lunes, 1 de marzo de 2010

SI YO FUERA OTRO (1)


Confesión a una novia… (antes de casarse)


“… Y si amas de verdad, nunca reveles todas tus mentiras”


…si yo fuera otro no te haría esta confesión. Nunca. Pero te amo tanto… Sé que con esto podría acabar todo. Sé que vas a creer que soy un monstruo, y me vas a culpar por arruinar tu futuro.

Sé que te va a dar mucha rabia pensar en todas las cosas de las que te abstuviste por respeto y fidelidad a mí, mientras que yo me entregaba a todas mis perversiones... ¡No te asustes!

Si te cuento mis más oscuros secretos es por que te amo. Porque este fin de semana nos casaremos y no soporto más seguir con esta cadena de mentiras. Lo único que quiero es empezar una nueva vida contigo; una vida limpia de secretos.

Así que por favor no me interrumpas y, te lo suplico, no te vayas. Por el amor que nos tenemos, quédate.

Lo he pensado mucho y voy a empezar por mis pecados veniales. Ahí vamos. Uf…

Durante todo el tiempo que hemos estado juntos, -5 años, 8 meses y nosecuantos días-, he tenido sexo con otras mujeres. Cientos de mujeres. Son tantas que he perdido la cuenta. Ni siquiera recuerdo sus nombres. Y es porque cada semana voy a buscar putas al centro. En las mañanas, en las tardes y en las noches que salgo de tu casa; cuando hemos estado muy enamorados y cuando hemos estado bravos ha sido igual. Disculpa si te ofende mi lenguaje pero solo diciendo las cosas tal como son, podrás hacerte una idea honesta del ser humano que soy.

Me he comido a toda clase de putas: veteranas gordas, jovencitas anoréxicas, gatas de todos los calibres y negras de todos los culos, tetonas y planas, puritanas y putonas, grillas y ejecutivas, gallinazos y gallinas, señoras que podrían ser mi mamá, adolescentes desnutridas y hasta gaminas sacoleras. Operadas voluptuosas y feas desahuciadas, mujeres quemadas en la cara, marcadas con puñal, embarazadas, lactantes, menopáusicas, criollas y de otras ciudades. Algunas las he pedido a domicilio, con show de lesbianas y tríos. Aquí en Medellín, en nuestra cama, y en los viajes de trabajo a Bogotá y a la costa.

No mi amor, no estoy charlando. Esta confesión es la más cruda verdad. Y por eso te pido que recuerdes lo que me dijiste cuando empezamos: “Que el pasado, pasado está”. No llores, por el futuro que nos espera, cálmate y escucha que apenas estoy empezando.

Sólo una vez me comí una niña, de 12 años. Y debo confesarte que cuando se lo hice sentí su dolorcito como si fuera mío, tanto, que me entró un dulcecito de maldad. Fue una sensación tan deliciosa; sentirla temblar, saborear la sal de sus lágrimas y romper aquella inocencia de alquiler, que después de hacerla tragarse mi polvo por unos billetes de más, se me petrificó un principio inamovible. En adelante comerme una niña más significaría emprender mi camino hacia la infame violación de menores.

Pero no tocar niñas fue solo una excepción al castrar mis bajos instintos. Hace 3 años por error tuve un encuentro con un travesti. Era una noche nublada, frente al viejo edificio de Empresas Públicas en el centro. Estaba tan bueno que caí redondito… pero no caí del todo, porque cuando vi su miembro erecto, me cogió un profundo asco, lo encendí a pata y me largué.

Me fui pero quedé pensando en su memorable mamada; más rica que cualquiera que una mujer me hubiera hecho antes, incluso que las tuyas llenas de ternura y devoción. Después de eso comencé a buscar travestis y otros homosexuales: locas y mariquitas para que me hicieran felaciones en cuartuchos de mala muerte, en infecciosos baños y hasta en la sombra de oscuras esquinas del centro de esta puta ciudad.

A todos los maricones les pagaba para que se tragaran mis polvos y luego los cogía a pata. Y sin embargo, mientras dormías a mi lado, después de hacerte el amor, me masturbaba imaginando el placer mezquino de una violenta penetración anal. Mientras tú soñabas con angelitos yo me imaginaba que sodomizaba a un travesti, le apretaba sus tetas de silicona, y le metía la lengua hasta el fondo de la garganta.

Para cuando me di cuenta, ya había tenido relaciones con todas las putas del Centro, de La 33, de algunos grilles y salas de masajes. Creo que he pasado por todas las putas que se hacen en la iglesia de la Veracruz, de esas de 10 mil el polvo. No te ofendas, así son de baratas. Y si esto te parece escandaloso, en mis periodos de falta de plata busqué las gamincitas sacoleras de Guayaquil, hoy tierra de carne mortecina para el sexo.

También estuve con los más reconocidos travestis de Lovaina, de la 30 y de los que se hacen detrás de la Catedral Metropolitana. Sin darme cuenta pasé de ser cacorro a marica y entonces pagaba para que me diera por detrás, sintiendo un renovado placer. ¡Ahora ya entiendes porque me negaba a pasar caminando de noche por esos sitios!

Para prolongar la excitación me compraba pastillas de viagra y me llegué a zampar hasta 3 para hacer toda clase de posiciones, por delante y por detrás, hasta que literalmente quedaba ardido. Mi gula llegó a tal punto que luego de estos días enteros de sexo en cuartuchos mohosos y deprimentes, me duchaba e iba a tu casa para calentarte el oído y comerte de puro ocio, aunque llegara exprimido. Así que no era cierto que tenía una insuficiencia láctica ni muchas preocupaciones por el trabajo, como te dije, cuando no quedabas satisfecha.

En todo caso, harto de lo mismo probé con el sadomasoquismo. Lo primero fue ir los viernes que tú llegabas exhausta a casa de tanto trabajo, a un antro de swingers. Entonces contrataba a una puta por cien mil pesos, fingíamos que éramos pareja y me entregaba a orgías con esposas y maridos ajenos. -Nunca me atreví a proponértelo porque sé como eres de pudorosa-. Y frecuenté otras casas más clandestinas donde pagaba para que me golpearan, me amarraran, me mordieran en el miembro, me cortaran, me asfixiaran y hasta dejé que me quemaran los genitales; esas son las cicatrices que tengo, las que te dije que me hicieron cuando me atracaron en un “paseo millonario”.

La gota que robosó el vaso fue una dominatriz que me propuso hacerme la maniobra Sueca. Un fino detalle de coquetería que aprendió en uno de sus viajes de trata de blancas a Europa. Consiste en introducir su tacón de aguja en el huequito del pene. Mi curiosidad es negra y negra la vi cuando este dolor superó mi aguante. Mientras me recuperaba del inefable ardor de orinar sangre durante varias semanas, tuve que aislarte de mi con la excusa de que me había picado la viruela. ¿Te acuerdas?

Yo sé que te preocupa mi promiscuidad, pero déjame decirte que fui muy cuidadoso. Siempre lo hice con condón y solo contraje unos cuantos hongos y piojillos en un arranque de ociosidad con una gallina, pero los erradiqué en un santiamén. ¡Dios bendiga a la ciencia médica!

Lo que si me dejó cabreado fueron algunas mamadas que di a hombres y mujeres enceguecido por la excitación. Pero déjame decirte que tan pronto como vi una puta con la que estuve, marcada con purulentos lunares en la cara, me asusté y sin vacilar corrí a hacerme la prueba del VIH.

Por mi obsesión con la higiene, gracias a Dios no salí positivo. ¿Te acuerdas ese fin de semana que te llegué con la sorpresa de que nos íbamos para Cartagena? Pues ese día me dieron los resultados. Estaba dichoso mi amor, por mi, pero sobretodo por ti, ya que no te había mancillado. Fue como volver a nacer, una señal del cielo para que quemara las naves de mi antigua vida y me embarcara a una nueva contigo. Por eso te propuse matrimonio frente al mar.

Para merecer tu amor, traté de buscar una cura yendo a varios grupos de sexómanos anónimos, pero siempre terminé en la cama con mujeres ninfómanas; casi todas gordas desenfrenadas, que alimentaron más mi gula sexual, y dieron rienda suelta a mi deseo desbocado.

Sin remedio, me encerré en mi casa aquellos meses en que te dije que padecía de Agorafobia… ¡Qué maravillosa época, tú eras mi única y mejor compañía!... ¿Te acuerdas como nos acurrucábamos en esas largas tardes, cómo veíamos películas, entrepiernados, y cómo hacíamos el amor, calientitos, en medio del frío de noviembre? Solo esos momentos a tu lado pudieron protegerme de la bestia hambrienta de lujuria que habitaba en mi.

Pero cuando te ibas la soledad era un purgatorio. Preso de una insoportable ansiedad, me masturbaba hasta 20 veces al día para contener este deseo sin fondo. Eso fue lo que me acabó todos los alientos de salir a la calle.

Sin darme cuenta perdí las ganas de comer, no podía trabajar. Era imposible concentrarme en algo que no fueran carnosas vulvas, pezones en todas las gamas, de rosado hasta negros, aureolas tan pequeñas y oscuras como cábanos y tan grandes como mortadelas, incitadoras caras de lascivia, conchas y almejas, labios menores, cuerpos apretujados en orgías multirraciales, sudor, carnes escurridas y gemidos orgásmicos. Desenfreno total y paroxismo infinito; todo eso busqué en las páginas de internet. Y en ese turbulento océano de lascivia naufragué.

Me hice socio de exclusivos chats, que al poco tiempo me pareció un aburrido juego de niños. Por ello me convertí en un asiduo visitante de las más oscuras guaridas informáticas, donde todo el día se presentaban programas de la más refinada perversidad; en vivo y en directo para todo el mundo.

Allí vi jovencitas púberes en tremedas zoofolladas con hermosos equinos pura sangre, marranos padrones, perros de todas las razas, y hasta burros muy bien dotados. Vi sesiones hardcore y gore donde violaban personas de todas las edades en cruceros que flotaban impunes en aguas internacionales, vi el mundo libre regodearse con la más cruel y refinada violencia sexual. Todo ello interactivo: ya que los socios, desde cualquier parte del mundo, pueden pedir para su complacencia toda clase de vejámenes pagando con su tarjeta de crédito.

Con el tiempo empecé a trabar conversaciones por la red: Me topé con un alemán que me contó como violaba a su abuela parapléjica. Al principio llegué como nunca a sentir una profunda repelencia por ellos y por mi, pero luego apareció un austriaco que me confesó como tenía una esclava sexual, secuestrada en el sótano de su casa hacía 8 años, después otro gringo me contó que violaba a sus 5 hijos, todos menores de 10 años, y otro asiático colgaba fotos donde violaba solo recién nacidos; entonces me sentí mejor porque pensé que yo era apenas un boy scout. Como ves, este sexo virtual no solo me secó el alma, también el bolsillo porque mis tarjetas de crédito terminaron muy pronto en saldo rojo.

Pero también esta experiencia trajo sus ventajas. Al mes de estar pegado del computador, metiendo plata y eyaculando polvo, en los recesos de agonía comencé a hacer una página web de pornografía infantil; clandestina, claro está. Por esos días, estaba encaprichado en devorar las imágenes y videos de pedofilia que había en la red. Y pensé: “ya que no puedo tocar a los niños, puedo explotarlos…” Perdón, explotarlos no fue lo que dije, fue “hacer negocio”, así fue como lo pensé, para hacer honor a la verdad...


Continuará...



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