miércoles, 17 de marzo de 2010

La Balada del Tigre (2)


2.

Días más tarde, el Flaco me toma por sorpresa. Se me acerca al medio día cuando regreso del colegio. Todo misterioso me dice entre dientes: Venga a mi casa hoy a las tres… ¿Para qué?... Vaya y verá, pero no lleve al gordo, es solo para mayores de 12. Carcomido por la curiosidad invento una tarea con unos compañeritos de Manila. Mi mamá insiste: llévese al niño. Pero mamaaaa, es una tarea… Mucho mejor, aprende cosas nuevas. Y por esa simple razón, paso media hora tratando de distraer a mi hermano. Logro salir furtivamente con un amplio retrazo. Mamá, Francisco se voló, escuchó chillar el Gordo, desde afuera… Déjelo que el vuelve y arreglamos…

Enjuagado en sudor, toco en la casa del Flaco pero nadie me abre.

Sin esperanzas, cuando ya me dispongo a irme, el Flaco grita sin abrir: Mono ya le dije: deje de tocar, que no le voy a abrir. Cual mono, soy yo… ¿Quién soy yo?, pregunta el Flaco: Usted es Caliche, y yo soy Fran, le aclaro. Entonces abre, saca la cabeza y me jala de la camisa… justo cuando el Mono viene a toda carrera desde la calle del frente. Trata de entrar en su propia casa, pero el Flaco le cierra la puerta en la nariz. Espere y verá… Le voy a decir a mi mamá…

Las maldiciones y amenazas que profiere el Mono, se hacen más tenues mientras nos adentramos en aquella casa oscura. Al final del pasillo, pasamos por una ventana tapada con una cobija desde adentro. El Flaco se detiene en la puerta y me advierte, solemne: Jure que no le va a decir a nadie lo que vio aquí. Lo juro sin pensarlo y el me conduce a sus aposentos.

El cuarto está en la más completa penumbra. Solo se ve un camarote destendido, un viejo chifonier, y un enorme televisor Sony, con la pantalla azul, conectado a un betamax.

Unos pequeños rayos de luz, se proyectan por la ventana a un afiche de Bruce Lee sin camisa, en Operación Dragón; al lado Jean Claude Van Dame también sin camisa, con las piernas abiertas en 180 grados, y en la otra pared, Chuck Norris, barbado, con una camisa azul manga sisa, sosteniendo un par de metrallas Mini Usi, y el épico título: Invasión USA.

¿Uy Flaco donde se levantó ese afiche? Me lo robé del Dux. ¿De qué? De un cine doble función del centro. ¿Y a usted lo dejan ir al centro?… No, pero me vuelo.

Entonces veo sentado en el piso a Tunas, el vecino mueco del Flaco; a Tréllez y a su primo Pimienta (ese es su apellido), flaquito, dientón, que siempre huele a cobija sin lavar. Al fondo de la pieza, parado en una esquina, hay una sombra; alguien que no distingo…

Ah, él es Piri… introduce el Flaco. El trajo las películas… Salude pues Piri, le increpa Tunas, o qué… ¿qué le chocó?… Nada ome… es que sigo todo amurado por las revistas… Como es que me encuentran el escondite y no me dejan ni una… como estaban de bien encaletadas… ¿Flaco, seguro que no vieron nada?...

Nada, dice el Flaco y me clava una mirada cómplice que me advierte: Ni se le ocurra abrir la boca… Con el trabajo que me dio conseguirlas… y hacerles el cambuche… Y la plata que me gasté… puras ediciones de lujo.

Pero dejá de chillar Piri, mejor, a lo que vinimos, propone Tréllez. Listo. ¿Y que vamos a ver Flaco: la última de Van Dame, en la que se vuelve a abrir de piernas?, pregunto yo… No es Van Dame pero mire como se abre de piernas… El Flaco le da play al betamax y me muestra por primera vez una película porno.

Un negro de una verga descomunal penetra a una rubia acostada, con las rodillas a la altura de sus orejas. Es la Chicholina, la máxima estrella de porno de Italia, contextualiza el Flaco, tirándoselas de experto en la materia. ¡Esos Italianos si están solos para jugar fútbol y hacer porno!, exclama Pimienta.

En una de esas revistas había un especial de la Chicholina, comenta la silueta de Piri, melancólico. ¡Ah no Piri, deja ver pues la película!, le reprocha Tréllez. Pero es que… ¡Shhh!

Al cabo de unos segundos, todos callamos, con la mirada fija en la pantalla y las piernas apretadas… El Flaco como una lechuza, siente que hay mucha luz. Le da ese capricho, y se levanta para oscurecer más el cuarto con otra cobija.

Ahora solo alcanzo a ver el video y los destellos sobre la cara de Tunas que se babea… Se me pone la piel de gallina cuando la mano del Flaco que se interna en su pantaloneta, sin pudor ni vergüenza… Noo Flaco, no empecés otra vez… respetá, le dice Pimienta, ofendido.

Si no le gustó se puede ir mijo, que a esto vinimos… Cómo si fuera así de fácil ver estas películas… Antes agradezca que mi mamá salió hoy… Espere…aquí viene lo bueno… mire como la va a poner ese negro. Nooo, eso no es nada, lo mejor es cuando lo hace con el caballo… adelántela, dice Tréllez.

Quince minutos más tarde, comienza a sentirse un sofoco insoportable en el cuarto… Durante este lapso, he escuchado gemir al flaco tres veces. He visto a Tunas, a Téllez y a Pimienta, ir y volver del baño dos veces cada uno. A mi se me ha parado tanto que las pelotas me van a estallar del dolor. Lo tengo muy parado, pero un gusanillo de culpa me impide hacer algo. Y aquel mete y saca de la pantalla es tan repetitivo, que ya me cansé, no le encuentro gracia y quiero salir de allí.

Solo Piri sigue recostado contra la pared, inalterable y silencioso...

Adelante mejor, sugiere Tréllez, hasta el caballo… Entonces veo con incredulidad, mi primera experiencia zoofílica, todo en un día, 2x1… Adelántelo más, hasta que el caballo se venga… Párelo ahí Flaco. Uy mirá ese chorro… Siquiera sacan a la Chicholina a tiempo… un poquito más y ese caballo la “inunda por dentro”, comenta Tunas. ¡La inunda!, todos reímos con la ocurrencia, ya con la mente dispersa. ¿Qué le pareció Fran, eh?, me pregunta el Flaco, pero yo no tengo palabras…

Listo… apague y vámonos… No, déjela seguir, pide Piri. Ay no, yo si me voy a salir, nos estamos sancochando aquí, dice el anfitrión… ¿Quién quiere sánduches?, y todos aprovechamos para salir detrás del Flaco, con las pantalonetas como carpas. Pero Piri que se queda en el mismo lugar, absorto, con la mirada clavada a la pantalla. Este Piri si es mucho pervertido, le dice Tréllez, antes de salir…

Nos da tiempo de hacer los sánduches calientes, licuar tomate de árbol para unos jugos y hasta comernos unas galletas dulces… mientras que Piri sigue encerrado.

¿Qué horas son?… ya casi las seis… Ay ay ay, ya viene mi mamá… Hay que poner el televisor en la sala y dejar todo como estaba…Vengan, ayuden pues.

Listo Piri, se acabó la función. El Flaco prende la luz. Nononono, implora Piri, pero ya es muy tarde. Allí lo veo por primera vez.

Piri es un muchacho de unos 18 años y feo como ninguno. Nariz “de poma”, bigote chino de tres pelos y cumbambón; las mejillas marcadas por un cúmulo de barros, la piel grasosa y pálida. Pelo negro embombado, grueso y reseco. Desgarbado, encorvado por una joroba precoz. La camisa color caqui, sudada en las axilas.

El flaco, llega de una a sacar la película… Volvé a apagar la luz, le pide Piri, tapándose con las manos en su pantalón, a la altura de la cremallera. Pero el tiempo apremia, la mamá está que llega y si nos pilla, ni imaginar la que se arma…

Entonces el Flaco le entrega la película a Piri… la terminamos de ver la otra semana, le propone, conciliador… Piri toma la película y deja ver su pantalón gris de dril. Miren Piri se orinó, se burla Tunas, al ver la mancha oscura y mojada en su entrepierna.

No me oriné… ¿Y entonces que es?, pregunta Pimienta… Eh ave maría Piri, vos si sos el man más pajizo de toda Colombia, te venís “así de bastante” y sin sacarlo. Mucho cochino, le recalca Tréllez.

La próxima vez vemos la película con la luz prendida, propone el Flaco, un tanto asqueado de Piri, el muy cínico. No me regañés y mejor prestame una pantaloneta, que así no puedo volver a la casa, pide Piri.

Minutos más tarde, dejamos el lugar como si no hubiéramos estado. El mono, por fin puede entrar. Indignado, amenaza con ir a cada casa y delatarnos con nuestros padres.

Todos se quieren ir ya, menos Piri que repite que no puede volver a la casa así… Lo reparamos de nuevo. La pantaloneta del Flaco le queda ceñida y sobre la tela se destaca el relieve de su pene erecto. Y sin embargo, todos nos marchamos y lo dejamos allí.

Sin otra opción Piri emprende se penoso regreso, con la intención de dar varias vueltas antes de entrar a su casa.

Antes de doblar la esquina, lo veo por última vez. Camina calle abajo por la parte más solitaria de la acera, disimula. Tapa sus “vergüenzas” con las manos. Avanza constreñido como quien sufre de revoltura estomacal, donde cualquier moviendo brusco es fatal.

Trata de pasar inadvertido, invisible, para que nada lo delate. Pero Tréllez, le grita desde la distancia: ¡Piri Pajizo!… Los transeúntes voltean a mirarlo y se dan cuenta de su pantaloneta apretada y “narizona”.

Algunos se burlan. Así que Piri no le queda otra alternativa; aprieta el paso y se va hacia la quebrada, donde se siente más seguro.

Oiste Tréllez... ¿Y por qué le dicen Piri?, le pregunto mientras lo veo saltar a la canalización... Porque va a ser... porque siempre se mantiene así: Pirinolo.


Continuará…


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