miércoles, 10 de marzo de 2010

VARIACIONES SOBRE CHEEVER


Todos los días son domingos


Arrancaba la maleza del solar cuando descubrí una lata de betún, vieja y oxidada, en una raíz. La tarde estaba azul pero yo hervía por dentro. Maldecía al viejo por obligarme a desyerbar, justo un Domingo, mientras que él, cerveza en mano, se explayaba como una morsa viendo el partido de fútbol, frente al televisor. ¡Y saber que todo lo hacía por unas miserables monedas!

Cuando abrí la lata, hallé un papel que decía: “Una gran sorpresa encontrarás/ en el solar debes cavar/ dos metros nada más”. Recordé que en esta casa vivía un viejo amargado que murió en la inopia. Lo encontraron, por el fétido olor, siete días después de estirar la pata. Desde entonces la casa se volvió un mito y papá aprovechó para comprarla a precio de huevo. Al reparar la nota, un leve temblor ascendió por mi espina dorsal y me erizó la piel.

Soñé despierto que abría un enorme baúl lleno de morrocotas de oro y me fugaba de casa. La malicia me dibujó una sonrisa. Así que tomé la pala y comencé a cavar.

Con cada palazo saboreaba el dulce momento en que todos los que conocía, en especial mis adorados padres, se rindieran a mis pies clamando perdón por sus abusos y menosprecio. Sobretodo papá. Ya no sería más un don nadie, estaba cavando mi respeto, un respeto tan hondo que sería tenebroso. Alentado por esas ideas, cavé con fruición hasta llegar a los dos metros de profundidad. En realidad cavé dos metros y medio para salir de dudas. Pero no di con mi anhelado tesoro.

Reaccioné y de pronto estaba atrapado en un agujero más oscuro que la noche que se cernía sobre mi. Mis brazos estaban flojos como los de un muñeco de trapo. Mis últimos alientos se extinguieron resbalando en aquel tubo de tierra, donde apenas podía estirar las manos. No quise gritar para evitar explicaciones; no iba a compartir el botín. Tomé fuerzas de mi avaricia Arañé la tierra como un gato. Con el último aliento cubrí la excavación con ramas secas para evitar que el viejo sospechara.

Antes de entrar a la casa, cambié el bombillo por otro quemado. Cuando pasé por la sala, papá soltó un gruñido y apagó el televisor. Me escabullí con una sonrisa sardónica.

Me bañé con la ropa puesta. Todo rastro de tierra se fue por el desagüe. Papá me llamó con la agriera que le da cuando pierde su equipo, -que nunca gana-. Vamos a revisar como quedó el solar, me dijo, pero se quedó con las ganas de criticar. El bombillo no prendía, no encontró el repuesto y se puso rojo de la bronca. Echó una última mirada tratando de ver a través de la oscuridad que se tragó el solar. Lo dejaremos para mañana, y la plata también, dijo y se fue a dormir.

Hice el simulacro de irme a la cama, con la satisfacción del deber cumplido, pero qué va, me fui a conspirar. Mamá apagó las luces. Esperé los ronquidos del viejo y fui al solar a quebrarme el espinazo.

Cavé y cavé como un endemoniado. Engullí el jardín a punta de pala. Una vez llegué a los dos metros y medio de profundidad avanzaba hacia los lados. Sentí el ardor de las ampollas que estallaron en mis manos. Cavar era la única salida de casa después de 35 años viviendo con mis venerados padres. Eso pasa cuando uno no quiere hacer nada con la vida.

De pronto, la luz del cuerto del viejo se encendió. Me escondí entre las sombras. Vi que mamá miraba hacia el solar, pero el viejo no tardó en regresarla a la cama. La noche corría a la velocidad de mi ansiedad. Vencía mis titubeos pensando que al amanecer sería millonario. Adiós humillaciones y regaños, sermones y cantaletas, adiós viejo, pensaba con cada palazo. Hasta que llegué al otro extremo del solar, -había cavado una área de dos por dos metros, con dos metros y medio de profundidad- En toda mi vida jamás había hecho algo con tanto empeño. Ahí me desanimé.

Cuando tenía el hueco en la mitad del solar me preocupé pero presentía que algo grande me aguardaba. Antes del primer palazo pensé que el botín iba a estar al otro extremo del solar, pero quise ser sistemático, y ahora que estaba al otro extremo, el sistemático me sabía a mierda.

Quedaba una esquina que cavé sin devoción y nada encontré. Miré al frente; la oscuridad de la noche se desvanecía en la bruma de madrugada. Quise largarme y dejarle abierto el hueco al viejo para que nunca se olvidara de mi. Pero solo pude clavar la pala en la esquina del foso. Entonces oí un choque con algo.

Traté de halar la pala, pero estaba atascada. Comencé a excavar con mis manos y descubrí una superficie metálica. Encontré el baúl, pensaba lleno de alborozo. Y con todas mis fuerzas saqué la pala. Pero en lugar de un cofre atestado de riquezas, de la tierra comenzó a emanar agua a borbotones; agua gris, nauseabunda y espesa.

El cielo estaba aclarado de un violeta entierro. Cuando miré a la pieza de mis padres, el viejo me gritó: ¡Sorpresa!

Luego le gritó a mamá. – sin quitarme la mirada-: Se lo dije mija, nos ahorramos esa plata. El muchacho fue capaz de terminar el hueco de la piscina.

Llena de orgullo, mi mamá dijo: Es que salió terco como el papá.

Entonces el viejo se dirigió a mi, sentencioso:

… Y usted, apúrele a tapar ese tubo antes que la casa se nos llene de mierda. Es que definitivamente si no sirve es para nada.

Lo que me gustaría que hubiera pasado

Arrancaba la maleza del solar cuando descubrí una lata de betún, vieja y oxidada, en una raíz. Cuando abrí la lata, me corté el dedo. Encontré el papel que anunciaba un tesoro enterrado. La avaricia me llenó de motivos y comencé a cavar. Como sufría de un extremo caso de diabetes, me desangré antes llegar a los dos metros de profundidad y morí. Desde entonces papá vive destrozado por esa culpa.

Lo que al viejo le hubiera gustado que pasara

Arrancaba la maleza del solar cuando descubrí una lata de betún, vieja y oxidada, en una raíz. Me corté, encontré la nota, excavé y a los dos metros encontré efectivamente un baúl lleno de morrocotas de oro. Pero me desangré porque aquí también sufro de diabetes crónica y morí antes de poder sacar algo. Mis pompas fúnebres fueron con todos los juguetes y ahora mis viejos viven en uno de esos condominios para ancianos de la Florida, tratando de sobrellevar la pena de mi ausencia; derrochando mi botín.

Lo que mamá temía que pasara

Arrancaba la maleza del solar cuando descubrí una lata de betún, vieja y oxidada, en una raíz. Esta vez no me corté. Encontré la nota. Y excavé. Llegué a la guaca, pero como era plata mal habida de aquel viejo avaro, acontecimientos siniestros nos rodearon… mamá fue a dar a un manicomio atormentada por el viejo ermitaño que murió en la casona, papá se pegó un tiro desesperado por sus acreedores y yo terminé en la ruina, grismente casado con una mala mujer… ¡Pobre mala mujer!

Lo que realmente pasó

Arrancaba la maleza del solar cuando descubrí una lata de betún, vieja y oxidada, en una raíz… pero conozco al viejo, y a sus trampas para ponerme oficio, y cuando encontré el mensaje del tesoro, lo único que logró fue que yo dejara el solar y me pusiera a escribir. Pensando que habría ocurrido si yo le comiera cuento al viejo.

… ¿Y el solar?... el solar que se joda, porque para mi, todos los días son domingos.

1 comentario:

  1. ME ENCANTO!!!
    Podrias limpiar mi solar?
    jajaja que genial que todos los dias fueran domingos... aunque pensandolo bien ya pase por eso y no fue tan agradable.

    Francisco me encantaria hablar contigo dejeme un mensajillo, si? ;D

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