domingo, 14 de marzo de 2010

Un Fresco


Son las seis. El color neón del cielo ilumina la ciudad. Las lucecitas de los carros, rojas y amarillas forman constelaciones en las vías. Manadas de gente atraviesan las zebras, como hormigas cachonas bien toreadas. La avenida se alimenta de calles en bajada. Porque en Medellín las calles son como venas, igual de anchas que cuando fueron rieles de herradura, que desembocan en arterias estrechas y taponadas.
Carros y gente en dirección a todos los puntos cardinales. Salen de todas partes, y se multiplican como un cáncer. Dioxido de carbono exhalado por los buses, pintan el aire de un humo gris espeso. Todo circula en un flujo sanguíneo. Semáforo en verde. Unos paran otros siguen haciendo chirriar su afán. Pasa un carro, zum, el otro zas y después baja un hombre colgado de su carretilla; con los pies flotando a unos centímetros del suelo.
Todos lo miran pasar. Allí va el hombre raudo, con el impulso y la fe puestas en dos llantas de madera, descovaladas. Baja frenando con dos tacos de caucho en la proa de su nave. Va sin camisa, pelando el cuajo. Pectorales duros ceñidos al esqueleto. Bajito y tallado. Pura fibra. Quizá en otra época fue un albañil. En su coronilla una maleza de pelo encrenchado, conquistada por piojos. Moreno mestizo, chilapo de cara. Pelos hirsutos, gruesos y rebeldes poblan sus mejillas huesudas, porque ni la barba tiene alientos de salir.
Su cuerpo rayado por tiras de mugre: Tigre callejero. Su vientre tachonado con cicatrices de puñal. El pantalón viejo y raído. La tela untada por una paleta de colores sucios; el jean regalado le queda estrecho, le llega a las rodillas y no le alcanza para poner el botón en el ojal. Y eso que se le ven las costillas. Su barriga plana, delata que hasta las lombrices se le murieron de hambre.
Flota sostenido de las vigas con que jala la carreta. Lleva puesto tenis estrechos sin cordones, con huecos en la suela. Pero no importa: las plantas de sus pies son suelas de callos, endurecidas por el pavimento. Entre los callos tiene enterrados dos clavos que solo le duelen cuando hace frío. Sus manos delgadas y venosas, como las calles que dan a la avenida, sostienen la carretilla.
En su descenso vertiginoso lleva a cuestas cajas de cartón, botellas de vidrio, cables, tubos de pvc, costales con escombros. Al lado un bifet cojo y ladeado, amarrado por cabuya, amenaza con caerse al vaivén de su rodar. La carreta es una montaña de desechos recogidos en el día, de sol a sol, de barrio en barrio, escarbando en bolsas negras de basura.
Y sobre este promontorio de material reciclable, una silla de cuerina roja muestra sus entrañas de espuma. Mueble roto como a mordiscos. Sentada en la silla, va una mujer. Flaquita que da pesar. Raquítica y mala clase. Sustancia la llama con cariño aquel carretero. Morenita, amarillenta como el barro. Con la cara parchada de paños cafés. El pelo revuelto, grasoso y muerto. Va sentada en las alturas como reina en su poltrón. Mostrando el orgullo en una sonrisa mueca, con dientes picados por la caries y las encías negras por la piorrea.
Lleva puesto un topcito verde fosforescente que le aprieta las teticas flácidas, y dejar ver el relieve de dos pezones de perrita desnutrida. El vientre es arrugado, la carne floja y el ombligo parece un frijol. Las piernas delgaditas, vestidas por una piyama rosada que una niña rica le regaló.
Y sobre su regazo un perrito pincher. Más gordo que la mujer. Una chandita. Suspiro, le dice ella de cariño, aunque el hombre le llama Chiruza. Perro sarnoso con problemas de identidad. No sabe como se llama pero atiende a los dos nombres. No es doberman, pero se lo cree. Más pinchado que la dueña, no cree en nadie el canequero, mientras baja en la carreta. Mira feo, ladra con un chillido agudo y pendenciero. Si pudiera se le lanzaría al cuello a todo el que pueda, le arrancaría la aorta y acabaría con la humanidad entera.
Así se deslizan aquel trío, capturando miradas de asombro y compasión. Hasta que el hombre balancea la carretilla hacia delante. La detiene con los pies como si fuera un Picapiedra con su auto cavernario. Frena gastando suelas; las de los tenis y los callos. Hasta que la carreta se detiene donde el hombre calculó. Frente a una vitrina de un almacén lujoso cuadriculada de televisores.
Le silba a su mujer para que deje de ver al galán de Mercedes Benz que la ignora desde el semáforo. Le espanta los sueños imposibles como aplastando cucarachas. Y la trae a la realidad.
Su hombre le orienta la atención. Los dos se embelezan viendo imágenes de Londres. La Torre del Reloj. Los autobuses rojos de dos pisos. Es como nuestra carreta, dice la mujer. Las cabinas telefónicas. Las plazas victorianas. Los castillos medievales. Los jardines laberínticos. La gente con abrigos y bufandas, resguardadas de los vientos del norte. Los taxis Rolls Roys negros con cabrilla al lado izquierdo. En ese país todos deben ser zurdos, comenta el hombre. La gente pálida como leche y ojerosa como mapaches, ataviados de compras, gente seria y estirada, caminando por andenes amplios y adoquinados.
A simple vista los rincones callejeros parecen cómodos y acogedores. Hasta la calle emana elegancia, piensa el hombre de la carreta y se anima a hablarle a su mujer: Mija, recuerde bien ese lugar porque le prometo que algún día vamos a dormir en esas aceras, le dice. Pero la mujer no ríe. Le reprocha al hombre su falta de aspiraciones y le voltea la cara.
¿Y por qué no?...- le refuta el hombre- si nostros somos la aristocracia de la bajeza, mi reina.
Entonces el perro arruga la nariz y le pela los dientes. Ladra y ladra como si le hubieran dado cuerda. Dándoselas de ofendido también... perro garoso, igualado.
El hombre reinicia entonces su marcha. Jala su castillo ambulante, con sus tesoros de basura, con su reina coronada y su peludo bufón. Sin pedir permiso se pierde en el tráfico de la avenida. Entre gritos y denuestos de los demás conductores, va riéndose como un niño de su chiste improvisado.
Y celebra el buen humor con que la vida lo premió desde la cuna.

1 comentario:

  1. MIL GRACIAS FRANCISCO!!!

    necesitaba ya saber que estaban vivas tus manos, yo viviria en uno de esos castillos, y vestiria aquellos trajes tan deslumbrates, londres seria poco para la felicidad que da estar con la persona que amas, no es asi?

    ^^ cuidate Francisco, se bueno ayos

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