lunes, 4 de octubre de 2010

Si es así en un semáforo, como será...


Mirá a esa señora del semáforo. Toda encorvadita y con la mano engarrotada hacia adentro como si llevara un ganso muerto. Mirá como camina entre las filas de carros, con ese saquito café, roto en el hombro, y ese vestidito viejo y morado. Mirá el pelo enmarañado y gris por el humo, el polvo y los aguaceros de estos días. Mirá como tiene de gastada la suela de la alpargata zurda, arrastrando el pie. Mirale la cara, arrugada como uva pasa, y la piel de arcilla curtida con paños del sol. Mirá su lado apagado, como si la mitad de la cara se le hubiera derretido. Mirá la boca, ladeada, con esa mueca congelada de perpetuo lamento, de queja inconclusa. Mirala en la confortable comodidad de tu carro último modelo.

Que no te vea con su ojo nublado. Que no se acerque con su andar fatigado. Que no te pida con esa boca picada por la piorrea, y sobre todo que no te estire su mano de ganso muerto para pedir de comer. Que no te garabatee en el aire palabras que no querés oír. Que no te dañe el día con su lamento repetido. Que no llegue a ti su aliento de aguapanela y ayuno forzado.

Mejor subile al radio y ponele atención a cualquier carajada para que siga de largo. Envolatá la vista. Pedile mejor al santísimo que se apiade de ti para que no tengas que decir otra mentira, para incubrir la pereza que te da meter la mano al dril o buscar en la guantera una monedita que te haga sentir generoso.

Pedí que el semáforo cambie de aquel rojo limosna al verde esperanza, para que podás largarte y no pensar más en la miseria ajena. ¡Bastantes problemas tenés con vos mismo para aguantar ajenos!

Y largate de allí con la mente en blanco. Cuando acelerés no pensés en nada, Salí borrado para que la brisa se lleve todo tinte social que no te deja vivir en paz.

Acelera sin pensar en la desigualdad, ni en la injusticia, ni en la indiferencia, ni en cosas que no podés borrar, ni con toda la velocidad del mundo, porque son parte de la naturaleza humana.

No pensés… si te sentís muy mal en el otro semáforo tendrás la oportunidad de rectificar, ya que en esta ciudad la miseria es generosa.

Pero que pereza, ella se acerca y ya está en tu ventana. Detrás del vidrio la miras hablar como en película muda y sientes un mezquino placer al saber que sus palabras rebotan contra el vidrio y no invaden tu confortable reino itinerante.

Por fortuna el semáforo cambia a Verde y alargas el “No tengo naaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaada”, mientras presionas el acelerador.

Por fin la pasás de largo, pero no podés evitar que su recuerdo te acompañe: Y entonces, terminas haciendo eso que tanto querías evadir: pensás.

“Se necesita mucho amor a la vida para levantarse así de jodido todos los días, y sacar fuerzas de donde no las hay… aguantar la enfermedad, csalir a la calle cargando el pesado fardo de la vejez y soportar con estoicismo el desprecio ajeno. La vida tiene que ser muy hermosa para querer aferrarse y sobrevivir de cualquier manera: por una costumbre, por una obligación con otros, por una ilusión, quizás… Se necesita mucho amor a la vida para no dejarse morir...”

Eso piensas hasta que te detiene otro semáforo en rojo, donde ves a otra señora, así de vieja, con otras dolencias y otras miserias, y entonces piensas…

“ …Se necesita mucho amor a la vida para no dejarse morir… o muchas ganas de joder”.

Y te pasas el semáforo en rojo, sintiendo que es mucho mejor una multa de tránsito.

1 comentario:

  1. Hola Francisco!!!

    Que rico de nuevo leerte, tu tono ironico a la vida es bastante notable en tus narraciones, sin embargo nunca pense encontrar algo como esto de parte tuya, me parece excelente la manera de pintar una realidad, muchas veces me pregunto al salir de mi casa... Cuantas cosas mas he de ver en esta vida? y es que no soy mas que una Colombiana que mira su país con tristeza, esa misma tristeza que se origina de tantas vivencias y tantas visualizaciones de la vida.

    Gracias nuevamente por un escrito hermoso, te quiero un monton.

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