viernes, 19 de febrero de 2010

TOTO (2)


Días más tarde, acompañé a mi papá hacer unas vueltas en el centro, y quedé flechado por un reloj que vi en un Sanandresito del Hueco. Yo que, a mi escasa edad no sabía leer las manecillas del reloj, le insistí a mi padre que por lo que más quisiera me diera ese regalo. "Usted está muy chiquito y no necesita saber la hora... un reloj es para gente que tiene la obligación de trabajar y sabe que el tiempo es oro", me dijo mi papá para que yo desistiera. Pero no pasó media hora para que mi papá, harto de mi, terminara por comprármelo. No sin una advertencia: “Bueno, este es su regalo de cumpleaños y no me pida nada más”. Era abril y yo cumplo años en octubre pero no me importó pasar en limpio el resto del año.

Cuando llegué a la casa no vi la hora de salir a mostrarle a mis amigos mi nueva adquisición. Todos me hicieron corrillo para ver aquel reloj “electrónico” de dos botones; pulsando uno daba la fecha y el otro iniciaba el cronómetro. Pero lo más admirado era su forma: era un avión de combate plateado, con misiles en sus alas; la hora estaba en la cabina, y lo mejor, es que se desprendía a presión para que uno pudiera transformarlo en un robot. Mi nueva posesión no tardó en despertar la envidia de todos y no faltó quien me ofreciera cambiarlo por su miniatari. Pero yo estaba tan orgulloso de tener un artículo original por primera vez en mi vida - pues todo lo que mi papá nos daba era chiviado, pirata y hechizo- que desistí esta y otras tentadoras propuestas.

Desde entonces yo andaba ostentando mi reloj para arriba y para abajo. Pero la dicha me duro poco. En el barrio comenzó a correr el rumor de que estaban robando por el Parque Astorga, más conocido como el Parque de los Enamorados, porque allí las parejas de bachillerato del INEM iban a ahorrarse la plata de un motel entre los matorrales.

Por esos días, Medellín era un hervidero de ladrones; en el centro era cotidiano ver a cualquier parroquiano correr tras un ladrón gritando “¡Cójanlo!”; a señoras impotentes viendo como un gamín en cicla les jalaba sus cadenas de oro golfi, de plata y de fantasía, y varias veces había escuchado a mi papá, que trabajaba en una cantina de Guayaquil, contar aquel tétrico relato de aquellos ladrones que robaban anillos de oro, con dedo incluido.

Aunque El Poblado todavía se consideraba un barrio sano, ya circulaban noticias de que estaban robando los pisos, como le decían a los tenis de marca de la USA. Los Nike, los Reebook y los L.A. Gear, eran los más apetecidos por los cacos. Y fue Ofo (Oscar Adolfo) el primero en dar testimonio de que era cierto y de que el hampa ya rondaba nuestro barrio.

Mientras jugábamos a los policías y ladrones cerca de la canalización de Patio Bonito, Ofo, que jugaba de Policía, se escondió entre unos guadales cuando le apareció por la espalda un ladrón de verdad. Lo apercuelló con una navaja patecabra, le exigió que se quitara los tenis y le advirtió que si miraba para atrás, se devolvía y lo chuzaba. Durante el robo, Ofo se orinó en los pantalones y después se quedó como una estatua durante 15 minutos hasta que llegó su hermano Federico (que jugaba en el bando de los ladrones) para rematarlo con dos tiros invisibles de su pistola de plástico. El juego se terminó y de regreso a casa, los demás nos fuimos acompañando a Ofo en medias y oliendo a berrinche.

La noticia corrió entre las madres de la cuadra con la velocidad de los chismes y no tardaron las prohibiciones para jugar en ciertas zonas alejadas. Y sin embargo, también Federico, Esteban y otro niño del que no me acuerdo el nombre, quedaron sin tenis, víctimas del misterioso ladrón. Con todos se las ingenió para cogerlos de quietos e impedir que lo identificaran en su escape.

Con los padres alarmados y los policías de verdad más asustados que nosotros, ya que por ese tiempo Pablo Escobar estaba ofreciendo 2 millones de pesos por sus cabezas, la única pista, que aportó Federico, era que el ladrón andaba en bicicleta.

Como los niños estábamos "marcando calavera", mi mamá y mi papá tomaron dos medidas drásticas. Primera: No comprarnos zapatos de la USA, así berrearamos y patalearamos, y segunda; reunirse con los demás padres para acabar con el ambiente de zozobra que reinaba en la cuadra. Pero los padres no se mantenían en el barrio por sus obligaciones y trabajos, así que le pidieron a los muchachos más grandes del barrio su colaboración en la búsqueda y captura del ladrón.

Los jóvenes más creciditos de Los Loaiza, Los Tamayos, Los Escobares y Los Jaramillos, que era la barrita de la cuadra; muchachos de bien, jugadores callejeros de fútbol, bailadores de salsa e inofensivos tomadores de un bagazo de vino llamado tres patadas, se ofrecieron con gusto a emprender la pesquisa; también Sara, Catalina, Astrid, y las demás peladas de la cuadra se ofrecieron para peinar el barrio... con decir que hasta Camilito Rúa, al que Padres e hijos temían por su fama de pendenciero, y al que todos trataban de lejitos por sus negocios turbios como lavaperros de narcos, se unió a la causa y convidó a la cacería a su primo Toto. Y eso que Toto siempre fue muy casa-sola y no la iba con los demás muchachos de la cuadra.

Aunque mi mamá me tenía “terminantemente prohibido" volver a salir de la casa con el reloj, yo pensé que con lo malo que era Camilito Rúa y toda la gente del barrio con los mirada aguzada viendo movimientos sospechosos, estaba más que protegido. Incluso imaginaba que Toto se topaba con el ladrón y, ya que el ladrón también andaba en cicla, Toto se iba en su persecución. Lo seguía, como en las películas de acción, por calles estrechas, saltando escaleras, metiéndose por recovecos, sorteando carros, esquivando gente, insultando a unos policías en moto para que lo siguieran, deslizándose en el Pie que forma la canalización, hasta que, luego de un increíble salto de un lado al otro de la quebrada, Toto embala y le corta el paso; lo cierra con un frenón en seco... el bandido termina por derrapar sobre el pavimento y es encanado por los policías que Toto se trajo detrás.

Eso imaginaba yo, en mi cabecita de niño, y por eso metía mi reloj en la maleta a escondidas de mi madre y lo sacaba tan pronto como ponía el pie en la calle… A fin de cuentas, con Toto como “Angelito” de la guarda, qué malo iba a pasar…


Continuará...

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