sábado, 26 de febrero de 2011

Naturaleza Humana


Siempre buscamos en el lugar equivocado. Después de que convertimos la Tierra en una cloaca, nuestros científicos trataron de hallar un planeta con vida para colonizar. Exploramos los vastos confines de esta galaxia, surcamos el espacio como tratando de hallar una aguja en un pajar y perdimos miles de vidas en esta exploración hacia ninguna parte. Y sin embargo, el lugar siempre estuvo más cerca de lo que cualquiera pudo imaginar.

Lo obvio es lo más difícil de ver. Si no hubiese sido por la equivocación de Smith, que cambió la ruta en el cinturón de asteroides de Saturno jamás habríamos encontrado el portal. Ni el mismo capitán O´Connor lo podía creer. Cuando caímos en aquel agujero de gusano el capitán se lanzó contra Smith. Trató ahorcarlo por el error que nos dejaría vagando a la deriva en el universo hasta morir. Pero cuando la nave desembocó frente a aquel planeta azul, lo besó en la boca y estupefacto ordenó desembarcar para ir de exploración.

Según los cálculos del radar, la coincidencia de este nuevo planeta con el nuestro era asombrosa, irreal, casi imposible. Tenía una luna gris, un mar de agua salada con olas, la proporción de oxígeno era exacta para nuestra respiración, el cielo tenía nubes, la tierra estaba cubierta por una verde capa vegetal. Había agua dulce, potable, sin rastro de contaminación, emanando de la tierra como una bendición; H2O, vida en su estado más puro. El visor infrarrojo identificó la temperatura de miles de formas de vida, en la tierra, en el aire y en el agua. Hasta la gravedad era la misma que nuestra agonizante Tierra, antes que la convirtiéramos en aquel plantea mortecino del que tratábamos de escapar.

“Dios no juega a los dados”, dijo el capitán, sospechando que tal similitud presagiaba problemas. Aunque se detectó la presencia de primitivas civilizaciones, los nuestros formaron un equipo armado hasta los dientes. Salieron en la nave de exploración y no volvimos a saber de ellos. Un segundo equipo de rescate fue en su búsqueda pero también desapareció. Ni el radar, ni el registro de audio, ni las grabaciones de vídeo mostraron ataque alguno. Perdimos 10 hombres, 10 mujeres y 20 androides de nuestra tripulación. Solo quedaron unos cuantos minutos de imágenes, que registraron una hermosa tierra virgen y exuberante; un paraíso terrenal como aquel que debieron encontrar los conquistadores españoles al descubrir América. Tan pronto como nuestros exploradores encontraron vestigios del primer asentamiento de vida inteligente, la señal se cortó abruptamente. Asustado por los desaparecidos, Lander, el de mayor rango abordo, decidió regresar por donde vinimos.

A riesgo, volvimos a la Tierra por el mismo agujero de gusano, sin novedad. Los científicos examinaron con minucia las imágenes y los registros captados. Algunos pensaron que habíamos viajado en el tiempo, pero la Teoría de Hawkins descartó esa posibilidad. Otros aseguraron que se trataba de un universo paralelo, pero la sola afirmación ya era producto de la ficción. Finalmente, nuestra ciencia concluyó que aquel planeta era una paradoja, una réplica exacta del nuestro. “Era lógico; los elementos son los mismo en cualquier lugar del universo porque todo procede de un mismo punto en el espacio-tiempo. Así que no era de extrañar que los procesos que hicieron posible la vida en aquel planeta fueran similares a los de la Tierra”, aseguraron.

Sólo persistía aquel problema de los desaparecidos. Pero estos se ocultaron a luz pública. Nuestros superiores nos ordenaron guardar silencio bajo amenaza de muerte. A muchos compañeros con tendencias soltar la lengua les hicieron una lobotomía y los confinaron en hospicios para enfermos mentales. A los demás, una vez ellos obtuvieron toda la información, trataron de desaparecernos con métodos menos ortodoxos. Yo escapé y tuve que refugiarme en un suburbio del tercer mundo, cuya ubicación no puedo revelar, ya me mi vida depende de eso.

A causa de la escasez de recursos para subsistir, los países desarrollados se habían volcado contra su despensa: el tercer mundo. Después de haber malgastado, derrochado y exprimido lo poco que quedaba en alimentos, medicinas, combustibles y agua, las potencias descargaron su poderío militar contra sus proveedores, luego contra sus enemigos y finalmente contra sus aliados. Guerras civiles e intestinas diezmaron la población por unas cuantas migajas. La tierra estaba enferma y no producía nada. El resto lo hizo el hambre, el cáncer y la sequía. Vivíamos en anarquía. Nos condenamos a nuestra propia extinción, cuando siempre creímos que todo acabaría cuando se apagara el sol.

Al descubrir aquel planeta, lo demás fue predecible. Los líderes de todos los países antes poderosos, imperialistas, o lo que quedaba de ellos, conformaron una cruzada invasora. Conquistaríamos aquel territorio y lo colonizaríamos “por la fuerza si era necesario”. La población mundial reencontró la fraternidad.

Se armó un ejército conformado por millones de voluntarios y se construyeron máquinas de guerra. Nunca nuestra especie estuvo tan unida, quizás porque nuestra existencia nunca dependió tanto de nada. Una vez tuvimos un arsenal capaz de destruir una galaxia entera, se enviaron las primeras misiones de exploración. Estas detallaron con excesiva precisión las características y condiciones de aquel planeta. Por supuesto, sólo fueron mediciones externas, nadie puso un pie en el planeta y por eso regresaron a salvo. El camino estaba dispuesto y no había reversa. Sería la hazaña más grande en toda la historia de la raza humana. La invasión tendría proporciones épicas.

El anhelo y alegría de encontrar una nueva tierra para vivir, habitar y volver a destruir a nuestro antojo hizo que nadie pensara, o temiera siquiera, por su propia vida. El paraíso prometido estaba a la vuelta de la esquina o mejor dicho, al final del agujero. Y no íbamos a desperdiciar esa posibilidad porque un grupo de astronautas se hubiera perdido. Además contábamos con el factor sorpresa, teníamos la tecnología como ventaja. Nada podía fallar.

Obviamente muchos intelectuales y los mismos científicos advirtieron sobre las implicaciones éticas de llegar por la violencia para dominar y subyugar las culturas que allí se asentaban. Pero su discurso fue usado en su contra. Los líderes, sagaces en la diplomacia del engaño, enviaron a una comisión de los más eminentes representantes del pensamiento terrestre para establecer un primer contacto pacífico (entiéndase negociar) persona a persona o persona a lo que fuera. Aunque se les ofreció protección armada, esta comisión se negó. Prefirió ir sola para no generar asperezas ni prevenciones, pero ello tampoco regresaron.

Los líderes utilizaron este “terrible incidente”, como pretexto para justificar la invasión. Miles de naves partieron de la Tierra, pero tampoco regresaron. Desparecieron como si la nada se los hubiera tragado. Quienes se quedaron en la tierra monitoreando la misión no obtuvieron ni el más leve indicio de lo que les pudo haber ocurrido. Cuando la Tierra lloraba con espanto el magnicidio, fue captado un mensaje. Era la voz del teniente Bush, jefe al mando de las fuerzas de choque. Afirmó que, después de superar algunos problemas de comunicación con la Tierra, ya habían establecido contacto con los habitantes de aquel planeta. No hubo un solo disparo.

Después de explicarles nuestra situación, ellos, los anfitriones accedieron acogernos de manera voluntaria, con la única condición de cuidar y aprovechar de forma sostenible los recursos de su planeta para no repetir nuestra historia de devastación. El luto se convirtió en celebración. La noticia se esparció por todo el mundo. Muchos escépticos exigieron pruebas de la veracidad de la comunicación, para evitar caer en una trampa. Entonces se enviaron registros con los millones de humanos que arribaron satisfactoriamente a las nuevas tierras. Se veían felices y plenos. Allí estaba Smith y el Capitan O´Connor, los demás compañeros, los de la misión de rescate, los intelectuales, y hasta los androides. Gran alegría me dio saberlos vivos, pero ver los científicos, intelectuales y los miles de soldados y militares que enviamos, me causó una profunda desolación. Llegué a pensar que hubiera sido mejor su exterminio.

En la Tierra la esperanza de volver a empezar, en un nuevo hogar, hizo renacer como un fénix, lo mejor de nuestra humanidad. Pero no duró mucho tiempo. Los líderes y sus secuaces aseguraron sus privilegios. La distribución en el nuevo mundo hizo renacer el odio. Por más que se trató de conciliar, la repartición distaba mucho de ser equitativa. Y todo parecía comenzar donde habíamos quedado: en la imposición del capitalismo salvaje y un modelo de gobierno armamentista basado en el monopolio de las armas, el uso y abuso del poder, un sistema jerárquico de castas y linajes, la única diferencia es estaban en un mundo nuevo, pletórico de riquezas. “No es perfecto, pero es lo mejor que tenemos”, justificaron los nuevos dominadores.

Hombre come hombre y sálvese quien pueda. Con esa consigna muchos de nosotros, los pobres, los desposeídos, los miserables, los desterrados, nos vimos obligados a quedarnos en la antigua Tierra, sin forma de salir. Frente a nuestros ojos, se acordó formar una sociedad nueva donde no teníamos cabida, aunque oficialmente los que nos quedábamos seguiríamos recibiendo ayuda. La ayuda de Caín. La intención fue clara: matarnos de inanición o en el mejor de los casos dejarnos a nuestra suerte para que movidos por la desesperación nos matáramos a nosotros mismos. Sobre esa base se cimentaría aquel nuevo mundo soñado y el que quedaba como premio de consolación para los desposeídos.

Mientras se dio esta ocupación, los seres nativos de aquel planeta, que físicamente eran idénticos a nosotros, se marginaron de intervenir en nuestra distribución y poco a poco fueron siendo usados como esclavos. No opusieron resistencia, hasta aquel día en que las naciones unidad terrícolas, declararon que ningún otro ser humano podía ingresar a aquel planeta para evitar la sobrepoblación y garantizar el futuro abastecimiento de los recursos. Ese día en la Tierra, después de presenciar la sentencia que nos condenaba a no hacer parte del paraíso prometido, vimos como comenzaron a estallar las cabezas de todos los millones de seres humanos que llegaron a ese planeta. No quedó cuerpo con cabeza.

Luego uno de los seres se dirigió a nosotros, y nos explicó que ellos mismos habían provocado la masacre con sus habilidades mentales. Era la única manera de salvar nuestro planeta de nosotros mismos. Finalmente, anunciaron que la Tierra no estaba muriendo; como organismo viviente, sólo estaba padeciendo una enfermedad que le habíamos generado la plaga humana. Pero se recuperaría en poco tiempo si convivíamos en armonía con ella. Nos dieron unas indicaciones para subsistir mientras nuestro planeta se regeneraba. Prometieron no hacernos daño si no le hacíamos daño a la Tierra. Pero tampoco supimos aprovechar esta nueva oportunidad y comenzó la eliminación sistemática de los pocos humanos que quedamos aquí en nuestro viejo hogar.

Cansados de nuestra contradictoria naturaleza humana, su idea es borrarnos completamente para asegurar la permanencia de la Tierra. Luego dejarán a algunos de sus seres para repoblar nuestro planeta y propiciar un nuevo comienzo, un génesis amonioso. Yo soy uno de los últimos humanos y sé que falta poco para mi aniquilación. Ahora me doy cuenta que efectivamente, la teoría de Hawkins estaba erraba, sí viajamos en tiempo. Aquel agujero nos llevó al futuro. Y aquel planeta paradisiaco nunca fue otro que la misma Tierra, el único lugar en que nosotros y ellos (nuestros descendientes) han podido vivir. Nuestro único hogar en todo el vasto universo.

1 comentario:

  1. Uuuu! Le diste al clavo con esta historia, mero final. Me recuerda a un episodio de Aeon Flux:
    http://www.megavideo.com/?s=seriesyonkis&v=MGL0X4ZR&confirmed=1
    Luego me cuenta qué le pareció. Suerte.

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