sábado, 24 de abril de 2010

La Balada del Tigre (7)

7.

Piri no dice ni fu ni fa, se queda tieso, suspendido en estado de rigor mortis, y por poco deja plantada a la dama si no es porque Tunas lo empuja. Obligado a bailar, baila pero no sabe y se le nota a leguas, hasta con la luz apagada. Y eso que moverse al compás de la balada americana no representa mayor esfuerzo ni meritos.

Es música hecha para juntar los cuerpos y no moverse, para acercar los labios y frotar la pelvis, lento, bajo el resguardo cómplice de las tinieblas, lento. Es música para tararear un inglés nunca aprendido y susurrarlo al oído de las chicas con tono romanticón. Es a fin de cuentas, música que trasciende los sonidos y se vuelve momentos inolvidables que siempre se quedarán en vos, muy adentro, pletóricos de esencias; de aquel primer beso trémulo, del prístino roce de la yema de los dedos, de una delicada caricia no provocada y muy sentida, de la sensual respiración de un pecho agitado contra tu pecho, de la piel suave de aquella niña que abrazaste una sola noche y no querías soltar nunca más. Es la primera llave que podías encontrar para abrir la cerradura del amor.

Pero Piri no baila, apenas si se mueve, tieso y acartonado. Como si no hubiera aprendido nada de la agitación de coxis de las películas porno que ha visto hasta saciar sus ojos y exprimir su cuerpo…

Y como no hay nada mejor que la vergüenza ajena para levantar los ánimos y animar las valentías, cumplimos nuestra promesa. Lo seguimos en su osadía y nos lanzamos a sacar a las niñas a tientas entre la penumbra, como las tías de Jhony.

Hola amor mío, dulce corazón, quieres bailar conmigo esta pieza y hacernos eternos mi cielo, es lo que claman nuestras almas nóveles al abrazarnos en la pista. Y es lo que clamarán de aquí a la eternidad sin vuelta atrás. El primer paso bailado es sólo el preámbulo del placer y el dolor que nos depara ese largo y tortuoso camino del amor. Y que placer esta pena.

Así que baila sintiendo la deliciosa fragancia de una mujer, baila para que el tiempo se detenga, baila para que te olvides que eres carne, niño, sueño; baila reclamando tu derecho a la divinidad. Baila y busca anhelante los labios de aquella que será tu amor sempiterno aunque sea solo por un instante. Es lo que exige tu corazón palpitante.

Solo obedece al impulso y la autoridad de ese reclamo, cierra los ojos y bésala como nunca has besado. Aprovecha la oscuridad cómplice y cruza las barreras infranqueables que la luz impone. Porque la vida solo dura lo que dura este momento sin tiempo. Porque nunca has besado.

Y besa. Besa como si el mundo fuera nuevo y se fuera a acabar tan pronto como acaba aquella canción que siempre amenaza con terminar; besa como si tu vida dependiera de esa boca y tu respiración de aquel aliento tibio y húmedo.

Siente con gusto el temblor de tu cuerpo, deléitate con todas las papilas de su lengua, explora gentilmente las cavidades de su boca, doma aquella tierra indómita, hasta que te olvides de respirar y respires al compás de su ritmo cardiaco, hasta que te duermas en las mullidas almohadas de sus labios.

Y olvídate de ti, porque desde ahora ya no te perteneces, ya que no hay maldición más grande que el primer beso que das en la vida, así sea porque te quisiste perder en los laberintos de la curiosidad. Mátate de curiosidad como se matan los gatos. Sin excusas, porque ya has dejado de ser niño y solo por un beso, como lo profetizaron hasta entonces los cuentos de hadas y de brujas, ya que con el tiempo te darás cuenta que son la misma vaina, las dos caras de la luna; la oscura que permanece siempre oculta y la que brilla que es la que siempre te deslumbrará como un hechizo.

Baila y besa que aquel placer infinito, irrevocable e inefable, supera a la cruel muerte que te acecha y se cierne sobre ti. Baila y besa porque el amor es vida y no hay otra verdad absoluta, porque no hay otro paraíso prometido más que este y está en este mundo hecho especialmente para ti, a tu justa medida.

Pero la canción acaba, las luces se encienden y debes abrir los ojos. Debes dejar de bailar y padecer el dolor de la separación. Ahora vuelves a ti mismo pero incompleto porque aquella magia, tu espíritu, se ha quedado prendido en ella. No la abandones, eso sería un verdadero pecado; obstínate y exige que vuelvan a apagar esa maldita luz que ella lo consentirá, ella lo anhela, únete al grito que pide que la noche siga siendo oscura por siempre para perder hasta el último aliento, para absorberle a esa niña divina hasta su última esencia.

Pero pronto te das cuenta de que no hay súplica que implores que pueda convencer al ocio y la necedad. La luz se enciende y raya la noche como la aguja a un disco. Y todo porque a Tréllez se le ha dado el capricho de burlarse de Piri…. Ea María Piri, dejá de ser pervertido, respetá a la señorita, ¡ya te viniste cochino! Entonces todos volteamos a mirar al centro de la pista. Piri sigue bailando con los ojos cerrados, separado de su “pareja” como quien baila un vals y no una balada americana. Automáticamente apuntamos la mirada a la parte más predecible cuando de Piri se trata: y la vista sale disparada a su pantalón, mojado a la altura de su bolsillo, con el relieve de su pene en la tela de dril…

El temido depravado se convierte entonces en el hazmerreír del convite, en el bufón de la fiesta. La prima se escandaliza y se aleja del pobre infeliz con asco y repudio, en medio de carcajadas cuyo eco retumba en la calle vacía. Piri trata de explicar que aquella mancha es solo un infortunada accidente, un casual reguero provocado por el que ahora es su infame verdugo. Pero nadie le cree.

Sordos por conveniencia, nadie lo quiere escuchar y su voz se parece apagar conforme aumentan las críticas de desprecio de nuestras parejas danzarinas, de los amores de aquella noche de iniciación. La chicas estremecidas se aprietan contra el pecho de sus edecanes e imploran que lo saquen a como de lugar.

Jhony alarmado por un lamentable y abrupto final para su fiesta, vuelve a encender los ánimos con un vano intento tropical, pero nadie se atreve a poner un pie en la pista. Las niñas se niegan mientras aquel tipo siga allí. Seguro es capaz de manosearnos en medio de una balada y confundirnos con que se trata de las suaves caricias de nuestros príncipes, el muy taimado. ¿Quien quita que el solapado aproveche la oscuridad para profanar nuestra inocencia con obscenidades sin nombre, que nuestras mentes, puras y castas, jamás se han atrevido siquiera a imaginar?, ¿Quien dice que no mancillará nuestra moral dejando una mancha indeleble de perversión?, es lo que piensa las niñas.

Que lo saquen o no bailamos. La fiesta se acaba, se van las niñas y con ellas la gloria de sus besos. Unidas ahora en corrillo, apoyan y consuelan a la prima que sigue fingiendo escozor; sintiéndose sucia y violada en su buena fe. Pobre prima, solo tenía buenas intenciones y así le pagan. Ya era demasiado padecer con resignación aquel miembro erecto, rozándola en el baile, y que la obligó a bailar separada por recato. Pero qué respeto se puede tener con este tipo asqueroso, acaso no era demasiado sacrifio ya, aguantar aquellas manos sudorosas y húmedas como babosas mojándole la camisa. ¿Qué consideración puede haber para este despreciable ogro?… Que lo saquen ya mismo.

Pero a pesar de este rosario de rechazos, Piri no se va. Corre de nuevo a la esquina oscura, a esconderse como un insecto asustadizo ante una redada de depredadores hambrientos. Allí se queda, solo, a la espera de algo que no sabe qué es, mientras que todos lo sentenciamos con miradas de reprobación… Porque a quien se le ocurre hacer tal canallada frente a las niñas, y preciso con la prima del anfitrión; es lo que dicen algunos para ganar puntos con sus chicas, mostrándose envalentonados por la ofensa, aunque saben que es una patraña, una vil mentira; todos sabemos lo que pasó porque lo vimos, pero nadie tiene el coraje de ponerse de su lado, que es el lado de la verdad...

Todos rechazan a Piri con indiferencia y silencio canalla a sabiendas que es más inocente que todos juntos, que simplemente es un idiota útil, un pobre tonto desviado y nada más que eso.

De repente, cuando el Flaco es nombrado el emisario oficial para persuadir a Piri de que es mejor que abandone la terraza por las buenas, sube un muchacho musculoso con pelo al rapé. Lleva la camiseta gris apretada, que forran macizos pectorales, venoso y cuajado por el ejercicio. Entra con pasos de caballo fino, con un casco de motocicleta de alto cilindraje en sus manos. Es nada más y nada menos que el novio de la prima que ha salido temprano de su turno como portero de una discoteca de mafiosos para darle la sorpresa a su amada. Y quien se lleva la sopresa es él, cuando la prima corre a abrazarlo cual princesa rescatada por su noble caballero. Y entre lamentos le susurra al oído la razón de su desasosiego.

Justo en ese momento, vemos que Piri sale de la oscuridad y se precipita a las escalas. Corre huidizo como un insecto sale de su guarida encandilado por una luz molesta, y se pierde como alma que lleva el diablo, temiendo lo peor, prtegiendo con cobardía rampante su integridad. Provocando cinicas carcajadas de nosotros, sus peores traidores.

Y piri que se va y las luces se apagan. Las niñas piden más baladas para eclipsar el suceso y asunto olvidado. Para cuando nos damos cuenta nos entregamos dóciles al encantamiento de sus besos. Porque, contrario a lo que creyeron nuestras madres, no fueron las revistas, ni las películas, ni los comentarios porno de Piri los que nos alejaron de la tierna edad de la infancia, fueron los besos, aquellos primeros besos de fiesta de balada americana y bombillo apagado, los besos de aquellas niñas que empezaban a sentirse mujeres, los que nos convirtieron en hombres.


Continuará...


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