ni motivos tendrá, solo basta que le den una chispa a su frustración… y hay que pagar escondedero a peso. Por eso, mejor ni le hable, no lo determine, y no se sienta mal que él ya está acostumbrado… mejor siga su fiesta, deje aquel muerto en paz, que más pronto que tarde se dará cuenta que es un fantasma, un invisible, y se irá como vino, porque el muerto al hoyo y el vivo al baile. Pero anímese, no piense en las desdichas de este desventurado, porque nadie lo mandó a llamar, a fin de cuentas él ya está acostumbrado a importunar con su presencia y a irse con desplantes de rechazo, es su sino… mejor corra a coger aquella niña que ya están poniendo merengue otra vez y el cuerpo ya está ligerito con los tragos de vino tinto, sanguíneo, listo para bailar.

Así que todos a trapear muchacha y a brillar baldosa a punta de zapatilla, apache y mocasín. Saque, baile y aprenda pisando a la damisela. Eso sí, ponga cara de pena cuando se pierda en malos pasos, cuando el ritmo, esquivo, lo abandone y lo deje en medio de la pista solo con su pareja.

No se preocupe, vuelva a coger el paso, uno adelante y otro atrás, flexión de rodilla, constante y sonante, y aférrese a ella como quien se cuelga de la puerta de atrás del último bus lleno, péguese al vaivén ajeno y disimule su arritmia natural, oculte su falta de seguridad en usted mismo y sonría si las piernas también le tiemblan cuando trata de hablarle a ese frágil y suave ser que abraza.

Ahora olvídese del ritmo, deje de contar los pasos mecánicos, no cuente más que se envolata otra vez, y déjese llevar por ella como una sedita, deslícese en el arrullo de aquel cuerpo melodioso y armónico, y por lo que más quiera, solíviese, suelte la cadera, desentuma los hombros, y mantenga el engaño de que es usted el que lleva y da, de que usted es ya un hombre hecho y derecho, porque el hombre es el que propone y la mujer dispone.

Al voltear la mirada todos bailamos menos Piri. Pero a nadie le importa Piri ya, que se lo trague el oscuro. Todos bailamos emparejados. Todos bailamos y no hay más grande hazaña en esta noche que bailar. Las luces de navidad brillan con más fulgor que en diciembre, más alumbradas por el trago en la cabeza, mientras el merengue le da vueltas a la borrachera y el sudor no para de caer a cuenta gotas, mientras sientes que el paraíso donde estás tiene la horma de una mujer.

Después de la tanda de merengues, todos piden descanso y aire fresco, pero muy pocos retornan al redil de los descarriados. Sin licor como excusa no hay razón para volver a apeñuscarnos, cuando podemos contemplar la ilusión que prodigan los rostros de ellas. Pronto nos convertimos en un grupo mixto, heterogéneo, unidos en las ganas de conocernos, cómplices de comentarios susurrantes al oído, que hacen cábalas sobre cual es nuestra media naranja. Así nosotros y así ellas por igual, separados por cortesías y timidez. Unidos por risas fáciles, chistes flojos, ocurrencias tontas, y por el misterio de la novedad desconocida.

Todos reposan menos Jhony que se obstina en bailar porque sabe que es la mejor, la única manera para tener una muchacha ceñida a su cintura, así de cerca, sin el rechazo que provocan sus cicatrices. Y cuando suena la salsa, no se conforma con una, saca a dos y a tres al tiempo y alborota la cadera, se tongonea en una agitación de piernas en cámara rápida como si tuviera hormigas cachonas dentro del pantalón. Quítenle las pilas que les va a sacar callos y ampollas, claman las demás niñas preocupadas por sus amigas, pero Jhony hace caso omiso a las habladurías y suda como si se estuviera derritiendo y baila como si el mundo se fuera a acabar ahorita, y baila sin parar, como si el se quisiera morir bailando, allí mismo, en sus 15 años. Como una chicharra que de tanto chillar estalla.

De pronto, más allá, veo que Tréllez somete a Piri para que se tome a las malas el último sorbo de Tres patadas. Piri le hace repulsa al gusano y Tréllez termina regando el vino tinto en su único pantalón del dril. Y contrario a lo que todos esperan no explota en rabia, como todos temen en los segundos que esperamos lo peor; ríe condescendiente, como aquel oprimido que disfruta el látigo de la inclemencia antes que seguir probando el oprobio de la indiferencia.

Justo en ese momento, las luces se apagan, Jhony se seca el sudor con una toalla y suenan las baladas. Llega la hora de la verdad, pero la oscuridad nos regresa la cobardía, y todos, furtivamente nos vamos alejando de la pista. Bailar merengue es una cosa, demasiado para ser la primera vez que te atreves a bailar sin saber… pero una balada es una declaración de las intenciones con el cuerpo. Ahora ya no se trata solo de bailar, es a quien eliges, a quien invitas para ceñirla a tu cuerpo, a quien le apuestas para… para entregar la virginidad de tu boca y practicar el primer beso lo que resta de la noche y de la vida si es posible. Qué susto.

Así que unos cuantos nos agolpamos de nuevo como pollos evitando el sacrificio y algunos corremos al oscuro, adonde Piri y el Flaco… No importa. Y renovamos nuestros votos de fuga, cuando vemos que las tías toman a tientas a los más pequeños, a Conejo y al Gordo, para aplastarlos contra sus adiposos cuerpos y no sentirse tan solteronas. Y nos juntamos arrebollados para tentarnos con desafíos de niños… si es tan berraco, saque a bailar pues, y si se cree el más machito saque a bailar a las primas buenonas de Jhony para creerle de una vez por todas…

Pero como nadie es lo suficientemente valiente, tratamos de desviar la atención que recae sobre nuestro miedo, avivando una iniciativa del Flaco. Piri es el más viejo, por ende que Piri sea quien saque a bailar a la prima bajita y maliciosa… Piri se niega porque no baila, y no baila porque no nadie osa bailar con él por el prontuario de antecedentes que tiene en contra. Su mito erigido de calumnias lo ha desbordado y es como una escarlatina, como una hiedra venenosa que ninguna mujer que se precie se atreve a tocar. Piri a fuerza de chismes consentidos se ha convertido en una lepra de la que nadie se quiere contagiar. Eso lo sabemos y por eso mismo, todos nos desafiamos al unísono, que si Piri baila baladas, - si se diera esa remota posibilidad- nosotros también nos animamos y sacamos a bailar.

Justo en ese momento, cuando nosotros íbamos ya el Flaco venía. Al frente habla con la prima maliciosa y le señala a Piri desde la distancia. Piri trata de esconderse entre las sombras pero, todos lo empujamos al frente de batalla. No se esconda pues, quien lo ve piensa que es un santo inmaculado. A ver, demuestre que es todo eso que ha aprendido en las películas y revistas, de esas historias de mensajeros de pizzería y fontaneros que hacen reventar de orgasmos a catanas aburridas… Piri comienza a temblar de furia, comenzamos a temer que estalle y corramos la misma suerte de Copito, pero ya es muy tarde para cualquier asomo de enojo, la prima viene hacia él a sacarlo a bailar… el Flaco ríe de su maldad, mientras que Piri, con ganas de desaparecer en el acto, trata de inventar un protexto… tengo el pantalón mojado… ¡No seas tan hipueputa Piri, ni siquiera has bailado y ya te viniste!... No. Está mojado por el vino que me regó Tréllez… Pero esas no son penas Viejo Piri, está oscuro y nadie se va a dar cuenta. Hágale Tigre que usted que sale a bailar y nosotros lo seguimos. Nos animamos de una. No, yo me voy. Eso ni riesgos… porque ya la prima está frente a él y le pregunta: ¿Bailamos?

Continuará…

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