domingo, 21 de febrero de 2010

TOTO (FINAL)


Entonces Toto levantó la navaja, me cogió de un brazo, yo cerré los ojos con ganas de llorar todos los llantos del mundo, y esperé el chuzón… hasta que escuché la voz de Macana, que desde el frente le gritaba, como un reproche: “¡Toto!”…

Lo demás no lo recuerdo bien. No vi que pasó en aquellos cortos y eternos instantes entre Macana y Toto. Me perdí la mirada de furia e indignación de Macana, su desengaño. No vi la reacción de Toto, al que sólo le escuché: “¡Metete en lo tuyo, Macana!”… solo sentí el estrujón que me tiró al piso y escuché como los pasos de Toto se alejaban entre la hierba.

Después, oí a Macana que me decía: “Ya puede abrí los ojos, muchacho… recoja loh hapatos y váyase pa su casa… y que esto le sirva pa que no esté ahí solo dando papaya… que el palo no está pa cuchara”… Le di las gracias y le dije que en el parque habían dejado a dos muchachos del INEM en pelota… Macana me repitió que me fuera, le dio un pitazo al tabaco y me dijo que no preocupara que él iba a ver… “como pinta ese jaleo”. Y salió con los pies descalzos y el paso lento, envuelto en su propio humo.

Cuando llegué a mi casa, ya eran como las 6 de la tarde. Estaba tan tembloroso y tan pálido por el susto, que mi mamá no tardó en preguntarme qué me pasaba. Yo que me había prometido mantener la calma y dejar todo sepultado en el silencio, para evitarme la pela por haber sacado el reloj sin permiso, la miré y estallé en llanto. Entre chorros de lágrimas le conté que Toto me había atracado y que por poco me chuza.

Mi mamá comenzó a revisarme de arriba para abajo, asustada buscando alguna herida, y muy brava mientras me daba palmadas por desobediente. Horas después, yo seguía llorando más por el susto que por los golpes cuando llegó mi papá.

Al conocer la historia por boca de mi mamá, a mi papá se le salió el cantinero que llevaba adentro, y salió furioso a ajustar cuentas con Toto, a la casa de Dona Rita, entre las súplicas de mi mamá que le decía: “deje así”, mientras le pedía encarecidamente no agravar más el problema.

Mi papá regresó al cabo de media hora. Mi mamá le sirvió la comida y de una le preguntó que había hecho. Pero papá le dijo que no quería hablar de eso ahora para no dañarse la comida y comió en el más absoluto silencio. Yo quería preguntarle que había pasado, cómo había enfrentado a Toto, quería saber si había podido recuperar mi reloj, pero antes de que pudiera preguntarle algo, acalló toda mis dudas cuando me dijo: Mañana hablamos. Y se fue para la tienda de la esquina a tomarse unos tragos que le despejaran la cabeza.

Esa noche no pude dormir a causa del miedo y la excitación palpitando en mis venas. Cuando las luces estaban apagadas, y mis hermanos dormían, escuché entrar a mi papá a la casa. Luego escuché como se quitaba la ropa, justo al lado de nuestra pieza, donde yo los podía escuchar nítidamente. Tan pronto como sonaron los resortes del colchón por el cuerpo gordo de mi papá, mi mamá despertó y le sacó información al viejo, por donde era.

- Augusto, que cosa con vos, hasta en los peores momentos de tus hijos encontrás una excusa para irte a beber con esos borrachos de la esquina… Pero hoy no te voy a echar cantaleta, porque si no me quisiste contar y te fuiste con todo ese misterio es porque algo pasó… que pasó, contame.

- Yo te cuento pero no le podés contar a nadie.

- Vos es que crees que yo soy como esas viejas desocupadas de por aquí que no tienen nada que hacer mejor que andar inventando chismes…- le replicó mi mamá, molesta.

- Bueno, si te vas a poner así no te cuento, le dijo Augusto.

- Ah bueno, no me contés, pero entonces las perdés todas conmigo…

- ¡Ah que pereza… con vos no se puede hablar!… (Y hubo un silencio)

- A ver pues, contame… no me dejés con la intriga.- le pidió mamá, más condescendiente.

- Pues nada… que yo llegué a la casa de Doña Rita para contarle la situación. La tienda estaba cerrada y casi no me abre. Cuando me iba a ir, salió en levantadora.

- Cosa rara en ella- dijo mi mamá…

- El asunto fue que cuando yo le voy a contar lo que su adorado nieto hizo, ella ni me dejó hablar. Me dijo que ya Macana había ido y le había contado todo para tratar de enderezar a ese muchacho. ¿Y entonces qué vamos a hacer?, le pregunté yo… Y ella me dijo que lo acompañara al fondo de la casa. Yo la seguí y llegamos a un cuarto. Cuando me abrió la puerta, vi a ese Toto, con la cara hinchada de golpes y amarrado a la cama con una soga. Temblaba, y con la respiración toda agitada me dijo: “Qué querés calvo hijueputa… vos también venís a pegarme, hacele perro, hacele, pero no vas a oler el reloj de ese malparidito hijo tuyo nunca”. Doña Rita, cerró la puerta y el muy hijueputa comenzó a insultarla, diciéndole hasta de que se iba a morir. Estaba como loco… Hasta me dio pesar.

- ¿Y que fue lo que le pasó?…- preguntó mi mamá acelerada…

- Al salir de la pieza, me encontré con ese Camilito, el otro nieto de la doña, que llegaba de lavarse las manos en el patio, con la camisa salpicada de sangre. Me pidió disculpas por lo que había hecho su primo y por boca de él me enteré que el Toto ese estaba llevado del vicio. Desde hacía rato venía soplando bazuco… empeñó cosas de la abuela, hasta robarle la plata del surtido de la tienda y cuando lo pillaron, se hizo el güevón. Empezó a traer zapatos a la casa, robados porque eran talla de niños. “Yo no le dije nada, porque me dijo que dizque estaba vendiendo zapatos y yo le creí”, me dijo Doña Rita, que me juró por todos los santos que ella no sabía nada de los robos, porque ni Camilo ni Toto le cuentan nada y cómo se la pasa metida en la tienda todo el santo día, qué iba a saber que pasa afuera.

- Eso dice ella para hacerse la boba- replicó mi mamá- porque a mi me consta que tiene una lengüita…

- Pero suponiendo que le contaron, qué se iba a acordar con la edad que tiene esa señora… - dijo papá

- Pero… ¿quién le pegó?… - arremetió mi mamá, intrigada.

- Quien iba a ser… el Camilo ese… Había acabado de llegar de estar perdido y se encuentra que en la casa está Macana soltándole todo el rollo. Entonces como que se fue a buscarlo, lo encontró en Barrio Antioquia soplando, lo trajo del pelo, lo encerró en la pieza y lo cascó dizque “porque él no podía soportar que fuera bazuquero y para acabar de ajustar ladrón”… Mirá quien lo dice. Entonces me aclaró que lo amarró porque lo iba a desintoxicar a las buenas o las malas, ya que siempre que le habían llevado a esos centros de rehabilitación se gastaron un furgo de plata, pero a la semana se volaba y volvía peor.

- ¡Ay que pesar…!- exclamó mi mamá, conmovida y sincera.

- ¡No cierto!... Pero más pesar me dio de Doña Rita. Con lágrimas en los ojos, me pidió el favor de que no le contara a nadie para no dañarle la vida a ese pobre muchacho en el barrio. “Mire que desde que se le murieron los papás él solo me tiene a mi y yo sólo lo tengo a él y a Camilito… y le juro que yo me muero don Augusto si él se me va por ahí en malos pasos y no vuelvo a saber de él”. Por eso me fui a pensar… Y con todos los problemas que ya tiene esa pobre señora con ese par, yo creo que es mejor dejar las cosas así para no terminar matándola es a ella.

- Eso si es verdad, mijo- dijo mi mamá.

- Así que Martha por el amor de Dios, aquí no pasó nada, mañana le decimos a Francisco que no vaya a abrir la geta y no le vamos a contar a nadie…

- Ni de fundas…- dijo mi mamá, cómplice y comprensiva, y comentó-… Y yo que pensaba que vos con tragos no pensabas… Hasta me hacés sentir orgullosa del marido que me conseguí.

- No vas a empezar…

Y no empezó… escuché como mi mamá le daba un pico a mi papá y se durmieron.

A la mañana siguiente, en el desayuno, mi mamá me hizo prometerle por la vida de ella, no le iba a contar nada a nadie. Que si me preguntaban donde estaba el reloj iba a decir que se me había perdido o que se había dañado cuando lo mojé. Me advirtió que si ella se llegaba a enterar que abría la boca, me daba una muenda de Dios y señor mío que no se me iba a borrar y me iba a castigar encerrado sin televisión meses, muchos meses. Como yo ya sabía todo, le pregunté si al menos me podían dar otro reloj. Pero mi mamá, para sepultar cualquier reclamo, sentenció que ni riesgos, que ella no iba a dejar que me arrancaran una mano por robarme otra vez. Y remató diciéndome que me fuera olvidando de pedirle una bicicleta al niño Dios, ya que: “esas cosas no traían sino raspones, dientes y huesos quebrados y, lo peor, coge “malos vicios”, rodando por ahí sin ton ni son”.

Obedecí y cumplí al pié de la letra mi promesa. Cuando estaba con mis amigos me mordí la lengua para no confesar nada a nadie, ni en secreto. Ni siquiera semanas después desmentí a Federico cuando alardeó con una mentira que nos contó. Dijo que el día que el misterioso ladrón le había robado la ropa a los bachilleres del INEM, él estaba gateándolos. Que fue él quien le aviso a Macana y lo acompañó a auxiliar a la pareja de “enamorados”. Para colmos dijo que cuando la pareja vio a esa mole oscura, descalzo, soltando chorros de humo de su tabaco frente a ellos, pensaron que era un “loco” y salieron disparados en pelota, asustados y corriendo despavoridos. Eso si fue verdad, y a los muchachos en cueros los terminó por coger la policía cerca del supermercado Éxito. Pero también es verdad que Federico nunca estuvo allí.

En cuanto a Toto, pasó varias semanas encerrado mientras Camilito lo desintoxicaba… para que la gente del barrio no escucharan los gritos e insultos de ansiedad, y las rabietas que le ocasionaban el síndrome de abstinencia, Camilito lo amordazó y le insonorizó la pieza con cajas de huevo y espumas… hasta doña Rita cerraba la tienda más temprano.

Con lo colgado que estaba Toto, antes fue un milagro que saliera al mes, con un tembleque en sus manos y pálido como una pared. Alertadas por algunos gritos nocturnos, lo único que pudieron averiguar las viejas chismosas era que Toto se estaba desintoxicando, pero no lo asociaron con los robos. Tan pronto como salió a la calle, la gente le demostró su apoyo y comprensión. Hasta las peladas de la barra le volvieron a dirigir la palabra. Pero Toto no tardó en volver a las andadas y la embarró del todo, semanas después.

Todo trabado le robó el reloj calculadora a José David. Como vaca ladrona no olvida portillo, fue en el mismo Parque de los Enamorados, a pleno sol, de frente y con una lata oxidada. Pero esta vez doña Nazareth, la abuela de José David, ofendida, no dudó en regar la noticia de inmediato de puerta en puerta, mientras que Jose David hacía lo suyo con los niños y muchachos de la cuadra.

Total, de la noche a la mañana Toto se tuvo que perder del barrio porque todos querían ajustar cuentas pendientes. A Doña Rita nadie le volvió a comprar por “vieja alcahueta” y Camilito comenzó a negarlo, cual Pedro traidor; al punto que llegó a parecer que nunca hubiera tenido un primo hermano.

Meses después volvimos a ver Toto. Hasta entonces la gente contaba que lo habían visto rondando por el Parque Astorga, tirando vicio. Al principio, cuando alguien lo reconocía, él salía corriendo, pero se fue demacrando tanto y lo llegó a estar tan colgado, que después se le acercaba desesperado a la gente del barrio y les pedía plata para comer. Nadie le daba porque sabían que era para alimentar su vicio. Por fortuna cuando nosotros lo vimos no había modo de que se nos viniera encima. Veníamos de jugar un partido de fútbol en los Guayabales de las Vegas. Cuando subimos por la Calle 10 A hacia Manila, lo vimos al lado de la canalización de la quebrada, acompañado de Clavo, un jíbaro del sector. El Clavo estaba sentado en la misma Mongoose plateada que alguna vez fue de Toto, pero ahora era la cicla del Clavo y estaba carcomida por el óxido.

Al vernos, Clavo le entregó un par de papeletas de vicio a Toto y se abrió del lugar. Por su parte, cuando José David vio a Toto, se sacó su clavo. Comenzó a azuzar a los 15 que lo acompañábamos: “Miren, ahí está esa chucha… vamos a encenderlo”… Todos se aprovisionaron de rocas y empezaron a tirárselas desde el otro lado de la calle, sin miedo, con rabia y resentimiento, como si fuera un “Loco”.

“Fuera ladrón”, “Perdete Bazuquero”, “Abrite gusano”, eran las frases que le gritaron todos menos yo, porque me afloró un miedo que tenía guardado y me quedé paralizado. Al comienzo Toto tomó un par de rocas, pero le quedaban tan pocas fuerzas que ninguna alcanzó a pasar la canalización. Ante la inclemente lluvia de piedras, terminó por refugiarse descalabrado, con sangre chorreando de su cabeza, en un tubo donde salían aguas negras, hasta perderse en la oscuridad. Si la primera vez lo ví como un angelito, ahora parecía más bien un demonio regresando a los confines del averno.

Al subir a casa, Federico se atribuyó, orgulloso, el haberle asestado a Toto su rocazo, aunque fue el niño del que no me acuerdo el nombre el que acertó con su puntería.

Ya en el Frito, resguardados en la seguirdad de nuestro terruño, mientras todos se sentían envalentonados por su heroíca acción, por desterrar a “aquella lacra viciosa”, a “ese bazuquero ladrón”, a ese “loco”, como ya le decían, yo solo pude ver a Doña Rita en la ventana de su tienda y me partió el corazón. Atisbaba hacia arriba de la calle 9, como esperando que Toto bajara en cicla haciendo el “angelito”, para gritarle: “Toto, Toto, mirá que te vas a matar”.


Post data:

Toto murió meses después. Algunos dicen que fue encontrado en una cueva de vicio de Guayaquil y otros dicen que murió en Barrio Antioquia, ajusticiado por un jíbaro al que le debía esta vida y la otra.

Al enterarse de la noticia, mi mamá concluyó, en tono de mamá: “Al que a yerro mata, a yerro muere”.

También dicen que cuando le contaron a Camilito Rúa que a Toto lo habían matado, volvió a negarlo y prohibió que se le tocara más ese tema o iban a tener problemas. Con esa advertencia hasta las viejas chismosas guardaron silencio y nadie le dijo nada a Doña Rita para no matarla de pena moral. Le hicieron creer que lo habían visto en Pereira cogiendo juicio, que a lo mejor un día de estos volvía y le daba la sorpresita… y con esa ilusión se murió la vieja años después. Al saber su muerte, como nadie del Frito quiso acordarse de él. Fue sepultado sin “angelitos” como un N.N. en el Cementerio Universal, en una fosa común, que ni siquiera llevaba inscrito el nombre que todos ya botaron, como basura, en el olvido: Toto.


Fin.

2 comentarios:

  1. Lo seguí todo. Entendí a Toto y a su abuela y a los del barrio y la primo hermano y al narrador. Los vi a todos. Y casí lloro con la abuela volviéndolo a llamar para que se entrara. Que buenas las historias con sentimientos limpios y descontaminados. Lo leí mientras estaba lloviendo y me fumaba unos cigarros. Y no sé porque sentí que había una chimenea que no hay, por acá cerca.

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  2. Excelente, Pacho. Concuerdo con Miguel en que es muy conmovedor este relato. Hoy encontré tu blog y me gustó. Seguí, seguí. (Mientras leía este cuento descubrí que sos Pacho Salda... en otros relatos que te leí no había podido saber quién eras). Un saludo.

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