miércoles, 20 de octubre de 2010

Navidad de los pobres... qué feliz navidad


Frente al barrio de calles estrechas y casas apeñuzcadas de La Loma del Chocho construyeron un imponente edificio. Es una unidad cerrada; cercada por laureles que incuban gusanos amarillos. Es diciembre. Los nativos del barrio aprovechan para saludar a sus nuevos vecinos. Les llevan natilla, buñuelo y hojuelas hechos en fogón leña. Los invitan a la novena de aguinaldos. Pero nadie de los apartamentos va.
Los del barrio no desisten. Es navidad, qué carajos, y los vuelven a citar a la matada de marrano y al baile del 24, que se efectuará en la plena calle, cerrada a fuerza de costumbre todos los años. Pero esta vez los encopetados del frente responden marchándose de allí.
Escaleras y recovecos adornados de guirnaldas, plagados de niños, música y danzones de porro ventiado, parranda por doquier, todo este festejo desbocado contrasta con el silencio sepulcral de aquel oscuro edificio en noche buena. Las ventanas de la torre solo se iluminan al estallar los voladores de estos nativos del barrio. Luces de colores se riegan como fuentes en la noche. Otro año de jolgorios y pesares.
El niño Dios al pesebre y el traído debajo las camas para los que aún conservan la inocencia. El muerto al hoyo y el vivo al baile. No faltan los ancianos, ya borrachos y nostálgicos, que se lamentan por sus vecinos ausentes. Sienten lástima por esa pobre gente que por conseguir plata, perdió el espíritu de la noche buena. Entonces los hijos, nietos, cuñados y nueras llevan a la cama a sus matronas y patriarcas.
Los duermen para prender el baile, sin pesares ni despechos. Arrullan a sus viejos para que no sufran por los demás. Seguro que los vecinos se fueron donde los suyos, sus familiares y amigos a pasar la navidad. Les mienten a sus ancestros para que sueñen tranquilos y duerman profundos. Luego se van a tomarse la calle y todo el trago que puedan, hasta que el cuerpo no aguante, hasta que el sol los encierre.
Al otro día temprano, cuando la calle está sola y callada, los niños del barrio salen a comparar sus juguetes. Ven entonces a un gordito del edificio de enfrente probando el carro de control remoto que le trajo su niño Dios. El traído atrae a los niños, que lo rodean como moscas. Llegan con el estrén de ropa que les trajo su pobre niño Dios, aunque hay muchos descalzos y todavía sin bañar. Unos salen con un juguete plástico mal hecho de la industria nacional, pero la gran mayoría solo lleva una mala explicación de su papá borracho como único traído.
Cuando le piden al gordito una vueltica en su carro nuevo. Éste toma su juguete, los mira con desconfianza y les dice que su papi le prohibió juntarse con ellos. ¿Por qué? preguntan los niños del barrio. Porque ustedes son gente menos mejor, responde el obesito como un eco de su papá.
Los niños del barrio no le dañan el carrito, como podría suponerse. Solo encienden a roca al gordito, quien huye despavorido, y vuelan raudos a contarle a todo el barrio lo que el niño del edificio les echó en cara.
De eso ha pasado un rato. Pero esta es la hora; 30 de enero del nuevo año, (61 de diciembre, dice la gente del barrio) que los tocadiscos de aquel barrial no ha parado de sonar.
Tocan a todo taco discos de acetato con música parrandera y tropical, sin parar ni de día ni de noche… ¡Y no es que siga la fiesta!
Los vecinos del edificio, también les echan la policía pero la gente del barrio apaga la música con cortesía cuando llegan los agentes del orden; los atragantan con los buñuelos y natillas que quedaron de diciembre y vuelven a poner la música a todo taco cuando la autoridad se va.
Y así todos los días aparece un nuevo aviso de “se vende esta propiedad” en las ventanas de los apartamentos de aquella mole de concreto.
Los hijos, nietos, yernos y nueras del barrio dicen que ojalá los gusanos amarillos de los laureles se coman vivos a esa gente del edificio. Pero las matronas y patriarcas los corrigen. Le aclaran a su prole que no se debe desear el mal a nadie y menos en navidad. “Hay que darle cariño al que solo da bofetadas”, aconsejan sabiamente.
Por eso, cuando la música deja de sonar, los viejos piden más cariño. Entonces la gente del barrio cambia los discos del lado A al lado B. Dirigen los bafles al edificio y le suben todo el volumen a sus ingratos vecinos, con todo el cariño que un barrio humilde y popular puede prodigar.

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