viernes, 26 de marzo de 2010

La Balada del Tigre (4)


4.

Jhony nunca jugó fútbol con nosotros. Lo conocimos porque jugaba voleybol con las niñas del barrio, en la placa deportiva del lado. Al principio pensamos que aquel morenito de pelo churrusco era marica, pero pronto descubrimos nuestra equivocación. Jhony estaba adelantado a nosotros, pero no solo en edad. Así como sucede con aquellos que quedan ciegos y desarrollan al máximo sus demás sentidos, su precocidad, su avispamiento para acercarse a las mujeres, estaba signado por un terrible accidente.

Cuando era muy pequeño, en un descuido de su madre, Jhony se echó una olla de sopa hirviendo encima. Las quemaduras derritieron la piel en su pecho y antebrazos, y dejaron unas cicatrices abultadas como pequeños gusanos incrustados en el cuello. En su piel quedo impreso el recorrido del agua caliente.

Estas marcas indelebles lo obligaron a usar únicamente sacos cuello de tortuga, evitar deportes de contacto, lo alejaron del sol directo y le impusieron el reto de no dejarse rechazar nunca por su condición.

Así que Jhony emprendió una batalla personal contra el criterio de que lo tacharan de feo, de señalado por la fatalidad. Antes de ser condenado al desprecio, que es la suerte que corren aquellos que los “normales” tachan de monstruos por llevar la calamidad en la piel, dio el primer paso.

Se negó con tanto ahínco a esta sentencia, que en lugar de encerrarse y construir una burbuja invulnerable y segura ante los crueles ataques de los demás niños, salió a la calle. Se puso su saco cuello de tortuga y enfrentó al mundo cruel, con el empeño y entusiasmo de quien tiene una misión, un reto a vencer contra si mismo.

Ingresó a la Scouts y su dedicación no tardó en hacerle merecer los más altos rangos, hasta convertirse en un habilidoso y recursivo campista. Para evitar la repelencia femenina aprendió muy temprano a bailar de todo bajo la tutoría de tres tías solteronas con las que vivía, morenas gordas todas ellas. Y ante la inclemente crueldad de los demás niños, desarrolló la malicia necesaria para hacer bromas sobre sus cicatrices más graciosas que las nuestras. Así se mantuvo inmune a nosotros, evitando ganarse complejos y enemigos.

Gracias a su carisma jovial, dicharachero y tropical, no tardó convertirse en consejero íntimo de las niñas del barrio, en su chaperón incondicional y en oídos prestos a los dilemas sentimentales de sus amigas. Porque la gran verdad es que cuando todos nosotros vivíamos en pantaloneta, con las rodillas y los codos sucios de revolcarnos en juegos sin fin, Jhony ya tenía la ventaja de tener más amigas, de lo que cualquiera de nosotros ha tenido en su vida.

Esta combinación de atributos le mereció la admiración de madres de familia, quienes vieron en él un ejemplo, borró toda demostración de compasión lastimera en las niñas y se ganó su confianza. Y para acabar de ajustar se convirtió en el primer puente entre niños y niñas, que se ignoraban mutuamente, con cierto desdén, absortos en sus juegos en cancha paralelas.

Como no hay fiesta que se respete si no hay comensales de ambos sexos, se empeñó entonces en mezclar el agua y el aceite.

Si, señor, Jhony fue el Aqueronte que nos embarcó hacia las aguas calmas, misteriosas y traicioneras del mundo femenino; un viaje sin retorno donde seguimos naufragando, que comenzó en una pequeña fiesta de barrio.

Si el Mono fue un arcángel mensajero y vengador, Jhony fue el angelito de la guarda que nos sacó de aquel ostracismo impuesto por nuestros padres. Sus modales, “la educación de ese niño” y aquel espíritu de superación, hicieron que nuestras madres se derritieran de admiración y se olvidaran de suspicacias. De puerta en puerta, consiguió un sí unánime de todas nuestras mamás. Porque… ¡cómo decirle que no a ese niño tan correcto y formal, tan cortés… como negarse a ese caballerito que vino hasta la puerta a invitar a los muchachos a su primera fiesta de quince, y con tarjeta de invitación hecha por el mismo… ¡Qué belleza!... ¿Cuál belleza?, ese lo que es… es un marico… Que vayan a esa bendita fiesta, pero si solo ven hombres muchachos, se me devuelven de una para la casa, nos recomendó mi papá.

Así que todos a dejar los pantalones cortos, y a ponernos camisas (de botones) y pantalones como ha de ser cuando los niños se convierten en hombres que quieren gustar de las mujeres. En realidad, era un experimento interesante, ya que de todos esos pequeños gamberros ninguno conocía en realidad a las niñas del barrio. Pero era solo cuestión de tiempo y baile para que rompiéramos el hielo y entráramos en confianza.


Continuará...

3 comentarios:

  1. Pachito...

    no me dejes en el limbo, continua la historia!!!
    Gracias por todo ^^

    Cuidate mucho

    chau chao

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  2. FRANCISCO!!!
    CARAJO ESCRIBIME QUE YA ME ENCUENTRO ABURRIDA POR NO TENER NADA QUE LEER!!!

    PD: u.u por favor!

    gracias ^^

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  3. Imagino debe ud estar vacacionando, espero que descanse en esta semana santa, le extraño mucho por sus historias y aquellos mensajes que me iluminan la vida, le agradezco la atencion prestada

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